martes, diciembre 18, 2012

Los Mayas


Las predicciones de los Mayas pueden perfectamente haberse cumplido ya, o estar camino de hacerlo, si entendemos por destruir el mundo no la extinción de todas las especies y la hegemonía de un mundo desolado y deshabitado, sino una extinción moral.

Conversaciones con Martina (48)


Mi mujer, a Martina:
-Niña, ven aquí.
Martina:
-No me digas niña, ¿o te gusta a ti que te llamen señora? ¿Verdad que no te gusta que te llamen señora? Pues a mi no me gusta que me llamen niña.

domingo, diciembre 09, 2012

Terminator

Cameron fue un visionario. Las máquinas dejarán de estar subordinadas a nosotros. El diccionario predictivo del Iphone constituye el primer estadio. Son los primeros balbuceos de un lenguaje propio.

domingo, diciembre 02, 2012

Conversaciones con Martina. (47)

Estaban dando en la tele Las normas de la casa de la sidra. Martina ha venido de su habitación en el momento en el que Charlize Theron aparecía desnuda, así de espalda, con el culito al aire, muy relajada ella después de hacer el amor. Martina se la ha quedado mirando y nos dice a su madre y a mí:

—Mira, esa chica es pobre, no tiene ropa.

viernes, noviembre 30, 2012

De literatura y series

Recientemente un amigo y yo nos enzarzamos en una discusión que tenía por objeto dirimir el carácter efímero o no del fenómeno exitoso de las series de televisión. Él estaba convencido de que más pronto que tarde tocaría a su fin, y en semejante circunstancia no nos quedaría más remedio que consolarnos revisando todas aquellas teleseries que tanto placer nos habían deparado durante este periodo irrepetible. Yo reaccioné con inusitada hostilidad y me negué a aceptar esa hecatombe. Y a vuela pluma, como quien no quiere la cosa, me aventuré a realizar una afirmación sobre la que en realidad no había reflexionado nunca o no lo había hecho en detalle: mientras exista la literatura existirán las series.

 En lo que a mí respecta salta a la vista que todas las ficciones televisivas poseen, de una u otra forma, un origen literario sobre el que no cabe discusión. Basta echar la vista atrás y llevar a cabo un ejercicio de arqueología televisiva para darse cuenta de que la mayoría de las series que se crearon antes de que sobreviniera el fenómeno actual, eran directamente traslaciones a la pequeña pantalla de obras literarias de mayor o menor enjundia. Así, a bote pronto, recurriendo estrictamente a mi memoria personal de consumidor habitual desde la infancia, me vienen a la cabeza Hombre rico hombre pobre, Raíces, Norte y Sur, Fortunata y Jacinta, Los Gozos y las Sombras, o Cañas y Barro. Productos que se ajustaban al género folletinesco del XIX o a la literatura realista inaugurada por Flaubert, en la medida en que poseían un componente fundamentalmente lúdico. El lector/espectador asistía como forma de entretenimiento al desarrollo argumental y se incorporaba con entusiasmo a la sucesión de peripecias, y experimentaba empatía hacia los personajes, pero lo hacía sin poner en riesgo su identidad como sujeto en tanto no existía un proceso de identificación psicológica. Se trataba de meros espectadores de experiencias ajenas mediante las cuales, a lo sumo, se podían hallar patrones sociológicos antes que psicológicos.

En las mejores series de hoy persisten aun las técnicas y los motivos recurrentes de la literatura de los clásicos. Qué duda cabe que Boss constituye una extraordinaria reformulación de la tragedia griega y de los dramas shakesperianos. Detrás del exceso de testosterona de Sons of anarchy, de las explosiones y el rugir atronador de las motocicletas, asoma la figura desvalida de Hamlet. La cuarta temporada de Fringe concluye con una referencia explícita a uno de los episodios más conocidos del libro de libros por excelencia: la Biblia. Lost, además de las múltiples referencias literarias diseminadas por toda la serie, comparte con The Killing y con la primera temporada de Damages un uso prodigioso de una de las viejas convenciones del género narrativo: atrapar la atención del lector formulando preguntas cuya respuesta queda en suspenso, un recurso habitual del que, en origen, echaban mano los escritores de novelas por entregas para asegurarse el sustento, gracias a un público fiel que no solo aguardaba con impaciencia la resolución del misterio, sino que estaba dispuesto a pagar por ello.

Sin dejar de recurrir a aspectos de la gran literatura de todos los tiempos, las series de televisión han acabado incorporando a los grandes renovadores de la novela del XX: Kafka, Joyce, Proust y Virginia Woolf irrumpen con el psicoanálisis de Freud bajo el brazo, y en consecuencia la primacía de la trama y el narrador omnisciente ceden todo el protagonismo al individuo.

Sabemos que el escritor construye personajes a partir de rasgos propios o de modelos cercanos a los que estudia con suma atención. Si es un buen observador —y un escritor está obligado a serlo— nada escapa a su escrutinio. Observa y observa con paciencia de entomólogo hasta que la persona que es objeto de su análisis se relaja y deja de supeditar su comportamiento al conjunto de normas establecidas que rigen el grupo al que pertenece. O, por así decir, hasta que deja de fingir y emergen a la superficie aspectos de su personalidad que en circunstancias normales prefiere ocultar. Entonces, y solo entonces, sale a la luz la materia con la que trabajará el escritor. Y esa minuciosa exploración de hábitos personales desemboca en un estudio psicológico pormenorizado, profundo, revelador, y el lector, y por tanto el espectador, se ve abocado sin remedio a un proceso de identificación. Un proceso que puede parecer espantoso pero que en realidad constituye uno de los instrumentos más valiosos que tenemos a nuestro alcance para conocernos; una herramienta, en suma, para saber que en cualquiera de nosotros o de quienes nos rodean habita un Tony Soprano, que cualquiera de nosotros o de quienes nos rodean alberga un Walter White, que cualquiera de nosotros o de quienes nos rodean, ay, esconde un Dexter Morgan.

 En este escenario de crisis en el que a diario se vaticina la irrupción del Apocalipsis, y en el que la presencia de la imagen es hegemónica, habrá quien se sienta tentado a sostener que la literatura y, por tanto, las series, tienen los días contados. Permítanme que disienta. Permítanme incluso no solo disentir sino negarlo categóricamente. Eso no sucederá jamás. No mientras exista un lunático, un pobre pero feliz lunático encerrado en una habitación durante horas, a solas frente a una hoja en blanco, realizando juegos de orfebrería con el lenguaje.

sábado, noviembre 03, 2012

Lo sabe


Acabo de hacer algo muy pedante que siempre había querido hacer. En el trabajo, se me ha acercado un hombre, un mexicano con el que tengo un trato esporádico, y me ha dicho: «Así que te llamas Arcadio, qué curioso, como el Arcadio Buendía de Cien años de soledad, ¿sabes quién es?».

Y entonces lo he hecho. No me he podido reprimir. He posado mi mano en su hombro y, de corrido, del tirón, he recitado el principio del libro de Gabo:

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en el que su padre lo llevó a conocer el hielo».

El tipo ha estallado en una sonora carcajada y ha estrechado mi mano mientras repetía: «¡Lo sabe, lo sabe!».

jueves, noviembre 01, 2012

Y Marías dijo no


Cabe la posibilidad de que a partir de ahora se produzca una oleada de artículos que reflexionen en relación a Javier Marías y su controvertida decisión de renunciar al Premio Nacional de Narrativa. Me he tomado la libertad de realizar una glosa de urgencia de las conclusiones a las que llegaran todos esos textos a fin de ahorrarles a ustedes prolijas lecturas de disertaciones fatigosas. Pero no se lleven a engaño, ni soy una ONG ni mi acto obedece a un arrebato de altruismo intelectual. En realidad pretendo ganarlos como lectores porque estoy harto de vivir en la misma casa en la que viven mis dos únicas lectoras: mi mujer y mi hija.

Las conclusiones que alcanzarán esos artículos se acabarán reduciendo a dos que no solo no se excluyen sino que se complementan. La primera  de ellas pondrá énfasis en la animadversión que al autor de Tu rostro mañana le inspira la figura devaluada de los políticos en particular y de las instituciones públicas en general, a las que el escritor fustiga sin descanso en artículos y entrevistas. Y para datar el principio de la ojeriza de Marías se remontarán en el tiempo y darán buena cuenta del trato del fue objeto su padre, el filósofo Julián Marías. Encerrado en prisión por la delación de unos de sus mejores amigos, salvó la vida casi de forma milagrosa pero fue condenado al ostracismo intelectual y a no ejercer la docencia universitaria, circunstancia que se corrigió transcurridos algunos años, lo que no fue suficiente para que en democracia ninguna institución tuviera a bien reparar el oprobio y reconocer con un premio la contribución literaria del filósofo.

