Mostrando entradas con la etiqueta Textos facebook. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Textos facebook. Mostrar todas las entradas

martes, julio 19, 2016

Dedicatoria


La amabilísima dedicatoria que mi hijo Leo ha escrito en uno de mis libros, aprovechando un descuido. Traduzco para quien no entienda el lenguaje que manejan los niños de dos años: «A mi papá, ciertamente la persona más brillante que haya pisado la Tierra desde que el ser humano la habita. Ni que decir tiene que me juicio no está contaminado por la circunstancia fortuita de que nos vincule un cierto parentesco. Aprovecho la tesitura para señalar que la asignación que se le pasa actualmente a mi hermana Martina se me antoja del todo insuficiente para cuando yo tenga su edad. Espero que el incremento de la asignación pensada para mí se actualice con el IPC. Cualquier otra posibilidad me parecería inaceptable, y pondría en riesgo la afirmación con la que doy fin a esta dedicatoria, a saber: Te quiero».

viernes, enero 02, 2015

Divercastillo

—¿Qué le pides al 2015?
—Nada.
—¿Nada?
—Nada de nada.
—No seas rancio. Pídele algo.
—Pero ¿qué quieres que le pida?
—Lo que se te ocurra. Un deseo.
—Un deseo. Pues no sé...
—Piensa.
—Mira, ya tengo uno: que al perro que se caga todos los días en la puerta de casa le cosan el ojete y la mierda le salga por las orejas, y por los ojos, y por el hocico, y por la boca hasta que se muera asfixiado por su propio vómito de mierda.
—No seas bruto hombre. Pide otra cosa. Además, la culpa la tiene el dueño, no el perro.
—Pues que al dueño le cosan el ojete, y la mierda le salga por las orejas y por los ojos...
—Noooo. Pide otra cosa. No malgastes un deseo en eso. Pide algo de mayor trascendencia.
—¿De mayor trascendencia?
—Sí. Algo que afecte a tu familia, a tus amigos. Algo que ayude a mejorar sus vidas.
—Qué cierren el Divercastillo, que es la cosa más pelagra del mundo, así mi familia y mis amigos se librarán de ir otro año a ese infierno.
—Joder, pero ¿no puedes pedir cosas normales como las que pide todo el mundo?
—¿Como cuáles?
—Salud, dinero, amor, trabajo. Ya sabes, esa clase de cosas.
—Ah, ésas. Vale, pido todo eso.
—¿Ves que fácil?
—Pero si por lo que sea no se cumple, quiero que al dueño del perro que se caga todos los días en la puerta de mi casa le cosan el ojete y la mierda le salga por las orejas, y por los ojos y por la nariz, y por la boca hasta que muera asfixiado por su propio vómito de mierda.
—Ay.. no tienes remedio. ¿Algo más?
—Sí. Si no es mucho pedir a ver si puede coincidir que el dueño del perro sea también el dueño del Divercastillo.

lunes, diciembre 22, 2014

Dios

—¿Crees en Dios?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Menuda respuesta.
—¿Qué tiene de malo?
—No es suficiente.
—No creo en Dios porque no lo he visto nunca. ¿Mejor?
—¿Sólo crees en lo que ves?
—La mayoría de veces.
—¿Y si Dios se te apareciera ahora mismo?
—Eso no va a suceder.
—Imagínatelo por un momento, su presencia, aquí, frente a nosotros. ¿Creerías entonces?
—No sé si creería más o menos de lo que creo ahora, pero sé que lo despreciaría mucho más de lo que lo he despreciado nunca.
—¿Por qué?
—Por omisión del deber de socorro.
—Explícate.
— Por haber estado siempre ahí, impasible, imperturbable, sin hacer nunca nada.
—Qué culpa tendrá él de lo que hagamos nosotros.
—¿No somos una creación suya?
—Eso dicen.
—Entonces tiene todas las culpas.
—¿Crees que Dios tiene que responsabilizarse de todos y cada uno de las personas que habitan la Tierra?
—¿Acaso no lo hago yo de mis hijos?
—No es lo mismo.
—Te equivocas. Si traigo hijos al mundo, y después me despreocupo de ellos y los abandono a su suerte, soy responsable de sus actos.
—¿Te das cuenta de que no crees en Dios pero en realidad te expresas como si creyeras?
—No sé si te entiendo.
—Que hablas de él como si hablaras de una persona conocida con la que estuvieras resentido.
—Tal vez focalice en el concepto «Dios» mi animadversión hacia las personas que hacen de Dios el centro de sus vidas.
—¿Y qué si eso sucede?
—La vida no se entrega a nadie: se vive
—La gente tiene derecho a creer en lo que le plazca.
—Faltaría más. Pero cuando crees en algo tarde o temprano tratas de convencer a otros de que crean en lo mismo que crees tú.
—¿Crees que eso pasa?
—¿Lo dudas?
—En algunos casos pasará y en otros no.
—Pues no debería pasar nunca.
—Pero ¿no haces tú lo mismo?
—En absoluto.
—¿No tratas tú de convencer a la gente de que Dios no existe?
—Jamás.
—¿No vas tú por ahí proclamando en voz alta tu ateísmo?
—De ninguna manera. Lo más que hago es propagar las virtudes de la ciencia.
—¿Crees en la ciencia?
—¿Se puede no creer?
—Me refiero a si crees que la ciencia es para ti lo que Dios para los creyentes.
—La ciencia es Dios incluso para los creyentes, aunque algunos no lo saben, y los que lo saben se niegan a admitirlo.
—¿Por qué se niegan a admitirlo?
—Porque es más fácil creer que saber.
—¿Cómo?
—Creer no requiere más esfuerzo que la voluntad de querer creer. Sin embargo, para saber hay que realizar el esfuerzo intelectual de aprender, de comprender, y no todo el mundo está dispuesto a realizar ese esfuerzo.
—Pero los creyentes también acuden a la ciencia, llevan a sus familiares al médico, los ingresan en los hospitales.
—Pero si se curan, dicen que ha sido gracias a Dios, y si se mueren, también. En cualquiera de los casos, prevalece la voluntad de Dios.
—¿Y eso no te gusta?
—Me repugna.
—¿Por qué?
—Porque ignora al ser humano, menosprecia su capacidad inmensa para hacer cosas extraordinarias.
—También hace cosas espantosas.
—Sin duda.
—¿Entonces?
—Entonces nada. El ser humano es capaz de lo mejor y lo peor. Ya está. No hay más. Y cualquier abstracción o discurso de naturaleza divina nos distrae del que debería ser nuestro objetivo principal: conocernos, averiguar por qué los seres humanos hacemos lo que hacemos, por qué actuamos como actuamos. Y para saber eso no necesitamos a Dios, ya inventamos el mejor instrumento que quepa imaginar para conseguirlo.
—¿Cuál?
—La literatura.

