jueves, junio 26, 2008

Recoge Gargajos



Oficios del mundo.
Con este texto inauguro una serie de artículos dedicados a difundir las diferentes profesiones que por una u otra causa están injustamente condenadas a desaparecer.

Lo que es yo le puedo asegurar que me siento orgullosísimo de haber desempeñado semejante labor durante tanto tiempo. Toda mi vida a decir verdad. Y antes que yo la llevó a cabo mi padre, y antes que él mi abuelo, y asimismo el abuelo de mi abuelo, en una saga de Recoge Gargajos que se remonta al principio de los tiempos, cuando los esputos aparecían por doquier debido a que no existía voluntad de buscarles un lugar adecuado. Creo sinceramente que con mi trabajo contribuyo a hacer del mundo un lugar más habitable. En eso no creo que haya nadie en desacuerdo. Y si lo que a usted le interesa, y por extensión a sus lectores, es saber en qué consiste mi trabajo y cómo se desarrolla una jornada normal de un día cualquiera, le diré que lo que hago, de bien amanecido, es situarme en un rincón discreto del lavabo público del Casino del pueblo, concretamente al lado de la escupidera (un recipiente que cuenta con un siglo de historia, pues siempre se ha utilizado el mismo desde que se instauró este servicio municipal. Los primeros veinticinco años no se adquirió otro porque ciertamente el municipio carecía de fondos para desembolsar semejan-te dispendio, y más adelante debido a que se pensó, con acierto creo yo, que con el transcurrir de los años el oficio adquiriría la denominación de atracción turística y la mencionada escupidera el rango abstracto de objeto valiosos por su perfil histórico), me coloco, digo, al lado de la escupidera, para ser más exactos con una mano apoyada en ella, y aguardo a que vayan entrando los clientes a realizar todo aquello que el organismo del ser humano necesita para mantener la máquina en perfecto estado. Ya sabe usted a qué me refiero: orinar, defecar o evacuar, hacer gárgaras o proceder a la extracción voluntaria de sustancias alojadas entre los intersticios de la dentadura, e incluso, créame usted, alguno que otro ciudadano desesperado (e insensato, permita que le diga) que acude con la urgencia de una masturbación apresurada, que de todo hay en la villa del señor, si lo sabré yo que he visto de todo. Y también a lanzar es-putos, o gargajos o escupitajos, como usted quiera denominarlos, y es aquí donde aparezco yo, siempre al quite para corregir el tino defectuoso del ciudadano medio, situando velozmente la escupidera bajo el esputo o gargajo o escupitajo, o dónde yo sospeche que posiblemente se aventurará a caer. Y le puedo decir, con humildad no exenta de orgullo, que desde que yo estoy a cargo no ha habido una sola vez que el esputo o gargajo o escupitajo haya caído fuera de la escupidera. Aunque esté mal que sea yo quien lo diga, ciertamente se necesita una visión de águila y un olfato afilado para adelantarse y acertar a coger al vuelo los residuos orgánicos o efluvios interiores de según qué individuos, habida cuenta algunos ancianos cuya dentadura desdentada provoca inesperados cambios de dirección en el esputo o gargajo o escupitajo expulsado.

Le digo una cosa: la mayor decepción que me he llevado en la vida fue el día en que mi hijo me dio a conocer su decisión de no seguir con la tradición familiar de Recoge Gargajos. No se imagina usted que disgusto. Y es que la juventud está echada a perder, prefieren gastar el tiempo en adquirir cultura, en ir a la Universidad. Yo se lo dije a mi mujer el día que vi a mi hijo con un libro en las manos: este se nos tuerce, le dije. Y efectivamente así fue. Con las expectativas que yo había depositado en él. A partir de entonces cada día que llegaba a casa lo encontraba leyendo o estudiando, y claro, eso no podía conducir a na-da bueno. Y en efecto, la semana que viene se gradúa cum laudem en Técnicas de Investigación Robótica Aplicadas a la Aeronáutica. A ver quién recoge ahora los esputos o gargajos o escupitajos. Perra vida.









