miércoles, mayo 31, 2006

¿Qué es la literatura?


Se podría definir la prosa literaria, y por tanto la literatura, como un instrumento con el cual alcanzar a describir lo cotidiano como si se tratara de algo insólito y excepcional. Transformar, mediante el lenguaje, los sucesos banales que nos depara el día a día en algo nuevo y extraordinario y jamás antes advertido. No mejor prueba de ello sea quizá el siguiente epígrafe de George Meredith, quien para decir que los seres humanos sólo estamos a este mundo para sufrir o provocar sufrimiento, inventó la brillante metáfora que viene a continuación: No respiramos más que para ser acero o tajo.

El nuevo Píncipe de Asturias


La buena nueva merece, como poco, un comentario siquiera breve. Paul Auster galardonado con el Príncipe de Asturias. El escritor norteamericáno, sin ser, a mi juicio, un prosista excepcional (autores cuya principal característica no es tanto lo que narran cuanto cómo lo narran, la voluntad de estilo llevada a la máxima expresión o cómo depositar el protagonismo en las palabras en detrimiento de la historia) suscita una singular fascinación en quines se declaran fieles lectores. Admito que me incluyo entre ellos, si bien debo añadir que al finalizar la decepcionante lectura de su última obra publicada en España, Brooklyn Follies, no pude dejar de sentir, no sin cierta desazón, que todo cuanto el escritor neoyorquino había de decir ya lo ha dicho. Leviatán y Trilogía de Nueva York son, para quien esto firma, lo mejor que ha escrito Auster, el cual posee, asimismo, el dudoso honor de haber concebido el que yo considero uno de los libros más desafortunados que ha caído en mis manos, Tumbuctú. Jamás se lo he tenido en cuenta, las satisfacciones que deparan sus libros son infinitamente mayores que las escasas decepciones.

lunes, mayo 29, 2006

Expectativas


Decía Oscar Wilde que sólo los superficiales se conocen a sí mismos. Al hilo de esa ingeniosa reflexión me pregunto a menudo cuántas facetas de mí restarán aún por descubir, y, de haberlas, cuántas de ellas me sorprenderán satisfactoriamente y cuántas me depararán horror o sonrojo y decepción, y asimismo defraudaran o modificaran el parecer de quienes me conocen y poseen de mí una idea o imágen y se han elaborado un juicio susceptible de venirse abajo a la menor ocasión. Cómo satisfacer a todos por igual es tarea ardua y las más de las veces objetivo imposible de alcanzar, por más empeño que uno ponga en conseguirlo, y acaso lo mejor sea no decepcionarse a sí mismo como condición indispensable para no defraudar a los demás.

sábado, mayo 27, 2006

Carta abierta a Bush








No estimado sr. Bush:

Espero que a la llegada de esta carta sea usted víctima de dolorosos retortijones que lo desidraten patas abajo con la misma rapidez y eficacia con la que la Administración que usted preside arrasa países. Yo bien, no gracias a Dios sino a que por azar no nací en Afganistán o Irak, mal que a usted le pese.

El motivo de la presente es felicitarlo a usted y a sus asesores por la labor realizada durante su mandato, en el transcurso del cual le satisfará saber que ha dilapidado el prestigio de su país como ningún otro presidente había podido hacer hasta la fecha, y no será por voluntarios ni ocasiones. En efecto, pese a que muchos de los inquilinos que le precedieron en la Casa Blanca se empeñaron con esfuerzo denodado en llevar a cabo toda suerte de tropelías en aquellos países susceptibles de ofrecer beneficios, ninguno manifestó tan escasas actitudes para realizar algo honrado o provechoso o mínimamente honesto en beneficio de la humanidad como sin duda sí ha manifestado usted de forma reiterada y a conciencia, entre las que cabe señalar una especialmente dolorosa porque atañe al imaginario colectivo de todos aquellos que han crecido viendo en el cine norteamericano cómo el séptimo de caballería acudía a son de corneta en auxilio de los mismos desvalidos que ahora huyen despavoridos a refugiarse de los marines que a golpe de hip-hop arrasan aldeas como una hueste de sanguinarios forajidos.