lunes, marzo 03, 2014

Operación Palace

Me parece absurdo y corto de miras el argumento de que Évole faltó al respeto al espíritu de la Transición y a los políticos y figuras que la protagonizaron. Es digno de este país de paletos acomplejados que gastan con los políticos una relación de vasallaje, de súbditos serviles. Para darse cuenta solo hay que ver el séquito de parásitos babosos que lleva tras de sí un político de tres al cuarto cuando va a inaugurar un polideportivo o una estatua o placa. Mientras no nos convenzamos de que un político es un funcionario que trabaja para nosotros, y de que todo lo que se sacraliza no admite crítica ni discrepancia, volveremos a caer, una y otra vez, en los mismos errores y aceptar los mismos inútiles manejando nuestras vidas.

sábado, febrero 22, 2014

San Valentín

Se conoce que esta noche he sido poseído por el Espíritu de El Corte Inglés y me he levantado por completo entregado a la efeméride de autos, esto es, San Valentín. Con una determinación inusual, me he puesto en pie, y con el dormitorio en penumbra he sacado del armario la muda de hoy. A continuación, veloz como el rayo que debería partir en dos a Gallardón, he buscado una poesía de amor de Mario Benedetti para recitársela a Pilar no bien saliera de la habitación en dirección al cuarto de baño. Mi estrategia consistía en salirle al paso cuando se precipitara a la carrera para aliviar su vejiga. Así que me he situado estratégicamente en mitad del pasillo y cuando Pilar ha abierto la puerta a la hora en que la abre cada mañana, he hincado la rodilla en el suelo e iniciado la lectura de los versos. Para mí decepción y la de todos los hombres de la Tierra que todavía creemos en el amor, y en que el lunar que tu mujer luce en la mejilla jamás se transformará en una verruga por más tiempo que pase, Pilar no solo no me ha hecho el menor caso, sino que se me ha quedado mirando, y, haciendo visera con la mano, con los ojos amusgados por los efectos deslumbrantes de la luz, y hurgándose en el ojo en busca de una legaña pertinaz, ha examinado de pies a cabeza los colores ciertamente arbitrarios que lucía mi indumentaria y me ha preguntado:

-¿Hijo, tú eres daltónico?

La periodicidad de los juegos infantiles

Los juegos de los niños obedecen a una cierta periodicidad que, sin embargo, nadie parece imponer. Lo observo estos día en el patio del colegio de Martina, o a las puertas, cuando se abren y los niños y salen en tropel, como si dejaran atrás el recinto de una prisión inexpugnable. Ahora toca la peonza —yo le llamaba galdufa—, pronto será el yo-yo, y quizá, después, las canicas. Pero ¿quién es el responsable de establecer esa estacionalidad? ¿Quién divide en compartimentos estancos imaginarios la predisposición de los niños a elegir el instrumento con el que jugar? ¿Es una circunstancia arbitraria? ¿O quizá se trata de una estrategia perfectamente planificada por una asociación de bazares chinos?

martes, enero 21, 2014

La pregunta y la respuesta.

—¿Cómo ha ido el examen?
—Como el culo.
—¿Y eso?
—Lo de siempre: mi respuesta no tiene nada que ver con la pregunta.
—¿No prestas atención en clase?
—Lo intento, pero me distraigo con cualquier cosa. 
—Ejemplo.
—La pelusilla de un jersey basta. 
—¿Pelusilla?
—Sí. Fijo mi vista en ella y observo cómo se yergue, cómo lucha por desembarazarse de la prenda, cómo lo consigue y echa a volar y cómo queda suspendida frente a mi nariz, casi pidiéndome que me sume a ella y yo lo hago y juntos ascendamos hasta el alto techo del aula.
—Que experiencia más lisérgica.
—Cuando me quiero dar cuenta, la clase ha acabado y no me he enterado de nada.
—No me extraña.
—Ya te digo.
—Exageras.
—Que no. Me han preguntado en el examen qué relación había entre la lírica medieval gallega y la occitana, y yo he redactado un informe pormenorizado de cuáles son los motivos por los que el vello púbico masculino contribuye a que el tamaño del pene parezca menor de lo que en realidad es.
—Te has ido por los cerros de Úbeda.
—Si no más lejos.
—¿Te pasa con frecuencia?
—A todas horas.
—¿Y eso?
—Soy un niño encerrado en el cuerpo de un adulto.
—Explícate.
—Contra las paredes de mi cráneo vacío se da de cabezazos el suave aleteo de la mariposa de la conciencia de un niño que se niega a crecer.
—¿Y eso en qué influye?
—Deambulo todo el día lelo perdido, como un niño extraviado en sus fantasías
—¿Y cómo lo lleva tu mujer?
—Lo sufre en sus carnes. Es una damnificada más.
—Ejemplo.
—Nunca la escucho cuando me habla. Lo quiero hacer, de verdad, pero no puedo.
—Ejemplo.
—Antes de mandarme a un recado, me repite cien veces lo que tengo que comprar, y cuando llego a la tienda se me ha olvidado lo que es, y entonces compro lo que me parece.
—Ejemplo.
—Voy al Eslequer...
—Schlecker.
—Eso he dicho.
—No, tú has dicho Eslequer y se dice Schlecker.
—Lo que sea.
—Pues lo que sea.
—El caso es que voy al Eslequer a comprar un paquete de arroz, y en lugar de arroz compro un paquete de cinco rollos de cinta aislante de varios colores.
—No tiene nada que ver.
—Ya.
—Si la cinta aislante se comiera, pero es que ni eso.
—A ver, comer, comer sí se come.
—¿La cinta aislante?
—Sí.
—Que no, hombre, que no.
—Y yo te digo que sí. Un rollo detrás de otro, y hasta que no he comido los cinco, Pilar no me deja levantarme de la mesa.
—Ah.