 La segunda conclusión en torno a la que disertaran los artículos tendrá por objeto la condición un tanto belicosa de Marías, que le ha granjeado no pocas antipatías y una reputación de escritor airado. Marías, más que cualquier otro autor español actual (con la salvedad de su colega Arturo Pérez-Reverte, con quien parece que se disputa el primer puesto de escritor que la lía más gorda), parece poseer, en efecto, una predisposición natural para aglutinar afrentas e involucrarse en toda suerte de rencillas y litigios, y no desfallecer hasta que le asiste la razón en todos aquellos asuntos en los que cree que está de su lado, como bien saben Gracia y Elías Querejeta, directora y productor de El último viaje de Robert Ryland, película inspirada en Todas las almas, a los que el escritor llevó a los tribunales porque consideró que el filme no respetaba la obra, lo cual, dicho sea de paso, era cierto. Marías no cesó hasta que la justicia le dio la razón y su nombre y el de la novela fueron eliminados de los títulos de crédito.

Una vez resumidas las conclusiones a las que llegarán los artículos de marras, les confesaré que uno no entiende cómo es posible que habiendo indicios suficientes para suponer que Marías rechazaría el premio, el jurado se ha empeñado en concedérselo. En mi modesta opinión se necesita padecer un déficit de atención notable para no haber acertado a detectar las pistas que Javier Marías ha dejado caer durante todo este tiempo. Para empezar, bastaba repasar sus textos. Se aducirá que Marías es un autor muy prolífico que cuenta con millares de artículos en su haber. No es excusa. El número en los que se ha quejado ha sido tan considerable que de haberlos depositado todos en un saco y extraído uno al azar las probabilidades de sacar el único en el que no lo había hecho eran escasas. Pero si uno es indulgente y pasa por alto ese desliz, se da de bruces con otra negligencia similar, si no más grave: Marías había rechazado este mismo año otro premio dotado de quince mil euros, al parecer aduciendo las mismas razones. Bastaba, entonces, que alguien en el Ministerio de Educación sumara dos más dos. Así las cosas, digamos que uno es benevolente y se aviene a comprender que en el Ministerio de Educación todos sus integrantes son estrictos hombres de letras y, como tales, rompen a temblar y a sudar en presencian de una suma, y, por tanto, no se creen cualificados para realizar una operación aritmética de semejante calibre. En ese caso, bastaba, creo yo, echar mano de hemeroteca y rescatar estas palabras pronunciadas por Marías: «No recibiré ningún premio institucional». Habrá quien argumente que la frase es ambigua y alambicada y se retuerce sobre sí misma, como todas las frases de Marías, y que para desentrañar su verdadero sentido se precisaba un manual de retórica y hermenéutica del que en esos momentos se carecía en la sala donde deliberaba el jurado, porque el único manual con el que contaban había sido sustituido por una flamante colección encuadernada en tapa dura con incrustaciones en oro de los ejemplares del Marca, cuya lectura, parece ser, es obligatoria en el Ministerio.

No faltará quien sostenga que se trata de una estrategia deliberada del ministro para que la cuantía del premio se quede en las arcas del Estado. Es posible. Tampoco faltará algún iluminado que acuse a Marías de proceder con resentimiento, como si el ejercicio de la escritura redimiera a un escritor de su naturaleza humana o la literatura, ay, ayudara a manejarse en la vida con emociones distintas a la de cualquier otro ciudadano.

domingo, octubre 07, 2012

Diario

En una entrada de sus Diarios, Iñaki Uriarte reflexiona sobre El Quijote y sobre la estupidez de realizar una lectura excesivamente trascendente para una obra que, en su opinión, fue concebida como un puro divertimento, como una historia de humor disparatada. Más adelante expresa una opinión parecida respecto a Shakespeare. Lo que viene a decir, en suma, es que la sesuda crítica académica se ha empeñado -se empeña- en sobredimensionar las obras literarias, procurándoles múltiples lecturas, todas ellas mucho más complejas y peregrinas que la que en realidad pensó el propio autor. Estoy de acuerdo. Y en cierta forma es lógico que obren así. Todos los trabajos críticos que va acumulando una obra son una forma de asegurar su permanencia, su intemporalidad, y si la obra persiste en el tiempo y se hace imperecedera también lo hará la profesión de crítico. Y así debe de ser. No cabe duda de que la critica literaria es necesaria, siempre y cuando se dediquen a enseñar a leer en lugar de realizar ejercicios de estilo mucho más crípticos que la obra que reseñan.


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De vez en cuando todavía me asalta un pálpito de mala conciencia por no haber llorado en presencia del cadáver de mi padre.


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Se aplaude la mayoría silenciosa en detrimento de quienes se manifiestan, es decir, la ruidosa, la que reclama sus derechos con estridencias innecesarias. Podían haber dicho lo mismo cuando estaban en la oposición y promovieron todo tipo de movilizaciones contra el Gobierno de Zapatero, todas ellas, en mi opinión, moralmente mucho menos legítimas que las que hoy llenan las calles.







jueves, septiembre 27, 2012

Diario

Le asalta a uno la sensación de que esta desesperación colectiva acabará desencadenando un estallido social de consecuencias imprevisibles. Hace unos días un ex general retirado comentaba en una tertulia radiofónica que desde una perspectiva histórica estamos viviendo un estado pre bélico similar a los que precedieron a las guerras del siglo XX. Solo había que conocer un poco de Historia para llegar a esa conclusión, decía. 

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Presencia uno con esperanza a ese camarero que en Madrid se parapetó en la puerta de su local e impidió a la policía entrar en su bar en busca de algunos manifestantes que se habían refugiado huyendo de las porras y las bolas de goma, y aun así creo que depositar la confianza en el sentido común individual no es suficiente frente a la  reacción de una muchedumbre iracunda.




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Siempre me ha parecido detectar un matiz peyorativo en la fortísima vinculación que se atribuye a la familia mediterránea con respecto a la cacareada emancipación anglosajona. Se dice a menudo que mientras un joven de Inglaterra se emancipa en cuanto tiene oportunidad, uno mediterráneo demora indefinidamente la salida y además, cuando por fin se marcha, lo hace manteniendo una dependencia y vinculación familiar a prueba de toda distancia. No sé si la naturaleza de esa relación merece el desdén con el que se habla de ella, pero es bien cierto que ahora mismo, en estos momento de crisis descomunal, ese vínculo afectivo familiar, paradójicamente, es lo que está impidiendo que los millones de desempleados resistan y accedan a algún tipo de sustento y no acaben encabezando una revolución social.




La semana pasada empezó una nueva edición del Festival de cine de San Sebastián, lo cual me hace recordar, y así deseo que conste por escrito, que uno de los deseos que me gustaría cumplir antes de morirme sería pasar unos días en la ciudad coincidiendo con la celebración del festival, y ponerme hasta el culo de comer pinchitos y de ver películas. 



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Una de las profesiones que más envidio es la de crítico cinematográfico. No se me ocurre mejor forma de ganarse la vida que la de viajar por todo el mundo acudiendo a festivales con todos los gastos pagados. Cuando leo a un crítico quejarse de su trabajo me entran ganas de llevarlo a una cantera en medio del desierto del Gobi para que lo devoren las hormigas de arriba abajo hasta que solo queden los huesitos relamidos para echar al caldo.













lunes, septiembre 24, 2012

Diario

Debería dejar el deporte y ponerme a fumar y a beber como si el mundo se acabara mañana. He caído en la cuenta de que reúno el perfil del típico tío que fallece prematuramente a pesar de no haber cometido excesos.  Cuántas veces no habré formado yo parte del clásico rondo que se crea a la salida del sepelio y exclama: "¡Pobre, con lo que se cuidaba!"


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Mientras que escribir constituye una fuente permanente de desazón que tiene que ver con la imposibilidad de expresar con exactitud, mediante la escritura, lo que tienes en la cabeza, dibujar es una gozada sin fin, es entregarte a un juego ancestral que te remite a la infancia, y además es una disciplina en la que uno se siente tanto más seguro y más hábil cuanto más tiempo transcurre.