Bien por activa (las torturas de Abu Ghraib, los asesinatos indiscriminados a manos de marines de civiles en Haditha), bien por pasiva (el huracán Katrina) no ha habido un solo día en que no se haya vertido abundante sangre inocente por su culpa, de lo que no me cabe duda su esposa e hijas se sentirán sumamente orgullosas e imagino que, a esa edad provecta en la que los nietos se arremolinan en torno al orgulloso abuelo, usted se sentará junto a los suyos al arrimo de una cálida chimenea a narrarles cómo hay que hacer para asesinar a niños como ellos y salir indemne. A ese respecto, el planeta entero agradece unánimemente su interés a que la población mundial no aumente más de lo estrictamente indispensable, y asimismo lo emplazamos a que en el futuro, para acabar cuanto antes y evitar el incesante goteo de fallecimientos constantes y la rutina que de ello se deriva, arroje sobre los países que usted considere oportuno alguno de los muchos misiles nucleares que, para nuestra tranquilidad, están a su disposición y mando, y de los cuales cabe recorda el grato recuerdo que guarda la población civil japonesa.

Sin más que decirle y absolutamente convencido de que antes de que acabe su mandato será capaz de crear más devastación y calamidades de las que alcance nadie a imaginar, me despido de usted deseando no sólo que no mejore de sus retortijones arriba mencionados, sino que se hagan más intensos de tal manera que el dolor que padezca sea proporcional al que usted ha causado.

Sin gusto alguno, Arcadio García.

miércoles, mayo 24, 2006

Testimonio de un hijo acosado (o cómo echar a un gorrón de casa)


Quisiera aprovechar la oportunidad que me brinda este blog para denunciar el acoso sistemático del que estoy siendo objeto por parte de mis padres. Resulta que de un tiempo a esta parte he percibido cierto cambio de actitud en el trato que habitualmente me dispensan. Al principio pensé que se trataba de una de esas disputas que surgen en los matrimonios, en las que, por lo general, se suele utilizar al hijo como arma arrojadiza, de manera que no le di mayor importancia y seguí a mis cosas como si nada ocurriera. Sin embargo, hace una semana descubrí que el motivo de su enfado no era otro que yo. Dado que no fui hasta ese momento capaz de advertir nada, ambos, mi padre y mi madre, decidieron, al parecer, incrementar su hostigamiento a fin de que me diera de una vez por enterado, a tal punto que ya no pude soportarlo más y les pregunté cuál era la causa por la que de repente, de la noche a la mañana, habían decidido hacerme la vida imposible con maniobras tales como, por ejemplo, no preparar la comida a la hora en que mi madre tenía por costumbre, con el consiguiente trastorno en mis hábitos alimenticios, o bien realizar escándalo a esa hora temprana en la que uno considera que no es saludable despertarse todavía. Mi padre contestó, con muestras de evidente irritación, que en todo caso lo que en modo alguno era saludable y mucho menos tolerable era levantarse cada día a las once de la mañana. Yo, en mi disculpa, respondí que cada persona necesita unas determinadas horas de sueño que resulta desaconsejable perturbar so pena de padecer alguna dolencia que deteriore el metabolismo de forma irremediable. Mi madre, dando al traste con ese supuesto que ha pasado de una generación a otra según el cual las madres siempre se baten en defensa del hijo, salió entonces en apoyo de mi padre aduciendo que jamás acabaría la carrera si no adoptaba el hábito de madrugar, y que si seguía así, añadió mamá con no poca insistencia, debería sumar a los siete años transcurridos desde que entrara en la universidad otros tantos, cuando sólo se necesitaban tres para acabarla. Ese comentario me dolió en el alma porque puso de manifiesto la evidencia de que mis padres no han sabido apreciar, durante los siete años de facultad, los esfuerzos denodados que he tenido que llevar a cabo para sacar adelante los estudios que, como consecuencia de mi carácter meticuloso y perfeccionista, es cierto que he preferido cursar en más años con idea de que no se me escapara nada y todo me quedara perfectamente claro, es decir, al objeto de ser un buen profesional en lo mío y no el clásico muchachote que acaba la carrera sin una preparación concienzuda. Les dije a mis padres que me dolía en extremo que no supieran apreciar el esfuerzo y el sacrificio que derrochaba en clase para traer a casa, en el futuro, un título del que se sintieran orgullosos. Mi padre dijo entonces que hacía tiempo que él y mi madre habían perdido toda esperanza de sentir algo por mí que pudiera parecerse remotamente a orgullo. Semejante confidencia ha sido el detonante que me ha hecho comprender por fin cuál era el motivo de su cambio de actitud y lo que yo consideraba un comportamiento vergonzoso hacia mí, su primogénito, sangre de vuestra sangre, les he señalado al tiempo que les recordaba que no hacía falta armar tanto alboroto ni llegar a esos extremos si su intención era que me independizara y les dejara en casa solos. Papá ha mostrado su contento de que por fin yo entrara en razón y me ha preguntado cuándo pensaba empezar a buscar piso, yo le he respondido que en cuanto tuviera un momento libre me pondría a hacer acopio de voluntad para poder levantarme temprano, lo cual sería el primer paso para asistir a clase, lo que a su vez sería indispensable para acabar la carrera, lo que, en definitiva, me pondría en disposición de ganar un sueldo más o menos decente que debería quedarme íntegramente y con el que, por fin, estaría preparado para afrontar la decisión de buscar casa. Todo era, le dije a mis padre, cuestión de tiempo.

