viernes, agosto 13, 2010

Sant Feliu de Guixols II






Mientras Pilar compraba Martina y yo la hemos esperado al lado de un pequeño tío vivo, enfrente del Museo de la Joguina, una iniciativa privada en la que apenas entra nadie, sobrevive, entre otros negocios tangenciales, gracias al tío vivo.
El tío vivo en cuestión va camino de convertirse en el negocio más lucrativo del pueblo, pues recauda euros sin cesar, a razón de veinte a la hora, como he tenido oportunidad de comprobar hoy mismo. Durante el tiempo que hemos estado Martina se ha subido a él un mínimo de quince veces, sin que yo haya tenido necesidad de invertir un solo euro, todo a cuenta de los transeuntes que de tanto en tanto, camino de la playa, se ven obligados a subir a sus hijos luego de que éstos lo reclamen a voz en cuello. Se trata de padres sin experiencia o que visitan el pueblo por primera vez, pues lo ya bregados sabemos que a poco que se espere un rato aparecerá un padre que gastará dinero por nosotros. Los padres experimentados, asimismo, conocemos rutas alternativas para evitar que nuestros hijos se queden prendados de la atracción.
Martina ya no me pide dinero para montarse. Como yo, sabe que más pronto que tarde aparecera el padre de otro niño que lo hará en mi lugar. Pero si alguna vez lo hace le digo directamente que espere a que aparezcan, que no está la cosa para gastar cuando ya lo hacen otros. Aunque es muy pequeña, no me cabe duda que entiendo lo que le digo.
La atracción se gana con creces cada euro que recauda, pues la mayoría de veces ha de soportar un peso que supera en mucho para el que en principio ha sido concebido.
Es divertido asistir a cómo, cada vez que alguien introduce una moneda en la ranura recaudatoria, una manada de niños salen en tropel del escondite en el que aguardaban a hurtadillas, y se suben sin piedad en él. La atracción inicia la marcha entonces y completa las vueltas con dificultad, emitiendo un chirriar que semeja el de un animal decrépito y fatigado. Uno de los tres caballos que posee se ha hundido definitivamente y ya no asciende y desciende suavemente como es de rigor debido a que un adolescente con sobrepeso y ya crecidito para atracción tan modesta se encaramó a su lomo y, como un vaquero precoz, trató de domar al animal saltando sobre la silla de montar.
De normal, los días en Sant Feliu de Guixols transcurren apaciblemente y apenas surgen momentos que merezcan ser destacados. Pero hoy mismo, mientras desayunaba en la terraza del Fornet, un tipo con problemas mentales que pasaba por allí ha pretendido, de repente, enseñarme unos corazoncillos que guardaba en una bolsa de plástico. Lo he mandado a la mierda sin miramientos. Qué coño, poca broma con los desayunos del Fornet.

jueves, agosto 12, 2010

Sant Feliu de Guixols

Estamos de regreso en Sant Feliu de Guixols. Que mi suegra acabara comprando una casa aquí no es sino una prueba más de los caprichos del azar, pues mi familia residió aquí a principios de la década de los ochenta, siendo yo un adolescente, y, a la postre, constituyó el mejor período de mi vida durante esos años de trajín y traslado constante.
He sorprendido a Pilar cortándose el pelo a sí misma delante del espejo del baño. Cuándo le he preguntado que suerte de temeridad estaba perpetrando, ha fruncido el ceño y me ha dicho que si Tita Cervera lo puede hacer, ella también. No sé qué me preocupa más, que Pilar tenga como modelo a Tita Cervera, o que yo me haya casado con una mujer que tiene como modelo a Tita Cervera.
También me inquieta que una de las señoras más ricas de España rehuse acudir a una peluquería, pero menos.

