sábado, febrero 22, 2014

San Valentín

Se conoce que esta noche he sido poseído por el Espíritu de El Corte Inglés y me he levantado por completo entregado a la efeméride de autos, esto es, San Valentín. Con una determinación inusual, me he puesto en pie, y con el dormitorio en penumbra he sacado del armario la muda de hoy. A continuación, veloz como el rayo que debería partir en dos a Gallardón, he buscado una poesía de amor de Mario Benedetti para recitársela a Pilar no bien saliera de la habitación en dirección al cuarto de baño. Mi estrategia consistía en salirle al paso cuando se precipitara a la carrera para aliviar su vejiga. Así que me he situado estratégicamente en mitad del pasillo y cuando Pilar ha abierto la puerta a la hora en que la abre cada mañana, he hincado la rodilla en el suelo e iniciado la lectura de los versos. Para mí decepción y la de todos los hombres de la Tierra que todavía creemos en el amor, y en que el lunar que tu mujer luce en la mejilla jamás se transformará en una verruga por más tiempo que pase, Pilar no solo no me ha hecho el menor caso, sino que se me ha quedado mirando, y, haciendo visera con la mano, con los ojos amusgados por los efectos deslumbrantes de la luz, y hurgándose en el ojo en busca de una legaña pertinaz, ha examinado de pies a cabeza los colores ciertamente arbitrarios que lucía mi indumentaria y me ha preguntado:

-¿Hijo, tú eres daltónico?

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