lunes, septiembre 01, 2014

Solidaridad, la justa.

La falta de solidaridad de los mosquitos en relación a los de su misma especie es de vergüenza ajena. He tenido la oportunidad de verlo con mis propios ojos. Anoche había varios mosquitos instalados en nuestro dormitorio. No soporto apagar la luz e inmediatamente escuchar el zumbido del vuelo en torno a mi cabeza. Es irritante. Me decidí por una estrategia: cazar uno vivo, salir al balcón y amenazar a los demás con arrojar al vacío a su compañero si no desistían de su actitud y abandonaban la habitación. Así lo hice. Cazar uno vivo entrañaba no poca dificultad, pero lo conseguí. No soy amigo de la violencia, pero creo que en determinadas circunstancias está justificada. Al mosquito que hice preso lo sometí a un interrogatorio sumario durante el cual me vi en la obligación de golpearlo y someterlo a tortura. Así, cuando salí al balcón y estiré el brazo por encima de la barandilla y en mi mano colgaba el cuerpo del mosquito, su rostro presentaba moretones y cortes que habían deformado notablemente su rostro. Era un mensaje: el resto de mosquitos debía saber que no hablaba en broma y llevaría mi amenaza hasta las últimas consecuencias. Entonces, grité desde el balcón hacia dentro de la habitación para llamar la atención del grupo que merodeaba dentro, alrededor de la luz encendida de la mesita de noche, como un grupo de adolescentes en medio de un botellón. Como si oyeran llover. Les traía al pairo lo que hiciera con su amigo. Arranqué una de las alas, el mosquito, mientras, profería alaridos de dolor. Los demás, lejos de sentirse horrorizados, llevaron a cabo, todos a la vez, como si tuvieran ensayada la coreografía, la maniobra de hacerme un calvo, sus culos lampiños relucieron como diminutos fogonazos. No me quedó más remedio: arrojé al vacío a su compañero moribundo, que descendió liviano describiendo en el aire una espiral perfecta. Cuando aterrizó en la acera, una horda de hormigas despedazaron su cuerpo y se dispersaron en todas direcciones cargando los restos descuartizados en lo alto de sus cabezas. 

Esta mañana he amanecido con más picaduras que nunca.