lunes, noviembre 29, 2010

Estrangular no, queda feo.

Leo este titular en El País: Condenado por estrangular a una mujer en Reus, y reflexiono sobre la estupidez de ese delincuente que podría haber evitado la condena de haberla estrangulado en otra ciudad, pues tal cosa es lo que se deduce del redactado que encabeza la noticia, esto es, que la sentencia condenatoria no es por haber estrangulado a una mujer sino por haberlo hecho en Reus, localidad que, por lo que se deduce, es menos permisiva con determinadas formas de matar que con otras.
Menudo delincuente. Seguramente si hubiera estado más atento habría observado a la entrada de Reus una cartel en el que se informaba en detalle de cuáles son las ciudades que sí permiten el estrangulamiento. Algo similar a lo que hacen las farmacias para anunciar cuáles están de guardia y cuáles no. Por lo menos es lo que quiero creer, que, en efecto, en Reus han tenido la prudencia de dejar claro que cualquier otro método de matar puede ser aceptado menos estrangular, porque si no lo han hecho estoy viendo venir que el condenado de marras apelará la sentencia por no haber sido convenientemente advertido de qué formas de asesinar se admiten dentro de los límites de la ciudad que gentilmente visita para delinquir.

sábado, noviembre 20, 2010

El desconocido

Ayer fui a buscar a Martina al colegio, y a mitad de camino me empezó a preguntar quién era ese hombre colgado. Yo no sabía a quién se refería, la llevaba sobre los hombros y no podía ver dónde señalaba, y, además, Martina salta de tema en tema sin solución de continuidad, tan pronto manifiesta sorpresa por un cartel enganchado en el escaparate de una tienda, como reprende a un motorista por haber aparcado la moto en medio de la acera, como se yerge sobre mis hombros mientras cruzamos un paso peatonal, y con el brazo extendido grita stop a los coches parados, cuyos conductores sonríen al paso de esa niña que con el ceño fruncido les advierte.
Cuando la bajé de los hombros para que hiciera a pie el resto del camino, volvió a insistir con lo del hombre colgado, y entonces señaló la foto de Artur Mas, meciéndose, sonriente y recién salido de la peluquería, de la larga hilera de todos los plataneros dispuestos en hilera que nos salen al paso mientras nos dirigimos hacia casa. Parece que a Martina no le acababa de parecer bien que, de un día para otro, ese extraño se hubiera apropiado de nuestro espacio privado, pues no otra cosa considera ella que es el escenario que comparte a diario con su padre en los breves minutos que dura el trayecto a casa.

¿Quién es? ¿Lo conocemos?, ha insistido ella. Un político hija, le he respondido, y ella se me ha quedado mirando sin entenderme, y entonces, a mitad de camino de un susurro y un farfulleo, como si me sintiera tentado a decirle claramente lo que pensaba, y las duda de si sería correcto hacerlo, he dicho: un hombre que miente.
Ése es, pues, el legado .