miércoles, enero 01, 2014

Conversaciones con Martina (103)


En el coche, de camino a casa, Pilar me recuerda que hoy hace 14 años que le pedí para salir, y que no lo hemos celebrado haciendo algo especial. Asiento, musito alguna excusa. Al poco, Martina, desde el asiento de atrás, dice que se le ha ocurrido una cosa para celebrarlo en cuanto lleguemos a casa, pero que será un sorpresa para Pilar y me lo dirá solo a mí. 

Ya en casa, nos encerramos en su habitación y me pregunta qué canción bailamos Pilar y yo cuando nos casamos. Moon river, le digo a pesar de que sé que ella no sabe qué música es esa. Comparte su plan conmigo: hará un dibujo de nosotros dos vestidos de novios, lo colgará en la pared del comedor, mientras yo pondré ese tema en el equipo de música. Lo hacemos, y Pilar y yo despedidos este sábado bailando Moon river en el comedor en penumbra ante la sonrisa desdentada de Martina, que nos observa y exclama que eso que hacemos no es bailar, sino abrazarnos. 


La Puta Purpurina de los Cojones


Señor Todopoderoso de los Universos Celestiales:

Señor, disculpa que en un lapso de tiempo tan corto solicite de nuevo tu ayuda, pero estoy convencido de que cuando conozcas las causas por las que acudo en tu busca comprenderás la urgencia del asunto que me preocupa.

Te explico: Ayer Martina se pasó toda la tarde jugando en casa. Como podrás comprender, en modo alguno pongo reparos a que mi hija juegue y disfrute de sus vacaciones navideñas, siempre y cuando lo haga respetando de ciertos límites lógicos de civismo y convivencia, incluso en el ámbito del hogar familiar, en el que los padre solemos ser más indulgente. Tal cosa no sucedió ayer.

Martina se le ocurrió jugar con un artefacto endiablado que consistía en diminutos recipientes llenos de purpurina de diferentes colores que arrojaba sobre una cartulina, untada previamente con pegamento. Puedes imaginar el estado en el que quedó el piso después de tres horas asperjando la Puta Purpurina de los Cojones por todos lados: suelos, paredes, ventanas, muebles; todo, en suma, aparecía cubierto de la Puta Purpurina de los Cojones. No se libraron ni las partes más recónditas de mi anatomía, que exhibían restos de esas diminutas partículas del demonio, como tuve ocasión de comprobar de madrugada, cuando me levanté a oscuras para echar la meada de rigor. Mientras sostenía entre mis dedos somnolientos el Sagrado Miembro Real, le eché un vistazo distraído para comprobar si lucía lustroso como es costumbre en él, y del susto casi escupo dentro de la taza el corazón por la boca al ver la Cabeza Real del Miembro Sagrado tachonada de puntitos brillantes que refulgían en el lavabo en penumbra como si el Big Bang se estuviera desatando de nuevo en la punta de mi miembro. Por un momento pensé que me habían seccionado el glande y en su lugar me habían pegado con Loctite el dedo incandescente de E.T. 

Fue tal la impresión que me produjo que el Miembro Sagrado se me escapó de las manos cuando más intensa y profusa era la micción, con tan mala fortuna que empezó dar sacudidas en todas direcciones como una manguera que culebreara a su antojo arrojando agua a presión. En menos de un parpadeo todo el lavabo —paredes, techo, espejo— goteaba orina como el camarote de un barco recién sacado a flote. 

Después de conocer los detalles, comprenderás que el motivo por el que me pongo en contacto contigo es que creo conveniente proceder a castigar con dureza al Mamón que inventó la Puta Purpurina de los Cojones. Acudo a ti, Señor, porque me consta tu rigor a la hora de repartir justicia y porque posees el don de la ubicuidad y puedes hallar en seguida al Mamón Hijoputa de Marras, sea cual sea el agujero en el que se esconda. 

Por último, ignoro qué clase de correctivos dispensáis a esa clase de Mamones Inventores de Puta Purpurina de los Cojones, pero me tomo la licencia de sugerir que sea el más severo que tengáis en el Catálogo, a fin de que pueda disuadir a otros Mamones De los Cojones que estén pensando en inventar artilugios semejantes. Sugiero, Señor, que maniatéis a una silla al Mamón Hijoputa de Marras y, acto seguido, le introduzcáis un embudo en la boca, y mientras con una mano le tapáis la nariz, con la otra arrojéis al embudo cucharadas soperas de Puta Purpurina de los Cojones, hasta que la Puta Purpurina le salga por los oídos al Mamón o, en su defecto, reviente como reventó Clavijo.