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 Lo bueno de dibujar es que puedes escuchar la radio mientras lo haces. Escucho Catalunya Radio, Julia Otero, programas de cine como La finestra indiscreta o La claqueta, o Carlos Herrera. Este último no sé en qué momento se radicalizó tanto. Seguramente habrá sido una circunstancia progresiva, un dejarse llevar por la ira que ha desembocado en resentimiento. Cuando empecé a escuchar su programa, hace bastantes años, ni de lejos dejaba entrever su tendencia política. Ahora casi produce vergüenza ajena el trato que dispensa a los políticos de izquierda en relación al compadreo que se trae con los de derecha. Supongo que algo tendrá que ver que fuera amenazado por ETA y el exilio forzado en Miami al que se vio obligado. Por alguna razón que desconozco se siente resentido con la izquierda y no con la derecha. Según he leído le mandaron un paquete bomba a la emisora y subió con él en el ascensor antes de descubrir que en efecto era un artefacto explosivo.


martes, septiembre 18, 2012

Diario


A veces imagino un mundo dominado por una turba de radicales religiosos y solo pienso en tener a mano una cápsula de cianuro.


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Yo no soy independentista, pero respeto y entiendo a los que lo son, siempre y cuando les asistan razones históricas y, por tanto, responda a un sentimiento legítimo e ineludible de desapego o falta de empatía hacia una sociedad a la que se percibe como ajena, como extraña. Creo, en cambio, que es moralmente reprobable apuntarse solo por causas económicas. No sé, parece que haya algo de mezquino y codicioso.


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Cada vez que paso por un parque y veo plantada la canasta de baloncesto en medio de la arena, me subo por las paredes. ¿Quién coño se va a poner a votar una pelota de baloncesto en un pedazo de terreno lleno de socavones, piedras y matojos? Colocar una canasta en semejantes condiciones denota una falta de respeto al ciudadano. Es síntoma de que el político de turno se ha limitado a cumplir el expediente sin preocuparse si lo ha cumplido correctamente. Coño, ya que haces el trabajo, hazlo bien, mamón.


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A las 16h pasan en Telecinco El hombre que susurraba a los caballos. Lo anuncio mientras tomamos el vermut, y todos me miran con desprecio y estupefacción. ¿Te gusta ese truño?, me preguntan. No sé qué pasa con esa película que no le gusta a nadie que conozco mientras yo no me canso de verla.

 



domingo, septiembre 09, 2012

Conversaciones con Martina. (46)

Martina juega en el patio bajo la mirada atenta de su abuelo. En torno al cuello le cuelga un collar de gruesas bolas de colores, de madera. Su abuelo observa cómo de repente se coloca el collar sobre la boca y lo sube un poco por encima de la nuca, y empieza a efectuar extraños bufidos.
-¿Qué haces, Martina? -le pregunta su abuelo.
Martina se acerca a mi suegro, y le responde:
-Es que he fumado mucho toda la vida y ahora tengo que llevar oxígeno.

miércoles, septiembre 05, 2012

Conversaciones con Martina. (45)

En televisión hablan del premio Principe de Asturias a Xavi y Casillas. Martina toma asiento a mi lado y los dos miramos la tele. Pasan imágenes de archivo de los dos jugadores. De repente, Martina me pregunta:
-Papa, ¿por qué se ha ido el entrenador del Barça?
-Porque llevaba mucho tiempo entrenándolo y estaba cansado. Se ha ido a Nueva York a descansar.
-¿Pero volverá?
-Algún día, supongo.
Entonces esboza una expresión indeterminada, como una mezcla de nostalgia y pesar, como la del gato de Shrek cuando quiere inspirar pena, y dice:
-Es que lo echo de menos.


Conversaciones con Martina. (44)

Durante un paseo, Pilar y mi hija se cruzan con una amiga de Martina, que también pasea acompañada de su madre. La mujer le pregunta a Martina si tiene ganas de empezar el colegio.
-No -le ha respondido Martina.
 De regreso a casa, durante la cena, Pilar le vuelve a preguntar:
-¿No quieres volver al cole?
-No, mama; ya se lo he dicho a tu amiga cuando me lo ha preguntado.
Pilar guarda silencio, y, quizá, una sucesión de imágenes le vienen a la mente; la falta de entusiasmo que despierta el colegio como el origen de una hija descarriada aficionada a la litrona que deambula por los parques en compañía de tipos ataviados de mallas de leopardo, cuya única preocupación en la vida es quitarle las bragas a su hija detrás del primer matorral que le salga al paso.
Martina mira a su madre, y dice:
-Es lo que hay, mama.

lunes, septiembre 03, 2012

Conversaciones con Martina. (43)

Estoy de rodillas frente a Martina, atándole los cordones para llevarla a casa de su abuela. Me dice:
-Papa, recuerda que me tienes que preparar el bañador.
-Ya lo he hecho -le respondo.
Me rodea con los brazos y con la palma de la mano abierta me propina varias palmaditas en la espalda mientras dice:
-Buen padre.

lunes, agosto 27, 2012

Conversaciones con Martina. (42)

Martina y su madre están en la playa. De repente, Martina estira el brazo y le toca los pechos a su madre y le pregunta:
-¿Cuando yo sea grande tendré las tetas grandes o pequeñas?
-Seguramente grandes, porque todas las chicas de la familia las tenemos grandes -responde Pilar.
Martina medita un segundo y vuelve a preguntar:
-¿Y si las tengo pequeñas seguiré siendo de la familia?

jueves, julio 26, 2012

Como el ministro Gallardón gobierna en función de sus creencias personales, parece ser que aprobará por ley que toda cópula que se realice en el dormitorio conyugal o habitaciones adyacentes, se llevará a cabo mediante la técnica del misionero. Cualquier otra variedad será considerada una temeridad física que pondría en peligro la integridad física del miembro viril (conocido popularmente como pene, rabo, polla, nabo, cipote o pollón), y como dicho miembro no solo no es independiente de la entrepierna de la que cuelga, sino que para muchos es el único cerebro legítimo que posee el hombre, deberá, como parte esencial pensante, ser protegido de toda posible agresión que el hombre se aventure a perpetrar, por lo que se resuelve que todo intento de penetración que se realice con otra técnica que no sea la del misionero será considerado un delito o falta grave. Asimismo, en tanto el pene, rabo, polla, nabo, cipote o pollón es considerado cerebro del hombre, se pone en conocimiento de la ciudadanía de que cualquier intento de cubrirlo con un preservativo será considerado intento de homicidio por asfixia, y, en consecuencia, conllevará penas de prisión.

jueves, julio 12, 2012

El imbécil

Yo voté al PP.
¿Y eso?
¿Qué pasa? A ver si uno no va poder votar a quién le dé la gana.
Faltaría más. Solo que me parece raro que un camarero vote a la derecha.
Pensé que arreglaría la crisis.
¿Habías bebido ese día?
¿Qué día?
El día que pensaste eso.
No.
¿Te habías drogado?
No
¿Te habías golpeado en la cabeza?
Tampoco.
¿Seguro? ¿No recibiste en la cabeza el impacto de algún objeto punzante o similar?
Te digo que no.
¿Y entonces cómo llegaste a esa conclusión?
¿A qué conclusión?
Coño, a la de que la derecha arreglaría la crisis.
Siempre lo ha hecho, ¿no?
¿Siempre cuándo?
Históricamente, la izquierda crea las crisis, y la derecha las soluciona.
Los cojones. ¿Lehman Brothers es de izquierda?
¿Quién?
Mi prima la tonta. ¿Y Goldman Sachs? ¿Son comunistas los de Goldman Sachs ?
¿Quiénes?
Goldman Sachs, tío, los que falsificaron las cuentas para que Grecia pudiera entrar en Europa.
Ah, sí.
¿Te parece a ti que esos son de izquierdas?
No sé qué decirte.
¿Crees tú que en Goldman Sachs se mueren de ganas por hacer políticas de izquierdas y repartir sus fortunas entre los más necesitados?
Ni puta idea.
Ya veo. ¿Y Mario Draghi? ¿Crees que Mario Draghi es comunista?
¿Quién?
Mario Draghi, el Presidente del Banco Central Europeo.
¿Qué pasa con él?
Antes de presidir el Banco Central Europeo trabajó para Goldman Sachs falsificando datos para que Grecia pudiera entrar en la Unión Europea.
Anda ya. Cómo va a elegir la Unión Europea alguien que ha estafado a la Unión Europea. Ni de coña.
Lo hizo.
¿Seguro?
Ya te digo.
Bueno, sus razones tendrían.
¿Y a ti te parece que todo eso lo hicieron seguiendo criterios de políticas de izquierdas?
Coño, es que haces cada pregunta.
¿Y Bankia?
¿Bankia?
Sí, Bankia, ¿te parece que Bankia es una empresa creada por bolchiviques?
¿Bolchequé?
Bolcheviques. ¿Te parece que Bankia nació con la idea de repartir la riqueza entre el pueblo?
Vete tú a saber.
Tu eres tonto.
No.
No era una pregunta.

