Mostrando entradas con la etiqueta Sant Feliu de Guixols. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sant Feliu de Guixols. Mostrar todas las entradas

sábado, agosto 06, 2011

Más Sant Feliu de Guixols

Martina ha adquirido una habilidad inusual en el tío vivo que pone de manifiesto cada vez que algún padre incauto echa un euro. Se arroja de montura a montura cuando no hace el pino en la silla apoyándose en una sola mano mientras con la otra crea unas pompas de jabón perfectas. Demuestra tanta destreza descendiendo por la barra del carrusel que me preocupa que en el futuro decida dedicarse a ser streper en lugar de a cirujana o arquitecta, que son dos de las opciones que yo contemplaba. Por debajo de eso me decepcionaría y no la dejaría entrar en casa.

La resma de libros de los que he venido cargado a Sant Feliu no desciende. Estoy leyendo menos de lo que esperaba, y lo que es peor: a salto de mata. En cambio, salgo a correr cada dos días. Cualquiera diría que me estoy preparando para unas olimpiadas. El penúltimo se me sumó un joven con síndrome de Dow. Me vio pasar junto a él, se sitúo a mi lado, y corriendo ambos al trote nos íbamos saludando simultáneamente. En realidad me saludaba él, yo respondía mal que bien. No soy capaz de correr y hablar a la vez. Al final se cansó y desistió, no sin antes despedirse con un saludo ostentoso y casi afligido, como si de verdad pensara que no me volvería a ver en la vida. Yo creo que hasta le di algo de lástima. Debió de verme muy fatigado, con los mofletes rojos y resollando como un asmático, y pensó: dos telediarios, a este pobre le quedan dos telediarios.

En La Vanguardia refieren la noticia publicada por The Economist, que sostiene lo que no hace pocas semanas vino a decir tan ingeniosamente Felipe Gonzalez: Rajoy va a alcanzar la orilla sin dar una sola brazada, haciéndose el muerto.


Me inquieta la empatía que Martina pone de manifiesto por sus propias defecaciones. Como es costumbre, cada vez que hace caca me llama para que la limpie y, de paso, levantamos acta del aspecto y forma de sus caquitas. Si la fisonomía de las mismas es dispar, esto es, conviven unas de mayor tamaño con otras diminutas, toma partido por las pequeñas, les presta especial atención y observa: "Papa, ¿has visto las pequeñas? Ay, qué monas son.", como si se refiriera a una camada de tiernos cachorros.



lunes, julio 25, 2011

En Sant Feliu de Guixols

Martina es un animal social. Y lo es tanto más cuanto menos lo somos su madre y yo. Que lo somos poco. Yo soy capaz de cambiar de acera si a lo lejos detecto a algún conocido con el que no me vaya a quedar más remedio que departir un rato de banalidades si no realizo ese requiebro en mi trayecto.

En cuanto a Pilar, que sea ella que le argumente su desapego a las relaciones sociales, pero ya adelanto que poco ayuda a hacer amistades proferir un gruñido como respuesta a un ¿cómo estás?

Por si fuera poco, Martina es además una niña que en realidad es muchas. Quiere esto decir que se mueve tanto y es tan activa que parece que tengamos trillizas. Insisto en que no sé a quien se parece. Lo que es a mí, ya digo que no. Cuando yo era pequeño me movía menos que un gato de escayola. Era mi madre decirme no te muevas de aquí, y yo ni pestañeaba. Más de una vez algún transeúnte me había arrojado algunas monedas, lo cual me sitúa, no es broma, como el pionero y precursor de las estatuas vivientes que ahora proliferan en medio mundo.

Mientras Pilar y yo desayunamos en el Fornet de Sant Feliu de Guixols, Martina va de aquí para allá, haciendo más amistades en una hora y media que su madre y yo en un año. No quiero pensar en el día que se abra una cuenta en Facebook. De soslayo, mientras su madre y yo engullimos el desayuno y leemos la prensa y El Cuore y cuanta revista se pone a tiro, observamos cómo va tejiendo su red de amistades, a las que se camela mediante una verborrea desatada y la ayuda de los diversos instrumentos y juguetes con los que carga de casa a ese efecto, porque parece ser que ya ha adivinado, qué precoz, que nada se obtiene si no es a cambio de algo.

De tanto en tanto se acerca a nuestra mesa e intercambia algunos de esos objetos que emplea para atraer al personal. Cuando no funcionan las pompas de jabón (que normalmente son tremendamente efectivas, habida cuenta que su padre, un servidor, ha comprado glicerina, el componente definitivo para lograr pompas del tamaño de una pelota de baloncesto. El otro día, sin ir más lejos, eché más glicerina de la cuenta y la pompa de jabón enorme empezó a ascender con Martina cogida a ella y yo me lancé en plancha para agarrarle de los pies justo cuando estaba a la altura de dos pisos) viene a nuestra mesa, deposita el aparato de hacer pomas y lo cambia por sus diversos muñecos, entre los que se encuentra uno de los enanos de Blancanieves, el gruñón, y una princesa y no sé qué más.

El caso es que la hemos observado un rato, y hemos visto cómo se ha camelado a un abuelo con su nieta. Ha estado un rato con ambos, y yo no dejaba de observar a mi pequeña pronunciando una conferencia sobre sabe Dios qué tema, y el abuelo la miraba en silencio con una sonrisa de oreja a oreja, y seguro que el buen hombre pensaba lo mismo que yo: a esa niña la dejan un día a solas con palestinos e israelíes y soluciona el conflicto en menos que canta un gallo, unos y otros abandonan la sala de la mano, corriendo detrás de las pompas de jabón que va lanzando mi niña.

Cuando al final al hombre y a la nieta no le ha quedado más remedio que marcharse, Martina los ha perseguido y a voces le gritaba a la nieta: te echaré de menos.