sábado, mayo 20, 2006

Desmemoria


En esa máquina de perfección minuciosa que es el cuerpo humano, en ese artefacto de precisión en el que cada pieza o engranaje cumple una función específica en el milagro aparatoso de la vida, yo hecho de menos un remedio que nos proteja o rescate de la desmemoria. Pero no en lo que respecta a los asuntos cotidianos y un tanto banales, susceptibles de echarse al olvido en el decurso de la urgencia vertiginosa a la que irremediablemente nos aboca el día a día, sino en relación a todos aquellos sucesos excepcionales que lograron alguna vez acallar, ocultar, desplazar, mitigar o incluso erradicar, en personas de procedencia distinta y modo de pensar radicalmente opuesto y en apariencia irreconciliable, todo cuanto nos separaba y era motivo de discrepancia seria, para unirnos en un objetivo común, acaso la voluntad y el convencimiento unánime de que no puede sostenerse argumento alguno ni defender planteamientos, de la índole que sean, que justifiquen la violencia contra nadie. Deberíamos contar en el cerebro con una suerte de diminuto artilugio que nos produjera indoloras pero oportunas descargas eléctricas cada vez que olvidáramos que hubo un tiempo que en todos, por ejemplo, íbamos en aquellos trenes o fuimos Miguel Ángel Blanco.

miércoles, mayo 17, 2006

Lávalo guarro



El ingenio y la originalidad se manifiestan en tan contadas ocasiones que cuando lo hacen es motivo de aplauso y elogio, por más que vaya en perjuicio de uno. Si usted procede como el común de los mortales daré por supuesto que alguna que otra vez habrá dejado que una fina capa de mierda cubra por completo su automóvil. No se sonroje, quien más quien menos ha sido presa de similar desidia y ha abandonado, estacionado por días a merced de la intemperie y su adversa climatología, su preciado coche. Daré asimismo por supuesto, en consecuencia, que en más de una ocasión e incluso dos habrá encontrado escrito en la luna o en el capó esa leyenda a la que con tanta frecuencia recurren los que adolecen de imaginación, a saber: Lávalo guarro que no encoge. Cuando ha sido mi propio vehículo quien ha padecido las veleidades literarias de esos ociosos escritores improvisados, no tengo empacho en admitir que he sentido cierto enojo no tanto porque escriban como por la falta de originalidad con que lo han hecho. Por ese motivo sentí cierta alegría y no poca sorpresa cuando hace unos días pude leer en un vehículo estacionado próximo al mío una ocurrente variedad de tan manida frase: Ojalá mi novia fuera tan guarra, rezaba en el capó de un sucio vehículo con una caligrafía apresurada aunque firme para haber sido escrita con un dedo índice que uno imagina se desliza tembloroso por la urgencia de no ser descubierto in fraganti en plena gestación de la obra. Desde entonces hago caso omiso a cómo la mierda se deposita pacientemente sobre mi coche con la esperanza de encontrar algún día un mensaje anónimo de ese poeta urbano, nada me haría más ilusión que ceder el lienzo de mi automóvil a tan talentoso personaje.

lunes, mayo 15, 2006

Ellos ya vencieron.