domingo, julio 08, 2012

Las siestas de mi mujer

Mi mujer hace dos horas que duerme. Las siestas de mi mujer vienen durando eso: de dos horas y media a tres. Un rato largo, vaya. Ahora ya me he acostumbrado (qué remedio), pero antes, uy, antes era un melodrama terrible, porque yo confundía sus letargos de osa que hiberna con una defunción en toda regla, con un deceso fulminante, y, claro, después de los sollozos de rigor, yo llamaba a los de la funeraria, (no me gusta ir dejando cadáveres por el medio para que cualquier despistado se tropiece con él), y los de la funeraria acudían raudos, diligentes, y justo cuando iban a introducirla en el cajón, cogiéndola por las axilas y los tobillos, mi mujer se desperezaba y abría los ojos y profería gruñidos con los que anunciaba que ya estaba de vuelta, y los de la funeraria, entonces, se llevaban un susto de dos pares de cojones. Casi se meaban encima, vaya. "Ay dios, pavernosmatao", exclamaba el más entrado en años, llevándose la mano a la altura del corazón, y al final se marchaban pitando de casa, reprochándome que les gastara esa broma de mal gusto. Yo trataba de explicarme, pero ellos no atendían a razones, no me creían, decían que no hay persona en este mundo que duerma así. Vaya, lo mismo que pensaba yo antes de conocer a mi señora.

martes, mayo 29, 2012

Conversaciones con Martina (41)

-Papa, ¿si un policía hace algo malo lo meten en la cárcel?
-Sí, claro.
-¿Y alguien de nuestra familia ha estado en la cárcel?
-Ehhh...no.
-¿Por qué?
-Porque no han hecho nada malo.
-Yo sí, pero no habéis avisado a la policía.

martes, mayo 01, 2012

Conversaciones con Martina (40)

Estamos en la Fnac. Martina se detiene delante de todos los juguetes y de todos los cuentos.
-Papa, quiero que me los compres.
-Martina, no te puedo comprar todo lo que ves.
-¿Por qué no?
-Por que cuesta mucho dinero, y no tenemos tanto.
-Pues trabaja más.

sábado, abril 28, 2012

Qué bonito queda ahora, a posteriori, señalar las virtudes de Guardiola. Es bonito y reconfortante y justo, pero habría sido más bonito y más reconfortante y más justo y, sobre todo, acorde con ese señorío que siempre se le ha atribuido al Madrid, decirlas y repetirlas antes, mucho antes, cuando recibía a diario las agresiones verbales, injustas, insidiosas y nauseabundas de Mourinho, ese personaje enfermo que, de seguir así, acabará vinculando irremediablemente sus defectos con el club que entrena, finiquitando de un plumazo ese supuesto señorío que históricamente ha identificado al Real Madrid.

sábado, abril 14, 2012

Crítica con claridad.

Estoy cansado de leer reseñas en las que el crítico no señala con claridad, a la conclusión, si le ha gustado la obra de marras o no. Más de uno argumentará que tal cosa está implícita en el texto, y soy yo el que no he sido capaz de descifrarlo, pero es que, quizá, una crítica destinada a ser publicada en prensa cuyo objeto, no se olvide, es tanto de naturaleza pedagógico como de orientador en el magma de publicaciones que ven la luz semanalmente, debería descartar en su formulación el elemento críptico de las que muchas adolecen. Yo entiendo perfectamente que se puede escribir una reseña en la que el crítico deje entrever sus conocimientos respecto a la tradición literaria en general, y la del autor reseñado en particular, y que, asimismo, se establezca una conexión con otras disciplinas (cine, televisión, cómic, etcétera), y, en consecuencia, se entre en una espiral de referencias inacabables, pero también creo imprescindible, y una obligación del crítico, que en algún momento arriesgue un veredicto y que, además, sea expresado con claridad (también con respeto): es buena, es mala, no perdáis el tiempo. Cualquier otro vericueto retórico me lleva a desconfiar, porque sé el clientelismo y el amiguismo, y todos lo ismos que se quieran añadir, que hay en los cenáculos literarios y editoriales, y, siendo desconfiado, podría pensar legítimamente que ese crítico no expresa su verdadera opinión debido a la existencia de un vínculo con el escritor al que reseña, o con la editorial que publica la obra.

jueves, abril 05, 2012

Textos Facebook

De verdad, estoy hasta la polla de la prima de riesgo y del desplome de las bolsas. Como diría Pepe Rubianes: que se vaya a tomar por el puto culo la prima de riesgo y la puta madre que parió a las bolsas, y que reúnan el dinero que obtendrán de las amnistías fiscales y se lo hagan tragar euro a euro a esos estafadores indecentes hasta que revienten como revientan los globos y que los restos sanguinolentos cuelguen por doquier y los testículos sangrantes se balanceen de la lámpara de araña que ilumina el salón del piso recién comprado de un pobre desahuciado. Mamonazos sin escrúpulos, así reventéis todos o sufráis una diarrea galopante y que lo único que expulséis por el recto sean erizos de mar o higos chumbos con púas grandes como alfileres. La reputa madre que os parió a todos, cabrones sin alma.

martes, marzo 13, 2012

Nuevo blog

Tengo el placer de presentarles mi nuevo blog, en el que publicaré dibujos y bocetos que vaya haciendo de tanto en tanto.

domingo, marzo 04, 2012

Textos Facebook

Yo, a día de hoy, y después de los precedentes históricos que todos tenemos en mente, censuro cualquier intervención que tenga por objeto "democratizar" países cuya tradición tribal está lejos de entender siquiera el concepto de democracia, igualdad, etc. Si hay países que desean vivir eternamente en la Edad Media, Occidente no es nadie para impedírselo. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que debemos ser tan respetuosos con las tradiciones de esos países como tenaces e inflexibles defendiendo las nuestras: nuestra democracia, nuestra cultura, nuestra ciencia; en suma, todo aquello que nos configura.

Soplapollas

Tratado sobre la soplapollez: ¿qué ensucia más la imagen de un país, un soplapollas tocado de capucha que arroja huevos contra el escaparate de una entidad bancaria, o un soplapollas ex presidente que se atusa su pelo esponjoso mientras se dedica a vilipendiar en el extranjero a su propio país mediante un conferencias tras otra?

miércoles, febrero 29, 2012

Uno más

No me gustan las mujeres escuálidas que lucen más labios que tetas. Lo digo así y me quedo tan pancho. Por eso no me gusta Angelina Jolie, por mencionar a una que persigue con denuedo ese patrón absurdo debidamente desmentido por la sabiduría popular con aquel dicho de dos tetas y las carretas, o así. La menciono a ella provechando que está en boca de todos por haber enseñado una rodilla que, dicho sea de paso, parece la rodilla huesuda y descarnada de mi abuela, dios la tenga en su gloria. Así las cosas, estoy que no quepo en mí de gozo, pues según parece hoy día la Jolie constituye el estereotipo de mujer que gusta a todos los hombres, de manera que, siquiera por una vez, habré conseguido ir a contracorriente.

Me da mucha rabia descubrir que mis gustos coinciden con los de la mayoría. En según qué asuntos a uno le gustaría ejercer de pionero y revelar a diario al mundo una maravilla inusitada que arroje algo de entusiasmo a la desangelada cotidianidad del pensamiento unánime. Me sucede mucho, sobre todo con la ropa y las mujeres. Siempre que me encapricho de un abrigo o un jersey determinado o cualquier otra prenda me convenzo de que es un hallazgo exclusivamente mío, y lo compro con la idea de que nadie más irá ataviado de ellos y deambularé por las calles con mi vestuario delimitándome de la muchedumbre adocenada, y luego no ceso de cruzarme con los correspondientes clones, que, además, al advertir la coincidencia, los muy mamones te saludan como se saludan los motoristas cuando se cruzan en una carretera.

