viernes, junio 29, 2007

Damien Rice en directo.



Mi hermana Manoli me envía esta estupenda actuación en directo de Damien Rice. El tema es The Blower's Daughter. Quizá lo conozcáis de la película Closer, de Mike Nichols, con Julia Roberts, Jude Law, Natalie Portman y Clive Owen.

sábado, junio 23, 2007

Viaje a la Alcarria







La semana pasada mis tres hermanas y yo protagonizamos una suerte de road movie a la española cuyo periplo, desde Barcelona a Fuente del Maestre, en Badajoz, completamos en doce agotadoras horas. La causa de tan inesperado viaje fue el fallecimiento repentino de un familiar cercano. En apenas unas horas nos movilizamos y emprendimos viaje en el coche de mi hermana Yolanda. Viajar con mujeres, ay, es estar sometido al arbitrio de una vejiga caprichosa. Cada parada con objeto de aliviarla era un acopio desenfrenado de golosinas y pastelería industrial que engullían vorazmente en el tiempo que mediaba entre una y otra visita al lavabo, para de nuevo abastecerse como si el mundo fuese a dejar de serlo, mientras las tres gritaban al unísono que no había viaje que se preciara en el que no se ingiriera una dosis desmedida de chuches. Tal y como sucede cuando pasamos el día en la montaña, los viajes despiertan el apetito de todo aquello que en circunstancias normales nos privamos, como si las leyes de la dietética se quedaran en suspenso o no te afectaran mientras te refugias en el interior de un coche que circula a toda velocidad.


Llegamos al pueblo de madrugada, sin más contratiempo que un parabrisas sembrado de cadáveres de insectos despanzurrados y el atropello fortuito de una liebre que, la muy insensata, se nos echó encima cuando nos cruzamos con ella en medio de una carretera en absoluta penumbra, en medio de la cual, antes del atropello mortal, ya habíamos advertido en los márgenes movimientos sospechosos de animales entre la maleza oscurecida. Luego nos enteramos que en ese tramo de carretera, que comprende la salida de la autovía en dirección a Sevilla y el pueblo al que nos dirigíamos (un tramo de unos ocho kilómetros), son arrolladas a diario por los lugareños, que a continuación se detienen a recogerlas para condimentar un buen arroz con ellas.


El funeral fue una experiencia surrealista, o, cuando menos, una situación a la que ninguno de los cuatros estábamos habituados. Según es costumbre, los familiares nos situamos frente al altar, detrás del féretro, como posando para una fotografía en familia. Enfrente, una larga y desordenada cola de gente abarrotando la iglesia, no en los bancos sino en uno de los laterales contiguos a ellos. Todos aguardando pacientemente a circular frente a la familia y el fallecido. Y en efecto, la gente, una a una, empezó a rendir respeto, caminando hasta situarse a nuestra altura, momento en el que realizaban una inclinación marcial de cabeza, un golpe seco, mientras, mal que bien, con más o menos torpeza o soltura según la habilidad o desgana del sujeto, se esforzaban en mantener el cuerpo erguido, poco más o menos a la manera de un saludo militar, sacando pecho, efectuado lo cual abandonaban en silencio la nave principal por una puerta distinta a la que habían entrado, porque ésta estaba obstaculizada por la gente que esperaba, no sólo dentro sino también en la calle, su turno para pasar al interior de la iglesia y mostrar consideración repitiendo idéntico ritual. Imaginad ese goteo de respetuosos ciudadanos durante más de cuarenta minutos. Imaginadme a mí y a mis hermanas, situados en los escalones por los que se asciende al altar de la iglesia, de pie, detrás del ataúd, con cara de circunstancias mientras nos preguntábamos, con una perplejidad disimulada, con cierto estoicismo y naturalidad fingida a fin de no parecer fuera de lugar, si aquello estaba ocurriendo realmente. Yo, en última instancia, escrutaba el rostro de la gente no fuera que alguno de los que salían por una puerta se les ocurriera volver a entrar por la otra para repetir experiencia y así demorar hasta el infinito semejante liturgia.