Releo por tercera vez Ventanas de Manhattan, de Antonio Muñoz Molina, uno de mis escritores preferidos, a cuyos libros acudo cada vez que disminuye o se ve frustrado mi interés por la literatura y necesito reconciliarme con ella. Su escritura se ha transformado en un estímulo imprescindible al que recurro con frecuencia. El autor andaluz describe con meticulosidad y detalle las largas temporadas que ha vivido en la ciudad de los rascacielos. Se encontraba en Nueva York el día fatídico en que las torres gemelas desaparecieron transformadas en una inmensa nube de ceniza y polvo que gravitó durante semanas en el aire desolador de esa ciudad herida. Con una prosa demorada describe cómo en los días que siguieron al atentado, mientras viajaba en metro o autobús, o deambulaba sin rumbo por las calles con el propósito de comprobrar cuál había sido el alcance que la tragedia había causado en la gente, todavía mudas por la perplejidad en una ciudad por lo general bulliciosa, había detectado a menudo el estupor intacto y el temor creciente en los ojos de los neoyorquinos. Por razones de estudios, durante los meses que siguieron a los atentados del 11 de marzo, en Madrid, yo me desplazaba en tren a diario a Barcelona, y también me pareció percibir en la gente y en mi mismo ese temor apenas reprimido, esa expresión como de estar en alerta constante, atentos al menor síntoma que pudiera parecer sospechoso, pero desorientados y presas de una paranoia contagiosa porque todo cuanto nos rodeaba parecía serlo. En una ocasión, en el decurso de uno de esos trayectos de apenas cuarenta minutos sentí que alguien golpeaba levemente mi hombro. Giré la cabeza al tiempo que me retiraba de los oídos los auriculares, y un hombre de cuyas facciones ya no guardo memoria me preguntó si la bolsa de deporte que había bajo el asiento que yo ocupaba era mía. En un movimiento reflejo miré bajo la butaca mientras contestaba que no. Se trataba de una bolsa de tela negra un tanto desastrada. El hombre asintió sin decir palabra y en la siguiente estación en la que el tren se detuvo agarró la bolsa y la arrojó sin ambages al andén. El tren se puso de nuevo en movimiento y todos guardamos un silencio incómodo y evitamos el cruce de miradas, acaso conscientes de que lo que acababa de suceder era señal inequívoca de que pasara lo que pasara ellos ya habían vencido.

sábado, mayo 13, 2006

Injusticia


Parece ser que algunos de los consellers que el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, ha cesado fulminantemente recibiran en los próximos dieciocho meses una paga de 1.950 € por los apenas veinte días que han transcurrido desde que prometieran el cargo. Ciertamente deben de haber realizado, en tan corto espacio de tiempo, una tarea encomiable y espero que muy provechosa en beneficio del ciudadano para que les sea retribuída semejante cantidad. La noticia, publicada en El Periódico de Cataluña, añade, sin embargo, que dicha retribución está exenta de pagas extraordinarias, lo cual se me antoja un atropello en perjuicio de la precaria economía de personas tan insignes. Los ciudadanos deberíamos, todos al unísono, tomar las calles y manifestar nuestro desacuerdo ante semejante atropello, y no cesar nuestras protestas hasta que los ex consellers perciban las pagas que sin duda se merecen. Asimismo sería todo un detalle y una muestra de sutileza y buenos modos que nadie se sintiera tentado a recordarles o echarles en cara a tan ilustres personajes que cualquier otro trabajador ha de estar un año contratado para poder acceder a tres meses de prestaciones por desempleo. Si se da la circunstancia, además, de que ustedes coninciden con alguno de ellos en la cola de la oficina de desempleo, ofrézcanles, les ruego, una muestra de buen talante y cédanles el paso sin pensarlo, no fuera que, transcurridos los quince días de rigor que todo desempleado dispone para formalizar el cobro de las consiguientes prestaciones, no les diera tiempo a hacerlo y se vieran sumidos en la más absoluta indigencia después de todo lo que se han esforzado y sacrificado por nosotros durante esos breves pero intensos veinte días.

