jueves, mayo 23, 2013

Sonata quejumbrosa contra el calabacín.


—Martina, hija, ¿qué te pasa?
—Estoy muy disgustada, mama.
—¿Y eso?
—Se me acaba de revelar un secreto familiar que me ha dejado estupefacta.
—¿Qué secreto?
—He sabido que tú no querías una hija, sino un hijo. Hundida estoy.
—Martina, hija, ¿quién te ha dicho eso?
—No puedo revelarte mis fuentes de información.
—Dame una pista.
—Mama, sabes de sobra que no sé dar pistas.
—Solo una.
—Que no.
—Una pequeña
—Está casado contigo.
—Lo sabía: tu padre.
—¿Ves como no sé dar pistas?
—Qué letrao que es. Cuando me lo eche a la cara se va a enterar.
—Pero ¿es cierto?
—A ver, cierto, cierto... uy, mira lo que dice la tele: el Ibex 35 ha descendido 10 puntos.
—Mama, no te vayas por la tangente, y centrémonos en el problema que nos ocupa.
—Martina, hija, ¿qué quieres que te diga? Sí, es cierto, pero en cuanto supe que eras una niña, se me olvidó por completo lo del niño, y dediqué todas mis energías a quererte.
—El subconsciente no lo podemos controlar, mama, y a ti el subconsciente te traiciona.
—¿Qué quieres decir?
—Que en lo más profundo de tu ser me tienes ojeriza porque he usurpado el lugar del niño que deseabas.
—¿Tú estás tonta? Uy cuando coja a tu padre.
—Tú jamás lo reconocerás, pero es así. Además, hay indicios que lo confirman.
—¿Qué indicios ni que ocho cuartos?
—El calabacín, mama, el calabacín te delata.
—Tenía que salir el calabacín.
—Si me quisieras de verdad no me darías de comer calabacín.
—Claro que te lo daría.
—Y si fuera un niño no sabría ni qué aspecto tiene.
—Anda calla.
—Es más, si fuera un niño el calibracín que tendría más cerca sería ese que les cuelga a los niños de la entrepierna.
—¡Martina!
—Is true, mama. Believe.
—Te doy calabacín porque es sano, y porque mi obligación es que tengas una dieta equilibrada. Somos lo que comemos, hija.
—¿Y quieres que yo sea un calabacín? ¿Quiere que mi ropa consista en un preservativo gigante? Además, si incluyes en mi dieta un alimento con evidentes connotaciones fálicas, me estás abocando a una vida disoluta.
—Ay, hija, que harta estoy de que hables así.
—No reprimas mi libertad censurando mi lenguaje, mama. El lenguaje es la única arma que poseo para hacer frente a este mundo hostil.
—Martina, quítatelo de la cabeza: no se puede comer todos los días patatas fritas con huevos fritos.
—¿Por qué?
—Porque no es bueno.
—¿Cómo no va a ser bueno si cada vez que los como soy feliz como una perdiz? ¿La felicidad no es buena para la salud?
—Sí pero no.
—¿Sí pero no? ¿Sí pero no? ¿Qué quiere decir sí pero no? ¿Qué forma de argumentar es esa? ¿Ahora eres gallega?.
—Créeme: si comieras patatas fritas con huevos fritos todos los días las acabarías aborreciendo.
—Bullshit!
—Es más, en realidad si no fuera por el calabacín no disfrutarías tanto comiendo huevos con patatas. Si entre plato y plato de patatas fritas con huevos, comes tres de calabacín, estarás ansiosa por volver a comer otra vez patatas con huevo. De la otra forma, se convertirá en una rutina.
—Me troncho, vamos. Mama, esa teoría funciona para la gente pusilánime que dosifica las fuentes de placer para que le duren toda la vida, y cuando se jubilan les da un jamacuco, pero no para mí. Yo soy un espíritu hedonista. Yo quiero concentrar en un solo día ochenta años de vida, yo no quiero pensar en el mañana, el mañana es Ken y Barbie disputándose la custodia de sus hijos, el mañana es Bob esponja traficando con heroína en una cala de la Costa Brava, el mañana es Mafalda pronunciando conferencias en las FAES, el mañana es un Pocoyó chapero que se acaba ahogando en su propio vómito, el mañana es un coche desvencijado abandonado en los márgenes de una carretera solitaria, el mañana es inaprensible como el humo.
—Mira que le he dicho mil veces a tu padre que esconda los libros de Baudelaire. Esta me las paga. Vaya si me las paga. Cuando lo coja se va a enterar.
—Sí, pero ¿qué hay de lo mío? ¿Se acabó el calabacín?
—De verdad, qué fatiga de familia, oye.

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