No faltaron escenas surrealistas: una anciana, encogida y corva como un signo de interrogación, que se desplazaba con un andador, provocó retenciones en la cola y a punto estuvo de desencadenar una colisión con aquellos que, habiendo ya realizado el saludo de rigor, pretendían adelantarla para abandonar la iglesia, mientras ella efectuaba un zigzagueo etílico con su andador trémulo e insistía también, pese a sus carencias y dificultades evidentes, en situarse en el lugar preciso para rendir respeto, por más que su tacataca se hubiera desbocado ya como un potro epiléptico.


Siempre he sido muy escrupuloso. Desde bien pequeño he sentido aprensión o abierta repugnancia a las más insospechadas idioteces. Lo admito. Con la edad esas arbitrariedades han ido desapareciendo, si bien alguna persiste y difícilmente existirá ya forma alguna de modificarla. Detesto, por ejemplo, compartir habitación y dormir con gente que no goza de toda mi confianza, o aún gozando de ella me producen algún tipo de rechazo o reparo. Seguramente, vaya por delante, a causa de mis aprensiones y en modo alguno porque nadie lo merezca. Semejante circunstancia seguramente le pasó inadvertida a quien me acogió, con la mejor de las intenciones, en su casa y me adjudicó una habitación en la que también acabaron durmiendo tres personas más, entradas en edad, para mayor escrúpulo mío. Después de cenar fuera, cuando entré en la habitación de madrugada, y me acosté, no bien me había echado la sábana por encima, recibí como bienvenida una sonora y prolongada ventosidad que todavía hoy, días después, resuena en mi cabeza como una mala canción de verano. Terminada la cual, para mayor desgracia mía, se inició una pedregosa sesión de ronquidos que ríete tú de los tambores de Calanda y de la Mascletá valenciana. Oh, qué agradable noche viví asistiendo a ese improvisado certamen de ronquidos. Sí, en efecto, acabó siendo una competición, y además muy reñida y trepidante, porque el sonido, el bramido más propiamente dicho, procedía de dos fuentes distintas que se diría competían entre ellas a ver cuál me tocaba más los huevos. Por si fuera poco no hubo lugar al descanso o pausa o receso que se suele producir cuando quienes roncan modifican la postura en la que duermen, momento en el que la víctima que soporta el ruido aprovecha para intentar conciliar el sueño. Yo no gocé de semejante prebenda, porque cuando uno cesaba siempre estaba el otro a pie de cañón para sustituirlo. Y como, al parecer, yo era el único testigo de cuanto sucedía, irónicamente yo, en consecuencia, debía dirimir y alcanzar un veredicto que otorgara la gloria al campeón. Y así fue: And the winner is…

jueves, junio 21, 2007

Refugio




Las dos fotografías que encabezan esta entrada corresponden al piso nuevo que Pilar y yo estrenaremos en breve. Concretamente muestran alguna de las estanterías que albergarán nuestros libros. El piso, en realidad, todavía carece de los muebles de cocina, el lavabo está a medio hacer y el parquet, como se suele decir, brilla por su ausencia, pero lo que más urgía, lo realmente importante, el problema que cabía solucionar con mayor celeridad, el refugio donde descansarán los libros, va camino de solventarse.

martes, junio 19, 2007

El rey desnudo




Leo en el periódico que unos empleados de la limpieza han provocado desperfectos a una presunta obra de arte porque la han confundido con basura o material desechable. Se trataba de unos pedazos de cinta adhesiva de color blanco, pegados al suelo quién sabe con que objeto, que, ni cortos ni perezosos, los pulcros trabajadores han despegado minuciosamente del suelo y arrojado al cubo de la basura. Ah, la sabiduría popular ha dado muestra una vez más de su agudeza, incontaminada por moderneces, y ha situado en su lugar a uno de esos aventajados diletantes meapilas que se autoproclaman artistas, y que transforman sus pajas mentales en excremento visuales que tratan de pasar por arte. El suceso no sólo es una justa humillación y un varapalo al ego del creador, sino asimismo un toque de atención a esos críticos o entendidos que respaldan o alientan esos disparates artísticos con sus arengas laudatorias, incluso, a mi juicio, sosteniéndolas contra su voluntad o a sabiendas que aquello que están aplaudiendo y ensalzando es en verdad incomprensible y mediocre cuando no definitivamente una estupidez supina. Y si así les consta, ¿por qué callan maliciosamente en lugar de clamar, a viva voz, que aquello que cuelga de la pared del museo de turno no es más que una mierda sin paliativos ni parangón? A mí el tema me recuerda al cuento de El Rey desnudo, en el que un monarca bobo paseaba convencido que lucía un impecable traje, cuando en realidad iba en pelotas, circunstancia sobre la cual nadie se atrevía a advertirle, a excepción de un niño –los empleados de la limpieza– que, inmune a cualquier servilismo, reveló la verdad con un grito liberador.