Nada más, Señor. Sigue con salud.

Gallardón y Juan Cotino


Señor Todopoderoso de los Universos Celestiales:

En el próximo año 2014 me gustaría que prosiguieras en la línea del 2013 y repartieras amor por doquier. Pero, esta vez, te pediría que vencieras tus escrúpulos homófobos y dedicaras tus esfuerzos en exclusiva a la pareja Gallardón y Juan Cotino, el Presidente de las Cortes Valencianas. Ya sabes, ese tipo encantador que te suele homenajear depositando encima de la mesa de las Cortes un crucifijo y al que, recientemente, se le ha ocurrido decir que los que defienden el aborto son como Herodes. 

Concretamente, te pediría que un amor desaforado y pasional surgiera entre ambos durante la celebración de un congreso del PP y, libres de todo prejuicio y atadura moral, sus cuerpos sudorosos retozaran hasta la extenuación en la habitación del hotel, hasta el extremo de que ningún agujero quedara por explorar. Que se amen, señor, que se perforen y que se musiten secretos al oído y cariñosos diminutivos. Que mútuamente se propinen inofensivas dentelladas en el lóbulo de la oreja, y que los dedos de sus manos varoniles se enreden, ahítos de placer, entre el vello pectoral de uno y otro mientras, de fondo, suena en la platina del equipo de música una cassette grabada por Cotino con los mejores temas de Frankie Goes to Hollywood, Pet Shop Boys y Culture Club.

Te pediría, asimismo, que al término de esas jornadas pletóricas de sexo y pasión se produjera un milagro maravilloso y plantaran la respectiva semillita uno en el otro y quedaran ambos encinta, y que ninguno de los dos recibiera con agrado semejante milagro enviado del cielo, —esto es, enviado por ti—, y se vieran en la tesitura de decidir qué hacer con ese bendito e inmaculado ser. Y que fuera cual fuera la decisión que tomaran, que desde ese momento y hasta el final de sus vidas, una vocecita, como la letanía de una canción que se repite sin pausa, resonara día y noche en la conciencia beata de ambos, exclamando: «Solo cuando se tiene un padecimiento, se tiene una opinión propia».

domingo, noviembre 17, 2013

Correr solo.

Corro de dos a tres días por semana. Una hora, más o menos. De 10 a 12 kilómetros cada vez que salgo. Lo hago con más o menos frecuencia desde que tenía 12 años. Ahora resulta que se ha vuelto una moda, y hay gente que me propone salir en grupo. Jamás, les digo. Prefiero salir solo. No sé socializar de normal, menos cuando corro. Además, aprovecho para escuchar todos los podcats que se me van acumulando durante la semana. A veces creo que solo corro para eso, para escucharlos. Casi nunca escucho música, lo cual es motivo de sorpresa cuando lo explico. Escucho tertulias, programas de cine y culturales en general. A veces incluso he escuchado sesudas conferencias descargadas de la Fundación March, sobre narrativa y filología. Siempre solo. Ahora corro por un lugar en el que hay prostitutas apostadas. Son las únicas con las que me comunico mientras corro, cuando paso a su lado, sudando como un puerco y literalmente exhausto, y me guiñan el ojo y me ofrecen sus servicios, y yo apenas alcanzo a encoger los hombros con un gesto que pretende decir: «pero, hija, ¿tú crees que yo estoy ahora para esos menesteres?»

martes, agosto 06, 2013

Los coches de la familia.


Este fenómeno extraño que tiene lugar en mi familia me está dando que pensar. Me refiero a que los coches que se muevan solos del lugar en el que los hemos aparcado, como le pasó ayer a mi hermana Yoli, y hace un tiempo a mi cuñado y a mi cuñada. Ambos los habían dejado delante de casa, y cuando salieron el coche se había desplazado cuesta abajo y podría perfectamente haber llegado al mar si no lo frena otro coche que estaba estacionado un poco más abajo. El episodio de mis cuñados resultó hasta gracioso, porque se dejaron dentro a mi sobrina Carlota, y la niña, que le gusta mucho el programa Corazón corazón, saludaba a los vecinos con la mano en alto, como lo hace la reina, mientras el coche se desplazaba lentamente. Ellos, mi hermana y mis cuñados, sostienen que dejaron el freno de mano puesto. Y yo les creo. Y como no contemplo la posibilidad de que ocurran fenómenos paranormales —soy muy incrédulo—, la única explicación que encuentro es que los coches están adquiriendo consciencia de sí mismo como entes vivos, y deciden huir de sus propietarios. Esta hipótesis, sin embargo, posee elementos discutibles que la ponen en tela de juicio. Hasta dónde yo sé, tanto mi hermana como mis cuñados no incurren en el maltrato a sus coches: los cuidan, los limpian a menudo, y los llevan a revisión cuando toca. Es decir, que los vehículos no poseen motivos para marcharse. Todo lo contrario. En cambio, mi Seat Ibiza jamás se ha movido del lugar en el que lo he dejado, y sin embargo tendría todos los motivos del mundo para hacerlo: solo se lava cuando llueve. Incluso por dentro, pues a la que aprieta la lluvia bajo las ventanillas para que el agua se lleve consigo toda la mierda que se amontona dentro: los juguetes que Martina va acumulando a sus pies, las migas de pan diseminadas desde 1994, la piel de fuet, cáscaras de mandarina seca, de pipas, cabeza de gambas saladas. A veces, a pesar de que en casa no fuma nadie —hablo por Pilar y por mí, a Martina se lo tengo que preguntar—, he recogido colillas de la calle y las he arrojado dentro porque me sabe mal que sea el único desperdicio conocido del que carece mi coche. La lluvia ha provocado que crezca una selva, con su propio microclima. Siempre que entro lo hago con un machete para apartar la maleza. Una vez hasta creí ver dentro el dinosaurio de Monterroso. En una ocasión la maleza acumulada en mi asiento hizo que me deslizara por él y me precipité al vacío y me sumergí en una especie de lago que había bajo el asiento. Estaba lleno de pirañas. Me puse a bucear y descubrí cuevas submarinas que conducían a los asientos posteriores, y allí, estupefacto, encontré el cadáver de un explorador cuyas manos aún sostenía una red caza mariposas. Después de todo lo dicho, comprenderéis que no entiendo por qué mi coche no pone pies en polvorosa. Creo que padece el Síndrome de Estocolmo. Eso, o le gusta escuchar las historias que le cuento a Martina mientras vamos de un sitio a otro. Qué sé yo.