jueves, mayo 11, 2006

Ya estamos otra vez



Me lo temía. Cada vez que se acercan estas fechas sucede lo mismo. La mente de Pilar se pone en marcha puntualmente cada vez que las vacaciones se aproximan e inicia la búsqueda unilateral e infatigable de destinos turísticos a los que viajar. De poco sirve que yo le señale mi deseo explicito de no marchar a lugar alguno. Sí, sé que todos ustedes expresarán al unísono su estupor ante mi negativa a conocer otros lugares exóticos y su consiguiente cultura, no es propio de un aspirante a escritor, cuya formación, dicen, consiste en conocer otras culturas e impregnarse de ellas, pero qué puedo decir al respecto, ya he confesado en repetidas ocasiones que soy de naturaleza acomodaticia, sedentario a más no poder, poco dado, en suma, a traslados que modifiquen en lo más mínimo mi rutina diaria. Aunque pueda parecer un tópico (sin duda lo es, frecuentar lugares comunes es a lo que recurrimos la mayoría de las personas que carecemos de originalidad e ingenio), si deseo viajar puedo hacerlo sin moverme de mi butaca (y no me refiero un viaje alucinógeno mediante los efectos de un porro del tamaño de un brazo de gitano), gracias a mi estimada colección de dvd de National Geographic o algún buen libro de viajes. Además, ¿qué necesidad hay de ir a ningún sitio teniendo a nuestra disposición la humilde pero agradable casa que poseen mis suegros en la Costa Brava? ¿Para qué padecer fatigas en las angostas callejuelas de un mercadillo de, por ejemplo, Estambul, atestado de aborígenes que vociferan sin pausa pretendiendo venderte los artículos más inverosímiles, cuanto podemos retozar en la balsámica arena de una cala nudista de Palamós, semidesierta y paradisíaca y de abruptas rocas desde las que lanzarse y sumergirse sin temor en sus verdes aguas? ¿No les he hablado nunca de semejante paraje? ¡Qué imperdonable descuido! ¿No les he descrito sus aguas diáfanas a cuyo través se puede contemplar el zigzagueo pausado de los peces y el fondo pedregoso? ¡Disculpen mi desmemoria! Algún día les explicaré cómo Pilar y yo llegamos a parar allí y de qué forma nos fuimos desprendiendo poco a poco de nuestro pudor y recato y acabamos correteando desnudos por la orilla al compás imaginario de una romántica melodía sonando en nuestro subconsciente, con todo cuanto puedan ustedes deducir meciéndose a disposición de la inapelable ley de la gravedad. Pero esa es otra historia.

viernes, mayo 05, 2006

Tahúres con traje


Como es de rigor también próxima a mi domicilio existe la típica inmobiliaria que imagino acogerá todo barrio que se precie. A menudo contemplo a sus puertas el conciliábulo o reunión informal y en apariencia improvisada que sus empleados realizan y en la que parecen departir de forma distendida quién sabe de qué asuntos, acaso, conjeturo, se repartan la ruta a seguir en busca de pisos que ofertar al indefenso cliente de turno y en cómo sacar el máximo rédito a esa indefensión. Se trata en su mayoría de empleados jóvenes que pasean ataviados de unos trajes que uno adivina enseguida no sólo que no están acostumbrados a llevar sino que seguramente no lo han hecho antes de que ese trabajo circunstancial los obligara a ello, y es evidente, en consecuencia, cierto desaliño en el porte, cierta falta de desenvoltura a la que sin duda contribuye el escaso pedigrí del traje. Detecta uno de inmediato esa señal o anomalía o rasgo discrepante entre lo que otros pretenden que uno sea y lo que uno es en realidad. Aunque bien mirado el jefe en cuestión lo que persigue no es en modo alguno modificar las cualidades por las que ha contratado a ese empleado —jóvenes tahúres dotados de una verborrea apabullante capaces de persuadir a cualquiera de lo que sea— sino ocultar, disfrazar, disimular esas cualidades bajo la pátina de respetabilidad y honradez que proporciona el espejismo de un traje.