domingo, junio 03, 2007

Cuarto mes



Entramos en el cuarto mes de embarazo y el vientre de Pilar empieza a manifestar una curvatura leve. A día de hoy, de no ser porque efectivamente los médicos nos confirmaron en su momento el estado de gestación mediante los análisis de rigor, y, sobre todo, porque yo fui testigo, en el decurso de la primera ecografía, de la presencia diminuta de ese pequeño fantasma traslúcido yaciendo plácidamente en el interior de mi mujer, de no ser por todo ello, digo, pondríamos en tela de juicio ambos, Pilar y yo, que realmente estemos esperando un hijo. Y es que Pilar apenas ha experimentado, durante este tiempo, molestia alguna que le recuerde constantemente su estado. A excepción de su permanente somnolencia (síntoma este, por otro lado, que ha manifestado toda su vida) y su inicial aversión a determinados olores, el embarazo en estos primeros meses ha transcurrido con una normalidad irritante, por completo distinta a lo que esperábamos, o por lo menos yo esperaba. No sé por qué siempre había relacionado embarazo con vómitos continuos y un deplorable estado general de fatiga. No ha sido así.
En lo que a mí respecta, la inminente paternidad me aboca, en cierta forma, a rescatar apresuradamente parte de mi infancia. Pienso a menudo en retomar mi pasión por el dibujo y practicarlo con la frecuencia de antaño, para que cuando crezca mi hijo pueda sentarlo en mi regazo, frente a la mesa de dibujo, y esbozar con él los primeros trazos de un monigote en el que ya se intuya una cierta habilidad heredada. No dejo de pensar, asimismo, en adquirir toda la colección de los cómics de Tintin, de Astérix y Obelix, y, en suma, todos aquellos personajes que de niño me proporcionaron momentos de una felicidad ilimitada y un goce continuo e intenso. Me pregunto, en ocasiones, si no será ésa una postura egoísta y deshonesta, utilizar a mi hijo para recuperar mi infancia. Pero, al fin y al cabo, ¿no se trata de eso? ¿ser padre no es volver a ser tú en él?

En lo que a transformación física se refiere, Pilar ha experimentado un cambió sustancial: el pecho le ha crecido tanto que asegura, con un mohín de contrariedad en sus labios, que ya no hay hombre que le mire a la los ojos. Me comenta que se siente acomplejada. ¡Ay, bendita mía, todavía no ha descubierto que en lo que atañe a los hombre, el tamaño de los pechos nunca es suficiente! Dice que a la salida de la oficina los camioneros que frecuentan el lugar (existe un descampado próximo a su trabajo en el que los chóferes aparcan sus vehículos para entregarse a breves momentos de asueto) le dedican toda suerte de piropos que, por la tradicional procedencia montaraz del gremio, sospecho que no destacaran por su sutilidad y elevado contenido poético. Mi hermana Manoli le ha sugerido a una idea que quizá lleve a la práctica: vestir una camiseta con una frase en letras grandes, estampada justo encima del pecho, que rece: «ELLAS NO HABLAN». Entretanto, ya me he comprometido con Pilar en no dejar que nadie, faltaría más, mancille su honor y en breve haré acto de presencia en el lugar para ajusticiar, raudo, a esos bellacos con el frío acero de mi sable, Santiago y cierra España.