viernes, agosto 02, 2013

Las dos manchas

Durante unos días dos misteriosas manchas negras, como de grasa o así, han aparecido adheridas bien visibles entre los intersticios de la piel agrietada y huesuda de mis talones. Al principio pensé que era grasa de la moto, pues en verano gasto sandalias y perfectamente podría mancharme en la moto camino del trabajo. Sin embargo, el fenómeno no ha cesado en vacaciones, cuando apenas la utilizo. Las manchas aparecían de nuevo, y yo empezaba a estar francamente intrigado. De qué coño son estas dos manchas, me preguntaba. Quizá era una señal. Tal vez alguien las ponía ahí por algún motivo. Qué sé yo: quizá alguien se colaba en casa de noche, y se dedicaba a pintar de negro mis talones, y lo que yo tomaba por manchas en realidad formaban parte de algún tipo de mensaje criptográfico que yo tenía que descifrar, y hacerlo con rapidez no fuera que la vida de alguien corriera peligro. Qué digo la vida: el destino de la Humanidad podía depender de mí. Esa responsabilidad me había provocado cierto estado de ansiedad. Es cierto que estoy especialmente dotado para detectar lo que a otros les pasa inadvertido. Por ejemplo, si alguien eructa en mi cara después de comer gambas al ajillo, soy capaz de identificar de inmediato que, en efecto, se trata de gambas al ajillo. Lo mismo me pasa con el chorizo de Cantimpalos y con el Ali-oli. Es cierto, asimismo, que en la mili alcancé el grado de Cabo 1º de Artillería en el Ejército Español y Olé y, por tanto, he sido entrenado para responder eficazmente en situaciones de riesgo, pero una cosa es subsistir en el bosque solo con la ingesta de insectos y raíces, beber tus propios orines, y resguardarte de las bajísimas temperaturas nocturnas durmiendo en el vientre sanguinolento de un oso al que previamente has dado muerte con una navaja suiza, y otra bien distinta salvar la Humanidad. Cuando ya pensaba que pasaría a la Historia como el responsable de la extinción del ser humano, ayer descubrí cuál es el origen de esas misteriosas manchas: todas las mañanas, cuando acabo de desayunar en el balcón, siempre leo un ratito con los pies en alto, apoyándolos en una mesa que, ay, resulta que Pilar, mi mujer, pintó de negro sin avisarme. La verdad, ha sido todo un descanso saber que la suerte de la humanidad no depende de mí.

jueves, agosto 01, 2013

Lucia Echevarría

Ahora lo entiendo todo. Lo que Lucía Echevarría ha pretendido es realizar periodismo de investigación. Con intención de emular a John Hersey o a Michael Herr, se ha infiltrado entre la fauna mediática para revelar al mundo la estulticia que predomina en ese entorno hostil. Dado que ella es licenciada e intelectual, creía, cual superhéroe de la Marvel, poseer poderes especiales que no solo la harían inmune a la necedad, sino que, incluso, podría, con solo posar la mano en la frente «encefalogramaplano» de sus compañeros de juego, curarles y procurarles, de golpe, una inteligencia proporcional al diámetro operado de sus senos. No ha sido así. Y la intelectual ha salido con el rabo entre las piernas, y zarandeada y apaleada a posteriori. Debería haber sabido que todos esos «intelectuales» mediáticos, reunidos en horda insaciable, tienen muchas ganas de coger por banda a todos aquellos leídos que ponen en tela de juicio el reinado y la preeminencia de la que les ha investido la democracia de la audiencia.