martes, agosto 10, 2010

Londres VI

Notthing Hill. Bajamos por Portobello, avanzando a trompicones debido a que estaba tomada por una muchedumbre impresionante de turistas, la mayoría de los cuales eran españoles, lo que restaba exotismo al paseo, pues casi parecía que deambularamos por la Ramblas. Si ese día salisteis a las calle y apreciaisteis que se hallaba especialmente deshabitada no fue porque estuvieran de recogimiento sino que se hallaban todos aquí, apretujados y sudorosos, impidiendo que yo avanzara con el carrito de Martina, pese a que ella se abría paso a zarpazos. De verdad que son inoportunos estos turistas que les da por coger las vacaciones a la vez que yo. Así no hay manera. Creo que en esto de las vacaciones debería constituirse por ley un calendario especial de prioridades: primero nosotros, y luego, a la vuelta, el resto del mundo.
Hace algún tiempo leí un artículo del escritor Enrique Vila-Matas en el que se quejaba de que Praga, una de sus ciudades predilectas por aquello de Kafka, asimismo uno de sus escritores de cabezera, estuviera tomada en verano por centenares de miles de turistas, y semejante circunstancia le contrariaba, pues, pobrecito, ya no podía merodear a sus anchas por la ciudad. El artículo en su momento me resultó indignante, pues todos los turistas que a él le estorbaban, o buena parte de ellos, son los que al comprar sus libros dan pie a que él viaje cuando le venga en gana. Mientras daba codazos por Portobello cambié de opinión: los turistas son una plaga a la que hay que erradicar.
Llegó un momento en que había tal cantidad de gente que nos vimos obligados a desistir y no acabamos de realizar todo el recorrido. Era literalmente imposible ganar un solo metro. Decidimos salir de entre la gente (el vulgo) y tomar un autobús para pasear por Kensington Garden, pero se interpuso en nuestro camino una cafetería o restaurante llamado Le Pain Quotidien, según Pilar muy conocida. Yo ni idea, como es sabido. Lo que sí puedo asegurar es que es del estilo que nos gusta: pija a más no poder, comida exclusiva pero frugal por la que pagas un ojo de la cara. Allí lo dejé, el ojo, sobre el tiket de la cuenta, manchándolo de sangre. Me lo extraje con la cuchara de la sopa que sirvieron a un tipo de al lado. Porque servían sopa, y muy buena a juzgar por el aroma. Yo no pedí. Mi religión me prohíbe, en vacaciones o los fines de semana, tomar esa clase de comidas.
Esa cadena de restaurantes disponen de unas mesas muy largas en la que cogen varios comensales, aunque no se conozcan ni acudan juntos, los sientan unos pegados a otros. Nos sentamos, qué casualidad, al lado de dos españolas, dos hermanas de Barcelona, ya entradas en edad (una setenta y cuatro años, la otra cincuenta y dos) y sin embargo muy viajeras y cultivadas. Gracias a la mediación de Martina, conversamos largo rato. Martina ha propiciado que conozcamos al mayor número de gente. En el autobús, en la calle, en el metro, ella, como sea que observa que sus padres son más bien tímidos y callados, realiza la introducción de rigor sometiendo a interrogatorio al personal de turno. Y tú cómo te llamas, dónde vives, etcétera.
Estas dos mujeres habían estado varias veces en Nueva York, lo que despertó nuestro entusiasmo por aquello del vínculo que suscita un destino compartido. El colmo del azar, no obstante, apareció cuando descubrimos que existía un vínculo geográfico aún más cercano: ambas habían estado pasando unos días en Sant Feliu de Guixols a la vez que nosotros, adonde habían acudido con motivo del concierto de Pati Smith y la exposición de la propia cantante, que inauguró Tita Cervera, con las que al parecer departieron un rato. Al final, quedamos en que nos veríamos en Sant Feliu de Guixlos.
Más tarde merodeamos por los márgenes del Tamesis junto a Marina, una amiga de mi hermana Manoli. La zona estaba tomada igualmente por miles de turistas. Esperamos a Marina en un parque delicioso, pequeño, con un césped verdísimo, alto, desde el cual se erigían hasta el cielo unos árboles inmensos, algunos de troncos muy gruesos y retorcidos, describiendo un zigzagueo que semejaba el de una serpiente gigante. Comimos en un banco, mientras Martina perseguía a una ardilla, y trataba de hacer amistad con una niña que se resistía a sus encantos, o más bien se sentía apabullada por sus acometidas. Martina manifiesta un entusiasmo desmedido que intimida a las niñas con las que pretende entablar amistad.
Los parques de Londres, no voy a descubrir nada, son realmente impresionantes. Pero lo que fascina es ver cómo son tomados por los londinenses, entendiendo por tales todo el que habita la ciudad, que se echan sobre la hierba a la menor ocasión, es decir cuando un atisbo de sol asoma entres dos nubes. Es una gozada ver cómo los parques, en Londres, están al servicio de los ciudadanos, y no son como aparadores que pueden contemplar pero no tocar, como sucede en España. Por no hablar que no son en modo alguno comparables unos con otros.
Al final del día cenamos con Marina en una cadena de hamburguesas llamada GBK de la que mi hermana nos había dado excelentes referencias. Y debo decir que son las mejores hamburguesas que he probado en mi vida. ¿Por qué no hay ninguna en Barcelona, por dios?