En lo que respecta a las mujeres, cuando era un adolescente con la testosterona a rebosar me gustaba mucho Anita Obregón. Recuerdo su figura a tamaño natural, recortada en cartón detrás del escaparate de una tienda de ropa deportiva muy conocida de Mataró, pues durante un tiempo la Obregón fue imagen de una marca cuyo nombre no solo he olvidado sino que me importa tan poco que mejor les cedo a ustedes el privilegio de buscar su nombre en Google, si es que ese detalle insustancial ha despertado su interés, que de todo hay en la villa del señor. Yo, digo, la contemplaba tras el cristal, embutidas sus piernas magras en una mallas negras y ataviada de un body de gimnasio, y yo la observaba y me parecía que solo me miraba a mí y que yo era el único que se fijaba en ella. Esa predilección por la bióloga más famosa de España a mí me parecía genuina y exclusiva, restringida a esos espíritus diletantes que son depositados sobre la Tierra por los dioses con la misma delicadeza con la que King Kong hacía descender a la chica de la palma de su mano. Luego, a falta del Quimera o de Claves de la razón práctica, uno echaba mano de la revista Pronto o Diez Minutos, y mientras buscaba la sección del consultorio sexológico y sentimental para asegurarse de que la masturbación no provocaba ceguera, daba con una de esas encuestas tan frecuentes en ese tipo de publicaciones, y la Obregón aparecía como el principal objeto de deseo de hombres, niños, bebés, y hasta de los putos perros del país entero. Y a mí me entraba una tristeza descomunal, no tanto porque tuviera que compartirla con más gente, que también, como por la revelación sin vaselina de que yo era uno más en la cadena de montaje de dios. Y es que se pasa uno la vida escuchando mentalmente un soniquete silente y tenaz que te repite que eres diferente, y acabas descubriendo que solo eres una más.

martes, febrero 28, 2012

Conversaciones con Martina (39)


Martina se ha dado cuenta de que el culo de su madre excede en tamaño la media general, a tenor de lo que le preguntó el otro día:
-Mama, ¿tú tienes un bebé en el culo?

jueves, febrero 23, 2012

Inserso

Con toda la desfachatez que han podido reunir, mis suegros se han ido dos semanas de vacaciones gracias al Inserso, provocando en nuestra rutina numerosos contratiempos que, espero, sean compensados a su regreso. No entiendo (no puedo entender, que escribiría Borges) cómo es posible que la única institución-barra-empresa-barra-organismo-barra-desmadre lúdico/senil- que, de momento, se ha salvado de perecer a causa de la crisis sea el Inserso, cuando precisamente es el que deseamos que desaparezca millones de parejas con hijos. El puto Murphy y su jodida ley.

ITV

Hoy me toca pasar la ITV. Recuerdo una de las veces que acudí con un coche realmente desvencijado y casi inservible, un Ford Fiesta que se caía a trozos y que cada vez que llovía un poco yacía a la deriva encima del primer charco que le salía al paso, sobre el que acababa varado como una ballena malherida. En la ITV, el tipo a cargo de dar el visto bueno final aparentaba tener los mismos gustos literarios que yo, así me lo había parecido por su aspecto, de modo que estratégicamente deposité en el asiento del acompañante el primer tomo de los cuentos completos de Poe, traducidos por Cortázar, con la esperanza de que se despertara en él cierta conmiseración gremial. Mientras revisaba los cinturones de seguridad el tipo lo vio y me comentó que él también lo tenía, e improvisamos una conversación literaria que yo alenté sin ambages, poniendo de manifiesto un entusiasmo quizá algo excesivo hacia la obra de Poe. Al final, con condescendencia cómplice, paso por alto las evidentes carencias del vehículo y casi subreticiamente lo dio por bueno.

domingo, febrero 19, 2012

Porno.

Este breve pasaje forma parte de un relato mío que estoy reescribiendo en estos momentos. Abstenerse de leerlo todos los lectores de este blog que puedan ejercer de curas, monjas o, en suma, beatos trasnochados.


"(...) Cogió el mando a distancia del televisor y lo conectó. Echó un vistazo a los diferentes canales con similar desinterés al mostrado por el periódico hasta que se topó con los de temática pornográfica. Se detuvo en el primero de ellos, en el que una mujer desnuda con un peinado aterrador acariciaba el lomo palpitante de un perro inmenso y dócil que manifestaba su contento mostrando la punta trémula de su miembro, rosa fosforescente entre la pelambrera hirsuta y oscura y los testículos meciéndose afanosamente. Ricardo Prada se apresuró a cambiar de canal con la urgencia de quien se cree observado. En el siguiente apareció el primer plano de una joven que untaba con lametones pausados un pene de escandaloso grosor, enhiesto y brillante y de arterias hinchadas y gruesas. La punta de la lengua se demoraba en los recovecos del glande, que de repente desaparecía engullido para surgir otra vez y, finalmente, ser tragado de nuevo por esa boca omnímoda cuyos labios se dilataban sin fin en torno a ese miembro inconcebible, en tanto la piel de las mejillas de la joven se estiraba y estiraba sin parar y la mandíbula parecía en trance de desencajarse en cualquier momento. Pese a estar solo Ricardo Prada no pudo evitar cierta incomodidad. Su dedo pulgar se posó y acarició el botón del mando a distancia dispuesto a cambiar de canal aunque en rigor sin decidirse a hacerlo, remiso y expectante, atento a las imágenes de la joven tragaldabas, que parecía haber concluido la portentosa exhibición oral y se disponía a iniciar la maniobra de ensartarse por sí sola en el inabarcable pene, cuyo afortunado propietario, advirtió Ricardo Prada, apenas si aparecía fugazmente, tendido bajo la mujer despatarrada y oculto entre blancas sábanas, sumergido en ellas como un jubiloso iceberg cuya parte visible dejaba de serlo, siquiera momentáneamente, ya que la incansable mujer lo hacía desaparecer entre sus piernas, descendiendo despernancada e introduciéndoselo poco a poco, con mucha demora, mientras abría los labios mayores de la vagina con el dedo corazón e índice de su mano derecha, y lanzaba resoplidos y jadeos y se mordía el labio inferior —de la boca— y luego se humedecía el superior con la punta de la lengua y se pellizcaba el pezón con el pulgar e índice de la mano izquierda, sin dejar de subir y bajar sobre la polla con una cadencia en aumento y muy avezada y resuelta."

viernes, febrero 10, 2012

Conversaciones con Martina (37)

En el coche, camino del colegio, Martina me pregunta:
-Papa, ¿tú odias o amas al viento?
-¿Cómo?
-Qué si odias o amas al viento.
-Puesss... no sé... lo odio.
-Pues si lo odias te ahogarás, porque sirve para respirar. Yo lo amo.
Se me escapa una risa súbita.
-Yo no le veo la gracia -observa.

sábado, febrero 04, 2012

Everybody's fine



Reivindico cada vez más acudir al cine sin prejuicios, ignorando cuanto nos sea posible ignorar de la obra que vamos a ver. Ayer nos decidimos por Everybody's Fine, y lo hicimos casi al azar, para compensar la sensación de cierto desasosiego que nos dejó el primer (y excelente) capítulo de Boss: La política como principio de podredumbre del ser humano y, por extensión, de la sociedad.
Pensábamos que Everybody's Fine era una comedia de esas denominadas insustanciales, sin más objeto que provocar una sonrisa y dejar en suspenso los engranajes de la inteligencia, y nos encontramos con un drama intimista (adjetivo recurrente donde los haya al que yo también acudo sin pudor), contenido, una película con la clásica atmósfera de peli indi si no fuera porque el elenco está lejos de serlo. Robert de Niro está casi hierático, y aunque creo que es prácticamente imposible que pueda redimirse de los trabajos infumables que ha hecho en la última década, creo que borda el papel de un viudo jubilado, gris y taciturno, y hasta cierto punto de una fragilidad emocional conmovedora. Creo que pocos actores han hecho más por dinamitar a conciencia y con irritante obstinación su prestigio que De Niro, pero Everybody's Fine no cabe incluirla entre los capazos de estiércol que el mismo se está arrojando encima desde hace años.

miércoles, febrero 01, 2012

Entrevista a un zombi

No me mire así que no muerdo.

La fama les precede.

Prejuicios.

¿Va a negar que les gusta comer carne humana?

Niego que lo hagamos por pura animadversión.

¿Por hambre?

Ni siquiera.

¿Entonces?

Es un acto de amor. Y de supervivencia. De amor y de supervivencia.

Explíquese.

