miércoles, enero 01, 2014

La Puta Purpurina de los Cojones


Señor Todopoderoso de los Universos Celestiales:

Señor, disculpa que en un lapso de tiempo tan corto solicite de nuevo tu ayuda, pero estoy convencido de que cuando conozcas las causas por las que acudo en tu busca comprenderás la urgencia del asunto que me preocupa.

Te explico: Ayer Martina se pasó toda la tarde jugando en casa. Como podrás comprender, en modo alguno pongo reparos a que mi hija juegue y disfrute de sus vacaciones navideñas, siempre y cuando lo haga respetando de ciertos límites lógicos de civismo y convivencia, incluso en el ámbito del hogar familiar, en el que los padre solemos ser más indulgente. Tal cosa no sucedió ayer.

Martina se le ocurrió jugar con un artefacto endiablado que consistía en diminutos recipientes llenos de purpurina de diferentes colores que arrojaba sobre una cartulina, untada previamente con pegamento. Puedes imaginar el estado en el que quedó el piso después de tres horas asperjando la Puta Purpurina de los Cojones por todos lados: suelos, paredes, ventanas, muebles; todo, en suma, aparecía cubierto de la Puta Purpurina de los Cojones. No se libraron ni las partes más recónditas de mi anatomía, que exhibían restos de esas diminutas partículas del demonio, como tuve ocasión de comprobar de madrugada, cuando me levanté a oscuras para echar la meada de rigor. Mientras sostenía entre mis dedos somnolientos el Sagrado Miembro Real, le eché un vistazo distraído para comprobar si lucía lustroso como es costumbre en él, y del susto casi escupo dentro de la taza el corazón por la boca al ver la Cabeza Real del Miembro Sagrado tachonada de puntitos brillantes que refulgían en el lavabo en penumbra como si el Big Bang se estuviera desatando de nuevo en la punta de mi miembro. Por un momento pensé que me habían seccionado el glande y en su lugar me habían pegado con Loctite el dedo incandescente de E.T. 

Fue tal la impresión que me produjo que el Miembro Sagrado se me escapó de las manos cuando más intensa y profusa era la micción, con tan mala fortuna que empezó dar sacudidas en todas direcciones como una manguera que culebreara a su antojo arrojando agua a presión. En menos de un parpadeo todo el lavabo —paredes, techo, espejo— goteaba orina como el camarote de un barco recién sacado a flote. 

Después de conocer los detalles, comprenderás que el motivo por el que me pongo en contacto contigo es que creo conveniente proceder a castigar con dureza al Mamón que inventó la Puta Purpurina de los Cojones. Acudo a ti, Señor, porque me consta tu rigor a la hora de repartir justicia y porque posees el don de la ubicuidad y puedes hallar en seguida al Mamón Hijoputa de Marras, sea cual sea el agujero en el que se esconda. 

Por último, ignoro qué clase de correctivos dispensáis a esa clase de Mamones Inventores de Puta Purpurina de los Cojones, pero me tomo la licencia de sugerir que sea el más severo que tengáis en el Catálogo, a fin de que pueda disuadir a otros Mamones De los Cojones que estén pensando en inventar artilugios semejantes. Sugiero, Señor, que maniatéis a una silla al Mamón Hijoputa de Marras y, acto seguido, le introduzcáis un embudo en la boca, y mientras con una mano le tapáis la nariz, con la otra arrojéis al embudo cucharadas soperas de Puta Purpurina de los Cojones, hasta que la Puta Purpurina le salga por los oídos al Mamón o, en su defecto, reviente como reventó Clavijo.

Nada más, Señor. Sigue con salud.

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