domingo, noviembre 17, 2013

Correr solo.

Corro de dos a tres días por semana. Una hora, más o menos. De 10 a 12 kilómetros cada vez que salgo. Lo hago con más o menos frecuencia desde que tenía 12 años. Ahora resulta que se ha vuelto una moda, y hay gente que me propone salir en grupo. Jamás, les digo. Prefiero salir solo. No sé socializar de normal, menos cuando corro. Además, aprovecho para escuchar todos los podcats que se me van acumulando durante la semana. A veces creo que solo corro para eso, para escucharlos. Casi nunca escucho música, lo cual es motivo de sorpresa cuando lo explico. Escucho tertulias, programas de cine y culturales en general. A veces incluso he escuchado sesudas conferencias descargadas de la Fundación March, sobre narrativa y filología. Siempre solo. Ahora corro por un lugar en el que hay prostitutas apostadas. Son las únicas con las que me comunico mientras corro, cuando paso a su lado, sudando como un puerco y literalmente exhausto, y me guiñan el ojo y me ofrecen sus servicios, y yo apenas alcanzo a encoger los hombros con un gesto que pretende decir: «pero, hija, ¿tú crees que yo estoy ahora para esos menesteres?»

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