De la misma manera que ustedes se aparean para tener su descendencia, nosotros mordemos para tener la nuestra. Si no mordiéramos, no existiríamos. Así de simple.

Mejorando los índices de natalidad.

Si no nos preocupamos nosotros de perpetuar nuestra especie quién lo hará.

Quizá deberíamos dejar que la naturaleza siguiera su curso.

Dígame una sola especie que no haya luchado para evitar su extinción.

¿A bote pronto? No caigo.

Ninguna, ya se lo digo yo. Sería de locos. Va en contra de las reglas más elementales de la supervivencia.

La supervivencia de su especie conlleva la desaparición de la mía.

He ahí la paradoja.

Paradoja que jode.

Me hago cargo. Algo habrá que hacer.

¿Y qué propone?

Buscar una solución. Lo mejor es hallar un término medio en el que la existencia de una especie no excluya la de la otra. Para empezar, estaría bien acabar con los malentendidos. Esos estereotipos del zombie zarrapastroso y maloliente que babea sangre mientras persigue a una víctima no ayudan a establecer lazos de concordia.

Pero eso es lo que hacen, ¿no?

Admito que a algunos nos pierden las formas, la vehemencia, el exceso, incluso la sobreactuación.

Son zombis Actor's Studio.

Algo escandalosos sí que somos, pero es que ustedes también son muy pejigueras. A la que nos ven ponen tierra de por medio. Huir despavoridos no ayuda a establecer una mínima relación de cordialidad.

¿Y qué quiere que hagamos? Acercarse con los testículos de un vecino alojados entre los dientes no inspira confianza.

Pero entienda que no hay forma de establecer un principio de diálogo si huyen cada vez que nos acercamos.

Pues acérquense de buenas. Sin aspavientos ni profiriendo ruidos guturales ni haciendo gárgaras con sangre ni arrastrando por los pies el cuerpo decapitado de una prima nuestra. Todo eso incomoda.

Eso es porque somos muy vehementes cuando ponemos de manifiesto nuestro amor. Es lo que ustedes no entienden. De hecho, me consta que toda esta barbarie tiene su principio en un malentendido absurdo.

Explíquese.

Conocí al primer.... cómo llamarlo...

Infectado.

No me gusta esa palabra.

Zombi.

Menos aún.

Muerto viviente.

Es sinónimo de la anterior.

Caminante.

Buf, qué pereza. Dejémoslo en compañero.

Pues compañero

Conocí al primer compañero, y me dijo que él no pretendía morder a nadie. Que vio a una persona y se acercó para darle un abrazo, porque llevaba mucho tiempo deambulando solo por la ciudad y echaba de menos el contacto cálido con otro ser humano.

Es un decir, claro.

No dejamos de ser humanos por estar muerto.

Es discutible, pero no vamos a entrar ahora en discusiones de ese cariz.

Total, que se acercó con la mejor intención del mundo, y el otro salió a correr como alma que lleva el diablo. Y al rato regresó, acompañado de tres o cuatro personas más, todos con muy malas ideas.

¿Y él qué hizo?

Qué va a hacer. Lo que hubiera hecho cualquiera: defenderse. Se puso a dar dentelladas, y en menos de lo que se tarda en explicar el argumento de una película de Santiago Segura estaban todos de su parte. No sé si me entiende.

Perfectamente. Y precisamente por eso es difícil establecer los lazos de cordialidad que usted dice. Siempre los veremos como una amenaza. Además, está el tema de la estética.

¿Qué quiere decir?

Hay que saber vender el producto. Necesitan alguien experto en marketing que les asesore en temas de vestuario y peluquería. No estaría de más la visita a un dermatólogo, y, sobre todo, ser más cuidadoso con la higiene personal. La halitosis, por dios, cuiden esa halitosis.

¿Cómo quiere que nos huela el aliento si comemos carne podrida?

Ahí está el tema. Deberían empezar a pensar en cambiar la dieta: verdura, fruta, pescado.

Para nosotros, esos son hábitos muy difíciles de incorporar. La cabra tira al monte.

Pues entonces no se quejen si evitamos relacionarnos con ustedes.


Soy consciente del problema. Hasta que hallemos una solución mejor, le planteo una hipótesis en la que hemos estado trabajando.

Dispare.

De común acuerdo, ustedes y nosotros, realizaríamos una demarcación territorial. Ustedes ocuparían una zona y nosotros otra. Sin intromisiones de ningún tipo. Y cada cual a lo suyo.

Pero ya le digo que es muy difícil de aceptar desde el momento que nosotros somos su cantera.

Es verdad, les necesitamos para subsistir, si se me permite el oxímoron. Pero eso tiene solución.

¿Cuál?

Ustedes nos ceden los presos condenados a muerte de todos los países en los que rige la pena capital, y nosotros los convertiríamos en ciudadanos nuestros.

Joder, pero eso es muy cruel...

Qué más les da, si de todas formas los van a ejecutar. Dos pájaros de un tiro: saciamos nuestro instinto natural, y ustedes se libran del contratiempo de andar ejecutando a presos.

... y muy retorcido.

La vida es cruel y retorcida.

martes, enero 24, 2012

Conversaciones con Martina (36)

-Mama, dame un poco de agua.
-No te doy agua hasta que no recojas los juguetes.
-Eso no se le hace a una hija.

martes, enero 17, 2012

Ucronía

Relato finalista en el concurso NH Relato 2004


Ucronía


Extracto de una carta que el escritor H. G. Wells remitió a su amigo y periodista Alexander Cohen. Por estricto deseo del autor, la misiva no vio la luz hasta su fallecimiento en 1946.


...en el decurso de una breve y azarosa estancia en Austria, en la primavera de 1894, un año antes de que apareciera publicada mi primera novela, La máquina del tiempo, me vi obligado a compartir celda con un individuo que aseguró haber asesinado a un niño de cinco años. Esta carta es, en esencia, un resumen más o menos aproximado de lo acontecido durante las horas que se prolongó nuestro confinamiento.

Nos encerraron juntos dos días; el primero de los cuales transcurrió sin que ninguno hiciera el menor intento de comunicarse con el otro. Admito que gran parte de la culpa de que así fuera se debió a la molesta resaca que me tenía postrado sobre aquel destartalado camastro, dejándome imposibilitado para cualquier otra cosa que no fuera articular quejumbrosos resoplidos, en tanto aguardaba a que desaparecieran los efectos de la borrachera que había provocado mi encarcelación. Al día siguiente, cuando mi estado alcanzó una notable mejoría, y después de soportar largas horas de tedioso silencio en las que no dejé de recorrer con inquietud la superficie angosta del calabozo, me dispuse a entablar conversación con mi compañero de celda, que hasta ese entonces había permanecido mudo, tendido boca arriba sobre su litera, suspendida por encima de la mía, sujetas ambas a la pared por gruesas cadenas. Con la cabeza descansando sobre las manos entrelazadas, el silencioso individuo contemplaba con una serenidad desconcertante el techo enmohecido. Yo estaba de pie, apoyado, recuerdo, en una de las paredes próxima a las camas. Desde allí, todavía sin acercarme, le pregunté, en un alemán algo rudimentario y tosco, su nombre y la causa por la que había sido encerrado. Él desoyó mis preguntas una tras otra, ni siquiera se molestó en mirarme. Atribuí su actitud desdeñosa a algún equívoco suscitado por el idioma, ya que mi alemán, como digo, era insuficiente para sostener una conversación prolongada. De modo que insistí, intentando esta vez dejar claras mis intenciones, que no eran otras que las de iniciar una conversación que hiciera más tolerable el tiempo que se dilatara el común encierro. De súbito, mientras yo me esforzaba en pronunciar cada palabra con una lenta y cuidadosa vocalización, al tiempo que gesticulaba ostentosamente con las manos, mi compañero de celda proclamó en un perfecto inglés:

He matado a un niño.

Confieso que al principio no reparé en el significado de sus palabras y sí en el idioma en que habían sido pronunciadas. Incluso tuve un atisbo de grata sorpresa al descubrir que compartíamos la misma lengua (si bien no tardaría en advertir que su dicción difería de la mía, al extremo de no acertar a adivinar su procedencia) y, por tanto, podríamos conseguir que la espera que nos separaba de la libertad fuera más agradable. Pero inmediatamente, como si cobrara una súbita resonancia, caí en la cuenta del verdadero sentido de su frase, pronunciada, vale decir, con total indiferencia: he matado a un niño, dijo.