martes, junio 17, 2008

El sueño de Martina



Martina duerme como un pequeño y entrañable osezno aquejado de narcolepsia. De siete y media de la mañana a ocho la saco de la cuna, tomo asiento en una butaca situada al lado de nuestra cama, y se zampa un biberón más grande que ella sin apenas despegar los párpados ni mostrar el menor síntoma de que tan opíparo festín haya perturbado su sueño. Luego se despereza. Con restos de leche impregnando el cerco de su boca, lo más que se aventura a hacer es relamerse y esbozar un mohín con sus labios de golosina en señal de felicidad. Hasta que se despierta, de once a once y media, no me quedo tranquilo sino es yendo de tanto en tanto a echar un vistazo desde la puerta entornada. Al abrirla el haz de luz que penetra en la habitación traza un pasillo que conduce a Martina en mitad de la penumbra. Contemplo cómo duerme enroscada sobre sí misma, con el chupete apenas sostenido ligeramente en el borde justo de sus labios, quizá sujetos sólo por los dos diminutos y precoces dientes que apenas asoman en las encías inferiores como dos lágrimas de leche invertidas. Observo con atención sus interminables pestañas, las miro una y otra vez para asegurarme si son de verdad o, como yo creo, producto de mi imaginación. Le miro sus manitas, con las que palpa con sorpresa los objetos que le revelan el mundo. Las manos que a veces, si me acompaña la suerte, cuando de anochecido la tomo en brazos dormida para llevarla del comedor a su cuna, inopinadamente se enroscan en mi cuello y la yema de sus dedos diminutos se adhiere a mi piel, y ese breve trayecto que va del comedor al dormitorio se convierte en el mejor y más intenso momento del día. Observo el pliegue de su cuello que con tanta fruición su madre y yo besamos y soplamos para que rompa a reír. La miro sin descanso y constato el prodigio inefable de cómo ese término tan abstracto llamado amor se cosifica y crece bajo las mismas sábanas donde fue engendrada.


jueves, junio 12, 2008

¿Con IVA o sin él?



He leído en La Vanguardia el caso de dos infelices que intentaron atracar a sendos policías que iban de paisano. No es la primera vez que leo un suceso parecido, y cada vez que he tenido noticia de uno no he podido evitar pensar que hay gente que se obstina en desempeñar oficios o disciplinas para las que definitivamente no han sido bendecidos. Porque digo yo que, de la misma manera que cualquier policía que se precie detecta de inmediato a un facineroso, cabe suponer que un caco curtido identificará con idéntica celeridad y tino a un agente de la ley que anduviera ataviado de paisano.

A mi me produce no poca fatiga asistir a ejemplos parecidos. Y aunque me guardaré mucho de intervenir para hacer desistir a la persona en cuestión, para mis adentro no dejo de entablar una conversación con un yo imaginario que es en realidad la encarnación del tipo que se encuentre en esa tesitura. Pero tío, le digo —me digo—, estás gastando energías tontamente, no ves que no hay nada que hacer, que estás perdiendo el tiempo, que seguramente tú posees muchas otras cualidades para desempeñar muchas otros oficios, de la naturaleza que sea, pero no precisamente ese que te empeñas en realizar a todo trance.

Hay un caso paradigmático al que recurro a menudo. Liberto Rabal, el nieto del actor español Francisco Rabal. A este chaval se le metió un día en la cabeza, o alguien lo persuadió para que efectivamente lo creyera, que los genes lo habían bendecido con un talento parecido al que tuvo su abuelo. Los cojones. Supongo que no ayudó mucho la circunstancia de que Almodóvar decidiera darle un papel en Carne Trémula, en sustitución de Jorge Sanz, a quien el director manchego despidió a mitad de rodaje. En fin, yo he visto actores mediocres, malos, rematadamente malos, pésimos, y a Liberto Rabal, en cuyo honor se debería haber creado en su momento una categoría nueva para que lo incluyera a él. Digo en su momento porque, según creo, ya no se dedica a la interpretación, parece ser que se arruinó al dirigir una película experimental, como si además de buen actor se creyera facultado para dirigir a la manera de un Bergman castizo. Lo último que supe de él es que había participado en el programa Salsa Rosa, dando cuenta de sus miserias personales a cambio de una sustanciosa remuneración con la que paliar su insolvencia galopante.

Recuerdo que en una ocasión el entonces Ministro de Hacienda, Josep Borrell dio a conocer una anécdota en una tertulia radiofónica que recogía un caso que de alguna forma guarda relación con lo antedicho. Borrel contrató los servicios de un pintor para su casa. El Ministro, cuando el hombre hubo concluido su trabajo, le preguntó cuánto le debía, y el buen pintor, ni corto ni perezoso, le preguntó al mismísimo Ministro de Hacienda si lo quería con IVA o sin él. O el tipo era un inconsciente, o rematadamente despistado (y debía serlo mucho, pues tengo para mí que ningún otro ministro es tan reconocible como el de Hacienda. Uno no olvida la cara de quien se queda su dinero o el que asimismo lo provee de él), o adolecía de la picardía o el tino para detectar a quién formularle o no esa trascendental pregunta sobre el IVA.