jueves, agosto 05, 2010

Londres V


Ayer pasamos todo el día en el barrio de Chelsea. Para quien lo desconozca uno de las más caros y exclusivos de Londres, y, por tanto, el que alberga mayor número del famoseo británico. O por lo menos eso era lo que yo tenía entendido antes de visitarlo. Y algo de cierto debe haber, pues al poco de apearnos del autobús nos ha salido al paso Michael Caine, que ha decidido entrar en la misma tienda o boutique de decoración en la que estábamos chafardeando Pilar y yo. Claro que para nosotros los precios eran inaccesibles, y seguramente él no tendría problemas en adquirir alguna que otra cosita para una de sus dos o tres mansiones. La verdad, en algunos aspectos no me cambiaría por él ni por ningún otro de posición adquisitiva similar. Debe de ser un engorro tener que pensar qué figurita colocar en la cómoda de la casa de la playa, y qué jarrón en la choza de los Alpes suizos. El lujo y la riqueza a según que niveles es más una contrariedad que una ventaja. Yo creo que el mejor estado es ser razonablemente rico. Sin más.
En Chelsea Pilar y yo nos hemos percatado una vez más de que irremediablemente tenemos cierta inclinación al lujo y el glamour. Cualquier otra cosa que sea frecuentar hoteles de menos de cuatro estrellas nos incomoda en extremo, y nos pone en el apuro de compartir espacio gente de mal vivir. No tengo nada en contra de los que prefieren comer a las puertas de su tienda de campaña canadiense, asestando dentelladas a una rodaja de pan con tomate en la que se posa un ejercito de moscas desempleadas, pero si tuviera que elegir entre veranear en un camping de Benidorm y una estancia en King Road's me parece que no tardaría en decidirme. He hecho una pausa en la escritura para preguntarle a Pilar si ella también se decantaría por King Road's en lugar de Benidorm, y después de ponerse sus gafas recién compradas encima del pelo ha hecho un gesto como para retirarse de la cara el largo flequillo que cae sobre los ojos cuando circulas en descapotable. No cabe duda: ella también prefiere Chelsea. Benidorm tendrá que esperar.
Para trasladarnos desde el Brithish Museum a Chelsea hemos tomado el autobús 19, que efectúa un trayecto que, la verdad, entretiene y distrae, pues el recorrido incluye las zonas más populares y conocidas: Picadilly Circus, Soho, etc. Pases a la hora que pases están tomadas por una horda de turistas que vociferan como una manada en estampida. Pero enseguida dejas atrás tanta ordinariez y pronto enfilas dirección Chelsea, y yo, cuando he reparado en que nos acercábamos le he sugerido a Pilar si no sería mejor apearnos alguna parada antes, por aquello de que si los vecinos de Chelsea nos veían descender de un autobús nos mirarían mal y pensarían que era una vulgaridad todo lo que fuera hacer acto de presencia en el barrio en vehículos por debajo del BMW. Pilar me ha dicho que no ha lugar, pues King Road's, en realidad, está tomada igualmente por hordas de turistas que, si acaso, guardan más las formas que en el centro de Londres, porque el barrio invita a ello, de lo que se deduce que, tal vez, los turistas son en todos lados los mismos y su proceder varía en función del entorno.
La visita a Chelsea ha sido de lo mejor. Hemos acabado en un parque diminuto llamado Chelsea Physic Garden, donde Martina no ha tardado en hacer amigos de tez sonrosada y cabello muy rubio que, sin embargo, chapurreaban algo de castellano. En menos de un parpadeo se ha apropiado de la pelota con la que jugaban y ha tirado millas con ella bajo el brazo, trotando por un césped verde y muy húmedo al que los empleados, muy esmerados y con diligencia, dedicaban toda clase de cuidados.
De regreso a Oxford Street, al pasar por un par o tres de parques, me he fijado en que la mayoría de personas que practicaban footing (ingleses sin el menor género de dudas) lo hacían pertrechados de una mochila, lo cual, obviamente, incrementa la dificultad de la marcha. Qué gente más esforzada, he pensado yo. A lo que Pilar ha respondido que quizá lo que lleven en la mochila es la muda del trabajo, y no bien acaban de correr se la vuelven a poner de sin previo paso por la ducha, pues parece ser que alguna fama de desaseados los persigue. Yo, a propósito, he recordado una anécdota que narra Enric Gonzalez en su libro Historias de Londres, según la cual después de disputar un partido de tenis con dos colegas periodistas de nacionalidad británica, los tipos se vestían y se iban a trabajar sin ducharse. En fin, cuando el río suena...