Mi primera reacción fue de pánico, no podía entender que me encerraran junto al sospechoso de un crimen. Entonces, como ahora, desconocía las leyes austriacas, pero contradecía el sentido común que me concedieran trato semejante al que recibe un asesino confeso, al que además imaginé de inmediato, quizá precipitadamente, sin duda inducido por el miedo, imaginé, digo, con las facultades mentales perturbadas, ya que su víctima no era un individuo al que había ajusticiado en una reyerta callejera o en defensa propia, sino un niño al que reconocía haber asesinado, al parecer, sin el menor muestra de arrepentimiento.

Superados los primeros temores, lo observé largo rato, mientras aguardaba en vano a que prosiguiera con lo que tuviera que añadir, pues pensé que acaso esgrimiría alguna circunstancia atenuante que justificara el crimen que decía haber perpetrado. Sin embargo guardó silencio y continuó con la mirada perdida, adoptando el mismo talante ausente que había mostrado hasta ese momento. Caí en la cuenta entonces de que me hallaba ante una oportunidad única a fin de alcanzar el objetivo que me había propuesto al inicio del largo viaje que me había llevado hasta ese calabozo, en un pequeño pueblo situado al noreste de Austria, justo en la línea fronteriza con Alemania.

Un mes y medio antes había partido del puerto de Folkestone, en mi Kent natal, con el propósito inexcusable de no regresar sin la génesis de la que sería mi primera novela. No sin pesar había tomado la decisión de abandonar mi empleo de tutor en la escuela de Bromley para ejercer de periodista ocasional, en tanto se gestara en mi cabeza ese argumento tan codiciado como esquivo que me permitiría por fin vivir de la literatura. Los proyectos, no obstante, no acababan de concretarse, paradójicamente por exceso de ideas, pues cuando la última parecía perfilarse como la definitiva, una nueva venía a revelar las carencias de aquélla, y así, sucesivamente, me veía atrapado en el dédalo de mis propias vacilaciones, propiciadas en buena medida por mi causa, ya que desde el principio me había impuesto la exigencia insoslayable de hallar algo nuevo que contar, una historia insólita que resultara estimulante e innovadora, tanto para mí como para los lectores. De modo que con la intención última y desesperada de poner orden en mi cabeza, decidí viajar por Europa pertrechado de cuadernos en los que anotar las ideas que fueran surgiendo durante el trayecto.

Atravesé Bélgica y Luxemburgo, y en Francia, donde se celebraban los fastos de la Exposición Universal, asistí a la inauguración de la Torre Eiffel, el monumento que los Franceses habían erigido para el evento, a mi juicio con excesiva alharaca, pues sólo se trataba, pensé entonces, de un amasijo de hierros amontonados con más o menos destreza a los que no vaticiné largo futuro. Cuando abandoné Francia puse rumbo a Alemania. Después de unos días en Munich, partí hacia Austria, cuya frontera recorrí demoradamente en tren hasta que me detuve en Braunau am Inn, un pueblo pequeño y acogedor en el que se jactaban de servir, no sin razón (mi confinamiento era prueba de ello), la mejor cerveza del mundo.


Observé expectante a aquel hombre y medité la forma de vencer sus reservas. Habituados mis ojos a la penumbra, advertí que el individuo se había vuelto hacia la pared y de nuevo me ofrecía la espalda. Resolví no dejar de hablarle hasta que se sintiera obligado a replicarme, aunque sólo fuera para hacerme callar. Sólo así, razoné, habría alguna posibilidad de que me confiara la historia que llevaba consigo.

Si lo que dice es cierto —expuse, aproximándome a su cama—, carece de lógica que nos encierren juntos. De lo único que soy culpable, si la memoria no me falla, es de beber un poco más de la cuenta, quizá de enzarzarme en una disputa sin mayor relevancia, nada más, sin embargo usted... en fin... según dice...

Para mi sorpresa no tuve que insistir demasiado, de inmediato giró la cabeza y el camastro acompañó ese movimiento con un chirrido agudo.

Burghausen —dijo, lacónico.

¿Cómo? —inquirí.

Burghausen —prosiguió— se encuentra a siete millas de aquí, y allí está el penal al que tenían pensado trasladarme. Pero se ha levantado mucho revuelo en el pueblo, la gente de Braunau aguarda atrincherada a las puertas de la prisión. Quieren un linchamiento. Me dejaran aquí hasta que se calmen.

Habló con una tranquilidad pasmosa, se diría que estaba habituado a las circunstancias que atravesaba, como si asesinar niños ocupara por lo común su tiempo, y lo extraño en realidad fuera el comportamiento extemporáneo de la gente en contra de esa costumbre. Se trataba sin duda de un personaje singular; en honor a la verdad debo decir que en modo alguno me pareció un asesino.

¿ Por qué lo hizo? —pregunté.

Que más da. Eso ya no importa.

A mí sí me importa. No sé, quizá se trató de un desafortunado accidente. La gente, su familia ha de saber qué pasó.

Dispensa explicar que la urgencia por conocer la historia y el interés en sonsacarle los hechos se debían a mi propia conveniencia, y admito que utilizar como pretexto a su familia me produjo cierto pudor, que él no dejó de anotar, pues sonrió aviesamente antes de hablar.

No fue accidente. —dijo— Le disparé por la espalda. En la cabeza. Tomé un sendero pedregoso que conduce a la arboleda en la que solía retirarse a dibujar, un soto de sauces y hayedos no muy distante del pueblo. Allí estaba, sentado sobre un tronco, rodeado de hojarasca que crepitaba bajo mis pies, y aun así tan concentrado en los trazos que esbozaba en el bloc no me oyó merodear en torno a él. Le apunté por encima de la nuca, pero no disparé, no en ese momento. De repente vacilé, sentí una curiosidad extraña que nunca antes, en el desempeño de mis numerosas misiones, había experimentado; soy por lo común preciso en el cumplimiento de las órdenes. Pero en esta ocasión quise mirarle a los ojos. Bajé el arma y lo rodeé y me puse frente a él. Me vio, no a mí sino a la sombra que mi cuerpo proyectó sobre el papel. Levantó la cabeza y me miró. Se sonrió, una gran sonrisa de satisfacción, y de nuevo, gacha la cabeza observando el bloc, emprendió la tarea de dibujar. Di la vuelta y me alejé por donde había llegado, pero sólo unos pocos metros, volví de nuevo sobre mis pasos, y esta vez sí, le disparé. Su cuerpecito menudo salió violentamente despedido a más de dos metros y cayó silente sobre de la hojarasca. Lo cogí en brazos y cargué con él por en medio de las calles hasta las puertas de la comisaría, y allí lo dejé en el umbral y me entregué.

Guardó silencio. Si albergaba dudas respecto a su culpabilidad, esa descripción detallada del crimen las habían despejado por completo. Se había limitado a la narración de lo sucedido sin pretender convencerme de nada, pues para él, sospecho, carecía de importancia que descreyera o no. Describió los hechos, nada más, yo era libre de juzgarlos a mi manera.

Piensa que soy un loco ¿eh? –agregó al cabo.

Intente convencerme de lo contrario. Lo que ha hecho es propio de ellos; sin embargo, y no me pregunte por qué, no creo que lo sea. Es más, estoy seguro de que si se esfuerza podrá argüir una explicación más o menos verosímil que de alguna u otra manera justifique ese asesinato.

Se incorporó y quedó sentado en la cama, las piernas, suspencidas, se mecían suavemente en el hueco que había entre su camastro y el mío. Inclinó el torso y apoyó los antebrazos en las rodillas.

Esta bien —continuó—, pero mucho me temo que no juzgará nada verosímil lo que voy a explicarle. Pero los hechos, en esta ocasión, han transcurrido así, y no hay, por tanto, otra forma de contarlos, a no ser que mis superiores decidan que se desarrollen de otro modo distinto. Qué opina si le digo que no pertenezco a este tiempo, que estoy aquí, sí, y usted me ve, y puede tocarme, y si lo hace acaso alcance a distinguir bajo mi pecho el latido del corazón, y pese a ello todavía no he nacido, ni lo han hecho mis padres, ni los padres de mis padres. Qué opina si le aseguro que procedo de una sociedad que está a cientos de años de aquí, en un futuro ni tan solo imaginado, en un tiempo aún por llegar. ¿Y bien?

Guardé silencio y en vano busqué sus ojos en la penumbra, tratando de discernir en ellos un rastro de locura o lucidez.

