martes, enero 21, 2014

La pregunta y la respuesta.

—¿Cómo ha ido el examen?
—Como el culo.
—¿Y eso?
—Lo de siempre: mi respuesta no tiene nada que ver con la pregunta.
—¿No prestas atención en clase?
—Lo intento, pero me distraigo con cualquier cosa. 
—Ejemplo.
—La pelusilla de un jersey basta. 
—¿Pelusilla?
—Sí. Fijo mi vista en ella y observo cómo se yergue, cómo lucha por desembarazarse de la prenda, cómo lo consigue y echa a volar y cómo queda suspendida frente a mi nariz, casi pidiéndome que me sume a ella y yo lo hago y juntos ascendamos hasta el alto techo del aula.
—Que experiencia más lisérgica.
—Cuando me quiero dar cuenta, la clase ha acabado y no me he enterado de nada.
—No me extraña.
—Ya te digo.
—Exageras.
—Que no. Me han preguntado en el examen qué relación había entre la lírica medieval gallega y la occitana, y yo he redactado un informe pormenorizado de cuáles son los motivos por los que el vello púbico masculino contribuye a que el tamaño del pene parezca menor de lo que en realidad es.
—Te has ido por los cerros de Úbeda.
—Si no más lejos.
—¿Te pasa con frecuencia?
—A todas horas.
—¿Y eso?
—Soy un niño encerrado en el cuerpo de un adulto.
—Explícate.
—Contra las paredes de mi cráneo vacío se da de cabezazos el suave aleteo de la mariposa de la conciencia de un niño que se niega a crecer.
—¿Y eso en qué influye?
—Deambulo todo el día lelo perdido, como un niño extraviado en sus fantasías
—¿Y cómo lo lleva tu mujer?
—Lo sufre en sus carnes. Es una damnificada más.
—Ejemplo.
—Nunca la escucho cuando me habla. Lo quiero hacer, de verdad, pero no puedo.
—Ejemplo.
—Antes de mandarme a un recado, me repite cien veces lo que tengo que comprar, y cuando llego a la tienda se me ha olvidado lo que es, y entonces compro lo que me parece.
—Ejemplo.
—Voy al Eslequer...
—Schlecker.
—Eso he dicho.
—No, tú has dicho Eslequer y se dice Schlecker.
—Lo que sea.
—Pues lo que sea.
—El caso es que voy al Eslequer a comprar un paquete de arroz, y en lugar de arroz compro un paquete de cinco rollos de cinta aislante de varios colores.
—No tiene nada que ver.
—Ya.
—Si la cinta aislante se comiera, pero es que ni eso.
—A ver, comer, comer sí se come.
—¿La cinta aislante?
—Sí.
—Que no, hombre, que no.
—Y yo te digo que sí. Un rollo detrás de otro, y hasta que no he comido los cinco, Pilar no me deja levantarme de la mesa.
—Ah.

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