Londres IV

En los almacenes Selfridge, en Oxford Street, me he quedado embelesado con el aparador muy ingenioso y singular. No sé a qué genio se le habrá ocurrido semejante escenografía, pero merece ser expuesta en un museo. En el MoMa haría sonrojar a más de uno con ínfulas de artista. A la izquierda de la imagen el objeto final, de una pieza, listo para ser utilizado u observado en todo su esplendor. A la derecha, el mismo objeto desmenuzado (atomizado) pieza a pieza. La moto era particularmente espectacular.




Con la caja de la izquierda fabrican la silla de la derecha.

El castillo de la derecha ha sido realizado con los libros de la izquierda.


A la derecha los ingredientes del pastel.


Las latas de la derecha comprimidas en un fardo a su izquierda.


Londres III

El resto de la tarde de hoy lo hemos dedicado a recorrer Oxford Street. Es decir, Pilar, cronómetro en mano, se ha dedicado a entrar en todas las tiendas que le ha sido posible. Martina, entretanto, se ha fijado atentamente y creo que, como buena discípula que es, pronto aventajará a su profesora. Aquí las tenéis.










miércoles, agosto 04, 2010

Londres II








Publico algunas fotos para que veais como transcurre el día en Londres. Cómo veis la meteorología no está siendo muy propicia. A decir verdad estamos padeciendo el tiempo habitual, tan pronto se intuye el sol tras las nubes espesas, y se abre un claro para que asome tímidamente, como, de súbito, arrecia un aguacero tremendo que nos obliga a guarecernos bajo los soportales del primer edificio que nos sale al paso. Las fotografías de Pilar pertrechada de chubasquero son buena prueba de ello. Cinco minutos antes de tomar esa imagen estábamos comiendo al aire libre, sobre el césped de un parque próximo al apartamento. El mismo en el que veis jugar a Martina. No bien habíamos engullido el último bocado (al menos nos ha permitido comer con más o menos tranquilidad) hemos tenido que sacar rápidamente los chubasqueros y emprender la huida en busca de cobijo. Finalmente hemos hallado una cafetería preciosa, en el interior de la cual hemos tomado te y un capuccino mientras la lluvia cesaba.
Antes, por la mañana, hemos realizado una breve, muy breve visita al British Museum, que se halla literalmente delante del apartamento que ocupamos. Al principio he conseguido atraer la atención de Martina sobre algunas piezas, para ello he echado mano de explicaciones que semejaban los cuentos que le narro para dormir. Martina se ha mostrado muy interesada por los animales disecados, a los que, sin embargo, ha reprochado que no cantaran, cuando se trataba de pájaros, y no graznaran cuando eran cuervos o cualquier otro pajarraco de los que había. No he sabido explicarle qué quería decir disecado, lo más que he acertado a balbucear es que dormían, lo cual no le ha acabado de convencer, pues tenían los ojos abiertos.