Francamente —observé sin ocultar mi desconcierto, acechado de pronto por la duda de si había atribuido a ese personaje más importancia de la que en verdad tenía— lo que dice resulta, cuando menos, y siendo comedido en mi juicio, difícil de creer.

No se preocupe, su reacción es la común. Pero déjeme continuar, correré el riesgo de que me crea definitivamente un loco. Setecientos cincuenta años separan mi sociedad de ésta, la suya, y en ella disponemos de la posibilidad excepcional de viajar a través del tiempo, de movemos por él a nuestro antojo.

¿Con qué propósito?

Formulé la pregunta inconscientemente. Lejos de creerle, determiné que si de verás deseaba ser escritor no debía obviar ninguna historia, por disparatada que pudiera parecer, como sin duda era el caso de la suya, pese a que, en el fondo, la narración poseía una inevitable capacidad persuasión.

¿Con qué propósito? El motivo es evidente ¿no cree?: modificar la Historia, corregirla, mejorar el efecto alterando la causa. Bien, imagine que su mejor amigo sufre un accidente y fallece. Un percance estúpido. ¿No lo evitaría si estuviera en su mano? Se trata, en definitiva, de elevar la ucronía al rango de ciencia exacta.

Modificar la Historia no es mejorarla. Es cierto que existe esa posibilidad, no lo niego, pero no es menos cierto que al propio tiempo subyace la de empeorarla, ¿cómo saber a dónde conducirá ese nuevo rumbo? Si, como usted sugiere, salvo a mi amigo de perecer, y luego éste se enamora de mi mujer y planea y lleva a cabo mi muerte, ¿cómo juzgar ese cambio?

A veces es necesario correr riesgos, pero no se corrige nada sin antes llevar a cabo un meticuloso estudio de las consecuencias que pueden acarrear esos cambios. Lo conveniente, claro está, es que sólo afecte al hecho que se pretende alterar, pero es verdad que, en no pocas ocasiones, se ven afectadas circunstancias ajenas a él. Lo que demuestra, cuando menos, que el libre albedrío continúa existiendo, aunque convenientemente acotado. Aún y así, coincidirá conmigo en que hay acontecimientos en la historia del ser humano tan desafortunados que merecen, sin ningún género de duda, ser eliminados, aun a riesgo de que los efectos derivados de esa eliminación devengan más perniciosos que las causas que provocaron la modificación.

Sus razonamientos poseían tal capacidad persuasiva que no puede evitar sucumbir ante ellos, subyugado, de repente, por las posibilidades literarias que atribuí a su narración. Cada una de mis objeciones era rebatida por él con una abundancia argumental que no dejaba lugar a réplica.

Las horas siguientes transcurrieron con parecido tono. Entrada la noche su discurso se volvió, a mi juicio, deliberadamente parco. Evitó extenderse en demasiados detalles, y se limitó a responder con monosílabos cada cuestión que yo, con curiosidad insaciable, le planteaba.

Finalmente me dormí.

Del otro lado de la puerta me despertó una algarabía de voces. De pronto se abrió, precedida por un estrépito de llaves que giraban y de goznes que crujían. Unas manos se aferraron a la pechera de mi camisa y me arrojaron fuera de la cama. Me zarandearon con virulencia en tanto me gritaban algo que en aquel momento me pareció indescifrable, pero que no tardé en comprender: mi compañero de celda había desaparecido, y lo había hecho sin forzar la puerta ni dejar señal alguna de su huida. Se había desvanecido sin más, como si nunca hubiera estado allí. Sólo la horma de su cuerpo esculpida en el colchón, todavía caliente, confirmaba que su existencia no había sido producto de mi imaginación.

Su desaparición demoró mi puesta libertad, pues creyeron que yo tenía algo que ver con su fuga o, cuando menos, podía aportar algún dato que facilitara su captura. Sólo tras la eficaz mediación del consulado británico en Viena, pude abandonar, por fin, la celda; ocho días después de la evasión de aquel extraño personaje. Esa misma tarde debía coger un tren que me llevaría de regreso a Munich y, pese a que todavía restaban varias horas para su partida, me acomodé en la estación y aguardé su llegada; en modo alguno, me dije, podía permitir que ese tren partiera sin mí, ya que el siguiente con destino Munich saldría tres días más tarde, y mi ánimo, como bien comprenderás, carecía de voluntad para demorar un sólo instante más la marcha.

Mi querido amigo, durante todos estos años no ha habido un sólo día que no pensara en aquel hombre y en todo lo que me contó. Él, como ahora puedes deducir, inspiró mi primera novela y, por tanto, es en gran medida el causante de que mi vida transcurriera como lo hizo. Sé que lo juzgarás descabellado, pero esa certeza me ha llevado a considerar que nada de lo que dijo entonces fue incierto, y que las pocas horas que compartimos juntos tenían como propósito que yo escribiera esa novela, porque, sospecho, la época o sociedad a la que pertenecía precisaban de su existencia, de la misma forma que Isaac Peral, Monturiol, Nordenfelt o quién sea el que finalmente posea la autoría del submarino, necesitaron que Julio Verne gestara y escribiera en 1869 Veinte mil leguas de viaje submarino, ya que no creo, con toda franqueza, que exista acto humano, de la naturaleza que sea, que no haya sido anticipado por la imaginación fecunda e inquieta de un escritor.


La tarde de mi regreso, sentado en un banco próximo a la vía en la que debía detenerse mi tren, fatigado ya por la larga espera, contemplé frente a mí, en el otro extremo del andén, cómo un grupo de niños jugueteaba entre los árboles que llenaban, numerosos, el recinto ferroviario. Por encima de sus copas se dibujaba, desvaído por la distancia, el contorno abrupto y escarpado de la cima inhiesta del Grossglockner. También de entre la espesa fronda irrumpió, tenue, el penacho de humo que anunciaba la llegada del ferrocarril, a cuya visión precedió el silbido lejano de la locomotora. Me incorporé y dispuse todo para partir, acomodando cerca de mis pies las dos bolsas de viaje que me habían acompañado desde que saliera de Kent. Eché un último vistazo a mi alrededor y la mirada se detuvo, obstinada, en los niños. Sólo entonces, cuando los hube observado por segunda vez con detenimiento, reparé en que ignoraba todo acerca del niño asesinado. El tren se hallaba próximo, pero si me apresuraba todavía podría obtener algún dato sobre él. De una de las bolsas extraje, con urgencia, el cuaderno en el que había anotado todo lo acontecido desde mi llagada a Braunau. Entré en el edificio en busca de alguien que pudiera facilitarme información, la sala estaba vacía, de modo que me acerqué al empleado que me había expedido el billete y, cuaderno en mano, le rogué con torpeza que me proporcionara cualquier dato que supiera del niño, ya fuera su nombre o el de alguno de sus familiares. El tren se había detenido y no tardaría en reanudar la marcha. Anoté con trazo apresurado todo lo que pude entender y salí precipitadamente, la locomotora había empezado a moverse. Al cabo de unas millas, acomodado al fin en mi vagón correspondiente, releí con calma lo que había escrito. El niño, al parecer, era hijo de una campesina y de un conocido oficial de aduanas de Braunau am Inn. Se llamaba, según leo, Adolf, Adolf Hitler. De más está decir que desconozco por qué acabó con su vida, pero confío en que lo indujera un motivo de peso…”




lunes, enero 16, 2012

Conversaciones con Martina (35)

Martina aparece en el comedor sollozando desconsoladamente, a lágrima viva. Entre llanto y llanto alcanza a desvelarnos el motivo de su desconsuelo: el anillo que venía con el disfraz de princesa que le han traído los Reyes Magos se le ha caído dentro de la taza del wáter. Por si semejante contratiempo no fuera suficiente, ha tirado de la cadena. Mientras trato de consolarla le pregunto cómo le ha pasado algo así.

-No es fácil de explicar -responde con los ojos enrojecidos.

jueves, enero 12, 2012

Conversaciones con mi hija de cuatro años, Martina, (34)

De camino a casa, Martina y su madre pasan delante de la peluquería a la que suelen ir ambas. Martina señala hacia el establecimiento y le dice a Pilar:
-Mira mamá, la peluquería está cerrada.
-Es que es su día de descanso.
-Eso es porque está cansada de peluquear -concluye Martina.

sábado, enero 07, 2012

Conversaciones con Martina (32)

Miro a Martina fijamente y muy serio, después de hacer una trastada de las suyas. Ella me devuelve la mirada y, acto seguido, me pregunta:
-¿Qué pasa, papa, no quieres tener una hija, no?