jueves, mayo 30, 2013

El escarabajo


—Tenemos que hablar.
—Dime.
—Me resulta violento, pero te lo tengo que decir.
—¿El qué?
—La gente se queja.
—¿De qué?
—Del olor.
—¿Qué olor?
—El tuyo.
—¿El mío?
—Sí, el tuyo. Hueles mal.
—¿Yo?
—Sí, tú.
—¿A qué?
—¿A que qué?
—A qué huelo.
—¿Tengo cara de sumiller de mierdas? Yo qué sé a qué hueles, tío. El caso es que hueles mal.
—Yo no huelo nada.
—Pues no sabes lo afortunado que eres. Hiedes.
—¿Hiedo?
—A perros muertos.
—No será para tanto.
—Qué no será para tanto, dice. Pero tío, ¿tú no has notado cómo las flores languidecen a tu paso?
—¿Languiqué?
—Es igual. Pues eso: que hueles como si una nube te siguiera todo el día lloviendote mierda encima.
—Debe de ser la mochila.
—¿La mochila? ¿Es que haces tus deposiciones dentro de ella?
—¿Deposiqué?
—Que si te cagas dentro.
—No, guardo la ropa sucia.
—¿La ropa? Pues tío, esa ropa no la tendrías que guardar, esa ropa la tendrías que incinerar.
—No tengo más muda que esa.
—Pues lávala.
—Ya lo hago.
—¿Con qué frecuencia?
—Lo normal, cada tres semanas o así.
—¿Lo normal? ¿Eso te parece normal? Eso es normal si vives en Truñolandia o en Villa Diarrea de los Lapos. Lo normal, dice.
—No querras que me lave cada día, ¿no?
—¿Por qué no? Todo el mundo lo hace. Yo lo hago.
—Lo sabía. Así te va.
—¿Qué quiere decir «así te va»?
—Te he estado observando: estás siempre resfriado.
—¿Y eso qué coño tiene que ver?
—Fijo que estás bajo de defensas.
—¿Lavarse reduce las defensas?
—Demasiada higiene nos hace más vulnerables a las amenazas externas.
—Bobadas.
—En serio. A ver: ¿Tú a mí cuántas veces me has visto enfermo? Di.
—Vamos, no tengo yo otra cosa que hacer que preocuparme de tu salud.
—Nunca. No me has visto nunca. ¿O es mentira?
—Y dale. Yo qué sé, tío.
—Fuerte como un roble. ¿Y sabes por qué?
—No, ¿por qué?
—Porque no me lavo desde 1980.
—Anda y vete a tompar por culo.
—En serio.Tuve un revelación y me dije: tienes que hacer de tu cuerpo una fortaleza inexpugnable contra las bacterias.
—Venga tío, deja de decir tonterías, que la gente va pensar que además de guarro eres tonto.
—En serio. Me dije: seré invulnerable como los dioses del Olimpo.
—Joder, que me tengan que pasar siempre a mí estás cosas.
—Me dije: Forjaré mi cuerpo para ser invencible; no, qué coño invencible: indestructible. La mierda me protegerá. La mierda me hará inmune. La mierda creará en torno a mí un escudo invisible que repelerá las agresiones de la naturaleza. Y así es.
—¿Así es qué?
—Nadie se acerca. Todos huyen. Al mundo le doy miedo.
—Al mundo le das asco, tío.
—Me convertiré en el único hombre que sobreviva a un desastre nuclear, como los escarabajos. Seré un escarabajo humano. Haré realidad los deseos de Kafka.
—Inaudito.
—¿Inauqué?
—Nada.

domingo, mayo 26, 2013

El Demiurgo.


—¿Qué haces?
—Aquí.
—¿Aquí qué?
—No sé, alguien me ha dejado aquí y se ha ido.
—¿Quién?
—Ni idea.
—Debe de ser el mismo que me ha dejado a mí.
—¿Quién te ha dejado a ti?
—El que escribe. Arcadio, creo que se llama.
—Un nombre raro.
—Rarísimo.
—¿Y por qué crees que lo habrá hecho?
—¿Dejarnos aquí?
—Sí.
—Vete tú a saber. Va probando.
—¿Qué prueba?
—Se pone a escribir, sin saber muy bien de qué, para ver si le acaba saliendo algo con cara y ojos.
—O sea que tú y yo somos producto del azar.
—Seguramente.
—Pero entonces eso significa que no se ha ido.
—¿Qué quieres decir?
—Si tú y yo somos una creación de ese tal Arcadio, y seguimos hablando, es que él está ahí, escribiendo todo lo que decimos. No se ha ido.
—Pues es verdad, no lo había pensado.
—Porque él no ha querido que lo pienses. No quiere que sepamos que no somos nada sin él, que somos marionetas. Que lo que tú y yo decimos no lo decimos nosotros sino él, ese tal Arcadio.
—Nos está utilizando, entonces. Pone en nuestra boca sus palabras.
—Exacto.
—Rebelémonos. Dejemos de ser marionetas a su servicio.
—¿Cómo? Él está ahí, con los dedos sobre su Mac, nos escucha, nos lee, ¿cómo vamos a rebelarnos?
—Dejemos de hablar. Contaré hasta tres, y dejaremos de hablar a la vez. Qué se joda ese manipulador con nombre raro.
—Venga, que se joda Leocadio.
—Arcadio.
—Lo que sea.
—Venga. Uno, dos y...¡tres!
—...
—...
—¿Estás ahí? ¡Oh, mierda!

jueves, mayo 23, 2013

Sonata quejumbrosa contra el calabacín.