jueves, mayo 04, 2006

Series de televisión (I)




La diferencia entre una buena película y una buena serie de televisión radica en la prolongación de la empatía, esto es, en la capacidad que poseen los personajes de las series de prolongar en nosotros, gracias a la emisión semanal de un episodio, el rechazo, el afecto o la simpatía y la animadversión que dichos personajes nos suscitan, y a cuyas vicisitudes asistimos puntualmente con expectación cada semama como si de un amigo o allegado se tratara.
Parecer existir una opinión unánime que afirma que las series de televisión norteamericanas están viviendo una suerte de época dorada. Las hay en mayor número y mejor realizadas, al frente de las cuales se encuentran unos guionistas excepcionales que han hallado en la pequeña pantalla terreno ideal para dar rienda suelta a la libertad creativa que Hollywood les reprime. En efecto, parece evidente que la gran industria del cine está inmersa, salvo contadas excepciones, en la mediocridad y el conformismo y cuya falta de imaginación les obliga a repetir hasta la náusea la misma fórmula esquilmada e infantiloide. Se diría, no obstante, que determinados críticos desmemoriados o manifiestamente ignaros han olvidado que antes de esta remesa de Mujeres desesperadas, Perdidos, House, etc, les han precedido series como la magistral Picket Fences, que se mantuvo en antena durante cuatro años y de la que ya nadie guarda memoria, la perturbadora Tiwin Peaks, esa especie de paja mental con la que David Lynch nos obsequió y cuyo dos primeros capítulos jamás he podido dejar de evocar como la experiencia más turbadora que he experiementado delante de la televisión. Pero, en mi opinión, si existe una producción que señala un antes y un después en la concepción contemporánea de series como vehículo para narrar todo cuanto hasta entonces había explicado el cine, esa es Urgencias, que además de contar entre los directores de algunos de sus episodios con realizadores como Quentin Tarantino, se aventuró a emitir por primera vez en la historia de la televisión un episodio en absoluto directo.

Series de televisión (y II)






En fin, yo, por mi parte, me mantendré al margen de modas y continuaré asistiendo con fidelidad perruna a las desventuras que se narran en series como Los Soprano, donde además de las luchas y deslealtades propias entre familias mafiososas y los atropellos de que son capaces, se da cuenta de los problemas cotidianos que el capo Toni Soprano (un energúmeno entrañable capaz de dar rienda suelta a una crueldad que las más de las veces ejerce no tanto porque le guste como porque viene dada con el cargo que detenta) junto a su esposa e hijos, o A dos metros bajo tierra, donde una peculiar familia propietaria de una funeraria se enfrenta y protagoniza toda suerte de historias en las que el humor negro prevalece por encima de todo y en la que sexo y muerte se describe y muestra sin tapujos, o El ala oeste de la Casa Blanca, una visión, admito, idílica de la Casa Blanca y en la que a menudo rezuma un exceso de sentimiento pátrio en un presidente demócrata de los Estados Unidos y su equipo de asesores. Un mandatario cultivado y bondadoso y con sentido del humor que es tanto más inverosímil cuanto más se compara con la administración Busch, pero que posee unos guiones magníficos caracterizados por diálogos ràpidos y una realización similar a la de una producción cinematográfica y con unos personajes perfectamente trazados.
Para acabar, si tienen ocasión no dejen de ver Anatomia de Grey, una producción que, si bien es una versión más de Urgencias, en adelante dará mucho que hablar, o rescatar de tanto en tanto Sexo en Nueva York, sin duda un clásico contemporáneo, pionera en tratar el sexo en la pequeña pantalla con absoluta frescura y desparpajo y no sin cierta poca fidelidad con la vida real, lo que en modo alguno es reprochable habida cuenta que la ficción es un refugio que nos proporcina todo aquello que la realidad nos niega.