Sigo convencido de que tarde o temprano no echarán del país. Apunto han estado de hacerlo del British Museum, cuando a Martina se le ha caído de las manos una pieza, una figura de una rana, que unas ancianitas educadas, situadas en distintas salas tras un mostrador diminuto, permiten que los niños palpen y manoseen. Pues bien, Martina ha palpado, manoseado y arrojado al suelo. Ya digo yo que nos echan.
Bueno, aquí os dejo unas fotos. Esta noche más.



Londres

Bueno, ya estamos en Londres. Todo ha transcurrido según lo previsto. De lo que no estoy seguro es si regresaremos en la fecha prevista (el lunes que viene) o nos echaran antes, pues Martina tiene tendencia a crear problemas con la autoridad competente. Durante la facturación de maletas, ha reprendido a la joven que pretendía enganchar en su carrito la etiqueta necesaria para facturarlo. Y en los controles de seguridad, no bien la hemos bajado del carro, se ha abalanzado sobre la etiqueta y la ha arrancado y le ha plantado cara al picoleto de marras. Se conoce que la pegatina rompía la línea estética de su vehículo. Tampoco le ha faltado tiempo para decirle al chofer del taxi que nos ha recogido en el aeropuerto de Londres que ponga el volante de su coche en el lugar correcto, cosa con la que, la verdad, alguien les tendría que haber dicho hace tiempo a estos ingleses.
En fin, creo que es buen momento para poner por escrito que Pilar y yo hemos hecho, hasta ahora, todo lo que está en nuestra mano para hacer de Martina una niña educada y comedida. Empieza a ser evidente nuestro fracaso. Qué dios reparta suerte.
Esta noche más. Ahora nos vamos a desayunar.

lunes, agosto 02, 2010

De que hablo cuando hablo de despistes

Os presento una sección nueva de este blog. El título lo he tomado prestado de la última obra de Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr. Como he constatado que padezco síntomas alarmantes de despiste que me llevan a situaciones disparatadas, he decidido hacerlas públicas mediante el blog, con un poco de suerte el escarnio público conseguirá que me corrija. Vale decir que en alguna otra entrada he dejado constancia de esos lapsos, por llamarlos de alguna manera, que cometo con más frecuencia de lo que a mí me gustaría.
La última situación tuvo lugar la semana pasada, cuando en vez de la habitual crema depilatoria que empleo para quitarme los pelos de las orejas eché mano de una crema para el sudor de pies. A mí, en realidad, me extrañó que pasados unos minutos aquello no produjera el molesto picor que de normal provoca la crema depilatoria a los cinco minutos de ponértela, pero pensé que estaba caducada. A los veinte minutos me la quité con una toalla, y los pelos seguían ahí, negruzcos y ensortijados como siempre. No ha sido sino una semana después, al intentar quitármelos de nuevo, cuando me he percatado del error. La única ventaja de semejante descuido es que dudo que las orejas me vuelvan a sudar más, si es que alguna vez lo han hecho. Quien no se consuela es porque no quiere.