—Martina, hija, ¿qué te pasa?
—Estoy muy disgustada, mama.
—¿Y eso?
—Se me acaba de revelar un secreto familiar que me ha dejado estupefacta.
—¿Qué secreto?
—He sabido que tú no querías una hija, sino un hijo. Hundida estoy.
—Martina, hija, ¿quién te ha dicho eso?
—No puedo revelarte mis fuentes de información.
—Dame una pista.
—Mama, sabes de sobra que no sé dar pistas.
—Solo una.
—Que no.
—Una pequeña
—Está casado contigo.
—Lo sabía: tu padre.
—¿Ves como no sé dar pistas?
—Qué letrao que es. Cuando me lo eche a la cara se va a enterar.
—Pero ¿es cierto?
—A ver, cierto, cierto... uy, mira lo que dice la tele: el Ibex 35 ha descendido 10 puntos.
—Mama, no te vayas por la tangente, y centrémonos en el problema que nos ocupa.
—Martina, hija, ¿qué quieres que te diga? Sí, es cierto, pero en cuanto supe que eras una niña, se me olvidó por completo lo del niño, y dediqué todas mis energías a quererte.
—El subconsciente no lo podemos controlar, mama, y a ti el subconsciente te traiciona.
—¿Qué quieres decir?
—Que en lo más profundo de tu ser me tienes ojeriza porque he usurpado el lugar del niño que deseabas.
—¿Tú estás tonta? Uy cuando coja a tu padre.
—Tú jamás lo reconocerás, pero es así. Además, hay indicios que lo confirman.
—¿Qué indicios ni que ocho cuartos?
—El calabacín, mama, el calabacín te delata.
—Tenía que salir el calabacín.
—Si me quisieras de verdad no me darías de comer calabacín.
—Claro que te lo daría.
—Y si fuera un niño no sabría ni qué aspecto tiene.
—Anda calla.
—Es más, si fuera un niño el calibracín que tendría más cerca sería ese que les cuelga a los niños de la entrepierna.
—¡Martina!
—Is true, mama. Believe.
—Te doy calabacín porque es sano, y porque mi obligación es que tengas una dieta equilibrada. Somos lo que comemos, hija.
—¿Y quieres que yo sea un calabacín? ¿Quiere que mi ropa consista en un preservativo gigante? Además, si incluyes en mi dieta un alimento con evidentes connotaciones fálicas, me estás abocando a una vida disoluta.
—Ay, hija, que harta estoy de que hables así.
—No reprimas mi libertad censurando mi lenguaje, mama. El lenguaje es la única arma que poseo para hacer frente a este mundo hostil.
—Martina, quítatelo de la cabeza: no se puede comer todos los días patatas fritas con huevos fritos.
—¿Por qué?
—Porque no es bueno.
—¿Cómo no va a ser bueno si cada vez que los como soy feliz como una perdiz? ¿La felicidad no es buena para la salud?
—Sí pero no.
—¿Sí pero no? ¿Sí pero no? ¿Qué quiere decir sí pero no? ¿Qué forma de argumentar es esa? ¿Ahora eres gallega?.
—Créeme: si comieras patatas fritas con huevos fritos todos los días las acabarías aborreciendo.
—Bullshit!
—Es más, en realidad si no fuera por el calabacín no disfrutarías tanto comiendo huevos con patatas. Si entre plato y plato de patatas fritas con huevos, comes tres de calabacín, estarás ansiosa por volver a comer otra vez patatas con huevo. De la otra forma, se convertirá en una rutina.
—Me troncho, vamos. Mama, esa teoría funciona para la gente pusilánime que dosifica las fuentes de placer para que le duren toda la vida, y cuando se jubilan les da un jamacuco, pero no para mí. Yo soy un espíritu hedonista. Yo quiero concentrar en un solo día ochenta años de vida, yo no quiero pensar en el mañana, el mañana es Ken y Barbie disputándose la custodia de sus hijos, el mañana es Bob esponja traficando con heroína en una cala de la Costa Brava, el mañana es Mafalda pronunciando conferencias en las FAES, el mañana es un Pocoyó chapero que se acaba ahogando en su propio vómito, el mañana es un coche desvencijado abandonado en los márgenes de una carretera solitaria, el mañana es inaprensible como el humo.
—Mira que le he dicho mil veces a tu padre que esconda los libros de Baudelaire. Esta me las paga. Vaya si me las paga. Cuando lo coja se va a enterar.
—Sí, pero ¿qué hay de lo mío? ¿Se acabó el calabacín?
—De verdad, qué fatiga de familia, oye.

lunes, mayo 20, 2013

Dora y Bob


—¡Ostras! ¡Qué pasada! ¡Dora Exploradora! ¡Qué ilusión! No te imaginas cuánto le gustabas a mi hija Martina.
—Pues como a los niños de medio mundo, no te jode también este.
—Es cierto. Perdona. Eras tan carismática.
—Se hacía lo que se podía. Pero el hijo de puta que me diseñó se podía haber metido en el culo la pelota de rugby que utilizó como modelo para mi cabeza.
—Eso es verdad. Menuda perola. ¿Cómo te ponías las camisetas con esa cabeza ? No tenía que ser fácil.
—Eran como un delantal, abiertas por detrás, y se enganchaban con velcro.
—Pero tu peinado estaba bien.
—Los cojones. Si parecía el príncipe de beckelar, hombre.
—Vale, pero tenías al Botas. ¿Tú sabes cuántas niñas hubieran pagado por tener un mono de mascota?
—Pero qué niña ni que pollas en vinagre. Si cuando rodé Dora yo tenía treinta y siete años. Había comido ya más rabos que bocadillos de chorizo has comido tú en toda tu vida. Si gastaba una cien de sujetador, coño.
—Ostras. Qué me dices. Pues no lo parecía.
—Porque el que me dibujaba tenía instrucciones mías para que me borrara las arrugas de la cara con la goma de borrar.
—¿Y las tetas?
—No, las tetas no. Me metían a presión para dentro, y ascendían por el cuello y acababan alojadas en el hueco de la cabeza. Como había sitio de sobra.
—Joder. Qué cosas. ¿Y qué ha sido de vosotros? ¿Dónde anda el Botas?
—Ese gilipollas se volvió a Africa y se unió a una banda de niños soldados, y por ahí anda, quemando aldeas y violando todo lo que se le pone delante.
—¿Y tú?
—¿Yo? Joder, yo fatal. No levanto cabeza. Me metí de todo por la nariz, hasta le azúcar de las ensaimadas. Se me cayó la nariz y ahora la llevo pegada con una ventosa de esas con que se enganchan los colgantes el las lunas de los coches. Fatal. Ahora empiezo a ver la luz. Nos han salido un par o tres de bolos a Bob y a mí.
—¿A Bob? ¿Bob Esponja?
—No, Bob tu puta madre. Pues claro, lelo, ¿qué Bob va a ser?
—¿Y en qué consiste el espectáculo que hacéis?
—¿Que en qué consiste? En recitar los sonetos de Shakespeare, no te jode también este. ¡En follar!, ¿en qué va a consistir? Practicamos sexo en vivo, él y yo, follamos. Empezaremos en el Bagdad de Barcelona, y luego iremos a Chueca. Queremos rodar una película porno. A ver si hay suerte, porque estoy sin blanca, no tengo ni para bragas, les tengo que dar la vuelta y usarlas del revés. Imagínate.
—¡Madre mía!

