jueves, septiembre 30, 2010

Voyeur

En los trenes deberían de instalar desinhibidores de frecuencia tal y como ha hecho el ejército en los carros de combate que merodean por las pedregosas carreteras de Afganistán. Lo deberían de hacer para que los móviles enmudecieran siquiera durante el tiempo que dura el trayecto, a ver si hay forma de que uno culmine un viaje sin enterarse de las pequeñas miserias que padece la gente, que departen con el móvil a voces, como si su interlocutor fuera sordo. Ayer ocupé un vagón en el que me parece que yo era el único que no trasteaba un móvil. Y ya sé que los móviles están pensados precisamente para ser trasteados y manoseados y sobre todo exhibidos (los móviles son los nuevos símbolos fálicos), pero es que hasta hace cuatro días los vagones de tren constituían un refugio silente que lo preservaba a uno de los estruendos cotidianos que depara la ciudad. Un entraba en ellos y cuando las puertas se cerraban a tu espalda y tomabas asiento se instauraba una moratoria con el mundo exterior, y prevalecía un acuerdo tácito con el resto de viajeros, y cada cual se sumergía a sus cosas sin perturbarse unos a otros. Ahora se necesita padecer una sordera de dos pares de narices (valga la expresión) para no enterarse de nada. Es curioso que uno sienta más pudor por las intimidades reveladas que quienes las revelan a voz en cuello. A mí no sólo no me debería importar sino que debiera agradecerlo, pues cualquier confidencia que llegué a mis oídos puede ser empleada para una entrada de blog, pero no puedo evitarlo. Y estoy convencido que en todos nosotros late un cotilla, un curioso, un vouyer, lo que ocurre es que el vouyerismo gusta de ser practicado en soledad, y no compartido por un vagón entero.

viernes, septiembre 24, 2010

Extrañamiento


Tremenda empresa en la que nos embarcamos en la clase de ayer. Nada más y nada menos definir qué es la literatura. La profesora formuló la pregunta esperando que los asistentes respondiéramos todos al unísono, pero nadie abrió la boca, antes al contrario, miramos para otro lado y sólo nos faltó silvar y hablar de la meteorología. Y es que esa está siendo la tónica habitual estos primeros días de clase: no hay ni dios que intervenga y genere debate y aporte su opinión, por más empeño que ponga en ello la profesora, que nos invita a hacerlo continuamente. Supongo que eso cambiará a medida que pasen los días, cuando perdamos todo cuidado y algo de la vergüenza de la que ahora adolecemos. Entonces acabaremos la mitad de la clase liando canutos en la cafetería de la facultad mientras la profesora nos busca por los pasillos.
Como nadie se aventuró a desentrañar el misterio de qué es la literatura, fue ella, la profe, la que se dedicó a leer de un folio algunas definiciones recogidas en diferentes diccionarios, entre ellos la Enciclopèdia Catalana, el de la RAE y el Maria Moliner. Y todas, más o menos, venían a decir lo mismo: La literatura es un arte que emplea como medio de expresión una lengua.
Y claro, aquí me sentí tentado a romper la disciplina de voto y expresar mi desacuerdo, o mi acuerdo matizado, pues esa definición podría llamar a engaño y a partir de ella cabría la posibilidad que se sostuviera que cualquier texto en el que se emplea el lenguaje es literatura. Nada más lejos de la verdad. Para que un texto sea literario se debe emplear de tal modo que se logre el efecto de extrañamiento del que hablaban los formalistas rusos. ¿Y qué es el efecto de extrañamiento? Pues sencillamente utilizar el lenguaje con tal destreza que por más que describa acciones cotidianas parezcan nuevas, descritas por primera vez, aunque centenares de años de tradición literaria nos contemplen y por más veces que otros escritores la haya descrito antes. Borges lo dijo: Una palabra, aunque esté cargada de siglos, inicia una página en blanco y compromete el porvenir.

domingo, septiembre 19, 2010

La expulsión.

Lo de la expulsión de gitanos está concitando opiniones de toda índole. El discurso oficial, sostenido tanto por políticos como por medios de comunicación -de izquierdas sobre todo-, tiende a ser unánime: se trata de una medida xenófoba y populista. A mí lo de populista me suena como cuando, para denostarla o restarle méritos, dicen de una película que es comercial. A mí jamás se me ocurriría pensar que una película que ha despertado el interés de medio mundo es, per se, desdeñable. Cuando menos cabría concederle el beneficio de la duda. Lo mejor es ir a verla, y si efectivamente nos parece buena felicitarse por coincidir con el resto del planeta, no pasa nada si así fuera. Y si se nos antoja mala de solemnidad, preguntarnos qué clase de cóctel anfetanímico habían ingerido antes de ir a verla quienes se deshacen en elogios.
Yo escucho cada semana varias tertulias radiofónicas, y durante estos días en que se ha desatado la polémica de las expulsiones, la gran mayoría de oyentes que participaban en los debates se mostraban, con matices, favorables a la medida de Sarkozy. Digo yo que alguna reflexión habrá que extraer de semejante circunstancia. Seguramente muchos de los oyentes que llamaron se habrán pronunciado injustificadamente, impelidos por ese miedo irracional que despierta el diferente. Pero no me cabe duda de que otros habrán expresado su parecer a partir de experiencias propias.
Digo yo que entre la ultraderecha pendenciera y malintencionada y la progresía de izquierdas que preconiza que el mundo es La casa de la pradera debería de haber un término medio desde el que analizar la cuestión de la inmigración sin maniqueísmo ni complejos y, sobre todo, con conocimiento de causa y desde el terreno. No hace mucho me explicaron que un político de Mataró hubo de trasladarse a un barrio con ocasión de una inauguración, y se quedó atónito al constatar que la multitud que asistía era mayoritariamente inmigrante. Se trataba del barrio inmigrante por antonomasia, el primero que los acogió veinte años atrás. ¿En qué realidad vivía ese político y que autoridad moral podía detentar para exigir a la población autóctona comprensión? Asimismo recuerdo haber leído, a raíz del caso Pretoria, que el alcalde de Santa Coloma de Gramanet, a la sazón uno de los municipios que acoge mayor número de población inmigrante, residía en Sarriá, uno de los barrios más exclusivos de Barcelona. Se necesita tener mucha jeta para que un alcalde le diga a sus ciudadanos que se ha de ser solidario con la inmigración, y luego irse a Sarrià, en cuyas calles es más fácil ver a Jose María Aznar practicando danza del vientre ataviado de un tanga de leopardo que a un inmigrante.

viernes, septiembre 03, 2010

Dibujos MILOLA

Como sabéis hoy se cumple una semana de la puesta en marcha de MILOLA, la cafetería pastelería que Manoli y Yoli, mis hermanas, han abierto en Mataró después de mucho esfuerzo y trabajo. El proyecto es innovador, original y creo que, con el tiempo, será un lugar de referencia en Mataró. Mis aportaciones al proyecto son escasas, comparadas al esfuerzo y la ayuda del resto de la familia. Aquí os enseño una de ellas, los dibujos llamados a señalizar el lavabo de hombre y el de mujer. Ya están colgados de la puerta, si queréis verlos, acudid a MILOLA y disfrutar, de paso, de un buen café con leche y un pastel delicioso de los que elabora Manoli. Nos vemos en MILOLA.