Lo peliagudo, supongo yo, es saber detectar cuándo uno reune las condiciones que lo hacen merecedor de pertenecer a ese grupo. Quiero decir que yo, por ejemplo, pudiera hallarme en él sin saberlo. Sin ir más lejos, hasta hace bien poco practicaba el baloncesto convencido de que algún día los Chicago Bulls me elegirían en el número uno del draft, el dos a lo sumo. Seguro que alguno habrá lanzado una media sonrisa sardónica y se habrá preguntado qué es lo que finalmente me hizo desistir de esa idea descabellada. ¿Qué os hace pensar que he desistido?


jueves, junio 05, 2008

Yes we can



A propósito de la entrada de ayer, me gustaría mostraros un vídeo que posiblemente hayáis visto ya (no en vano circula desde hace meses en Internet), si no entero seguramente sí algún fragmento que hayan emitido en los informativo. Se trata de un video clip que varios artistas estadounidenses rodaron en apoyo a Barack Obama. La letra de la canción está inspirada o extraída del contenido de un discurso, al parecer extraordinario y muy brillante, que Obama dio en el decurso de estas reñidas primarias que presumiblemente concluyeron ayer. Según admiten hasta sus más enconados detractores, Barack Obama es un orador excepcional dotado de un verbo ágil, seductor y persuasivo, al punto que sería capaz de convencer al mismísimo Rouco Varela a que participara con desatado entusiasmo en las manifestaciones del Día de Orgullo Gay, con un piercing meciéndose del pellejo de su ombligo reseco y un tanga de leopardo por todo atuendo, mostrando a la muchedumbre de gays exaltados concentrados en torno a él la piel de papiro de sus santas posaderas.
La canción es extremadamente pegadiza y, ciertamente, invita a unirse a los millones de votantes que están convencidos de depositar su confianza en este negro delgado y nervudo. La canción se titula Yes we can.



miércoles, junio 04, 2008

Repulsión



Obama ha vencido a Hillary Clinton en unas primarias encarnizadas en la que los puñales volaban de un candidato a otro con verdadera voluntad de matar. Finalmente será el primer negro que aspire a presidir Estados Unidos, y por extensión, mal que nos pese, buena parte del mundo. Yo soy escéptico, sostengo que aún está por ver que los demócratas venzan en las presidenciales de noviembre, habida cuenta el color de piel del candidato. Por más desastrosa que haya resultado ser y en efecto sea la debacle mundial que ha provocado el ignaro Bush y su cohorte de asesores, forajidos de insana ambición que merecen perecer colgados por los testículos con hilo de pescar, tengo para mí que la magnitud del castigo por la hecatombe causada, colocar a un negro en la Casa Blanca, no entra en los planes del norteamericano medio, o es en todo caso un altísimo precio que no sé yo si se avendrán a pagar en un país que hasta hace bien poco, no se olvide, ponía en práctica políticas racistas, verbigracia Rosa Park y tantos otros.
En todo caso, y sospechando cuál es la idiosincrasia del ciudadano norteamericano, si efectivamente un negro acabara apoltronado en el sillón del despacho oval, sería un acontecimiento inédito, y perfectamente podría ser tomado como un castigo a Bush. Sería la prueba definitiva de que Bush ha resultado ser, con mucho, el peor y más aborrecible presidente de la historia, lo cual no es baladí, pues los norteamericanos practican veneración a la figura del ex presidente. A cambio de los servicios prestados le ceden un lugar de privilegio en las complacientes páginas de la posteridad, desde las cuales se complacen en contemplar el devenir del país con la mirada altiva de quien se considera imprescindible. Lo hicieron incluso con Richard Nixon, que les mintió sin pudor al extremo de acabar dimitiendo por el caso Watergate, y aun y así, a su muerte, no ahorraron palabras de elogio hacia la figura de semejante embaucador.
Ya que nadie devolverá la vida a los cientos de miles de personas que han muerto por culpa de Bush, sería bueno que, en adelante, no se le rindiera tributo alguno, se le soslayara sin pudor, y cada vez que se le mencionara se hiciera como quien lanza una blasfemia, como el que esboza una mueca de asco, como el que tuerce el gesto por repugnancia, como al que le sobreviene un vómito que mal que bien reprime con los labios fruncidos.