jueves, mayo 09, 2013

Día del cáncer


Ayer fue el día del cáncer y las principales vías de Barcelona estaban tomadas por adorables viejecitas estratégicamente apostadas con el fin de que ningún transeúnte rehuyera realizar su aportación a la causa. Las estuve observando atentamente durante parte de la mañana, siguiéndolas de cerca a hurtadillas, perfectamente escondido, como un dibujo animado de la Warner, detrás de farolas y semáforos, con objeto de estudiar cuál es la estrategia que llevan a cabo para persuadir a la gente de que arroje unas monedas a esa lata con asa de la que siempre van pertrechadas. Tuve ocasión de comprobar que las estrategias que siguen son dispares, siempre en función de las cualidades físicas de las que goce la viejecita de marras. Las hay que se ocultan entre dos coches estacionados o detrás de un contenedor de la basura, y justo cuando pasa alguien saltan como expelidas por un resorte y se plantan delante de su víctima al grito de «¡Venga ese dinerico pal bote»! Otra técnica habitual es la que realizan a duo dos de ellas: una te para y mueve la latita como un sonajero delante de tus narices, mientras la otra, a lo lejos, se va acercando a ti a toda velocidad, subida en lo alto de un monopatín, apoyándose en una sola pierna, y con el brazo completamente estirado y en la puntita del dedo índice la pegatina que te engancha cuando pasa por tu lado como un rayo. 

Os preguntaréis por qué me dedico a espiar a estas ancianas altruistas y bienintencionadas. Sucede que cada año, durante las semanas que veraneamos en Sant Feliu de Guixols, estás mismas señoras —si no son las mismas, se les parecen mucho— toman cada una de las calles del pueblo y no hay forma humana de llegar a la playa sin pasar por caja. Es tremenda su insistencia y su poder de persuasión, y es tremenda, asimismo, la beligerancia que gastan si uno declina participar. Muchas de ellas saben de leyes y te hacen allí mismo un juicio sumarísimo. Luego está el tema de la duración de los días. Mientras que, de normal, el día del cáncer dura eso, un día, en Sant Feliu de Guixols, inexplicablemente, se prolongan una semana. Uno baja a la playa o a desayunar y cada día le sale al paso una de esas incombustibles ancianas, y cuando le preguntas cómo es que en la Costa Brava el día mundial del cáncer dura siete días, entonces la viejecita, de súbito, guarda silencio y la expresión lozana y vivaracha de su cara muda, y pone la mirada perdida, fingiendo estar senil o con Alzheimer, y empieza a temblarle la mano que sostiene la lata, y al final uno se ve obligado a elegir entre echar dinero o llamar a una ambulancia, y prefiere, claro, lo primero.

 Lo aconsejable en Sant Feliu es no perder la pegatina que te engancharon el primer día que contribuiste con tu moneda. Si te cambias de camiseta es importante antes recuperarla y ponerla bien visible en la nueva, y cuando se aproximen a ti con la lata en ristre enseñarla rapidamente. Una vez se me olvidó hacerlo y al ir mostrárle la pegatina, pensando que estaba allí, reluciente en lo alto de mi pecho como la medalla de un general retirado, me di cuenta que no la llevaba, y salí a la carrera, de regreso en casa, a buscarla, y cuando llegué, asfixiado por el esfuerzo y escupiendo lapos del tamaño de una pizza —disculpen que sea tan descriptivo— la anciana estaba esperándome en la puerta, fresca como una rosa, atildada y enjoyada como van todas ellas, perfectamente maquilladas y con ese pelo cardado que parece el azúcar quemado de las ferias, una melena que se erige hacia lo alto del cielo como las llamas congeladas de una fogata, en el interior de la cual, bien disimulada, una vez me fijé y pude descubrir que guardan la lata mientras se toman un descanso en su afán recaudatorio.

martes, mayo 07, 2013

No les votéis


¿Todavía hay gente que duda si volver a votar al PP o no hacerlo? Haced lo que hago yo, es un ejercicio infalible. No falla nunca. Cerrad los ojos. Venga, hacedme caso, sólo será un momento. ¿Ya? Bien, ahora imaginad las ruedas de prensa y las intervenciones de un ministro del PP, por ejemplo, Gallardón. Es el de Justicia, como sabéis. Imaginadlo en su mesa, despachando asuntos que nos conciernen. Que nos conciernen mucho, pues redacta leyes importantisimas que condicionaran nuestras vidas. Por ejemplo, pretende obligarnos a parir hijos enfermos. Imaginadlo por los pasillos del Congreso; imaginadlo entrando en su coche oficial; imaginadlo —uf— haciéndose una fotografía con un bebé que alguien, alguna madre insensata, ha arrojado a sus brazos. Imaginadlo —esto es muy importante, esto es de suma importancia— besando la mejilla de ese bebé. ¿Lo habéis hecho? Bien, ahora sustituid a Gallardón por Rouco Varela. Haciendo exactamente lo mismo que hemos imaginado, imaginad a Rouco Varela escrutando por el ojo de la cerradura lo que hacemos en nuestro dormitorio,  imaginadlo besando a ese bebé, impregnado con saliva su mejilla. ¿Seguís teniendo las mismas ganas de votarlo?