
Ahora que las emociones se han apaciguado, en mi nombre y en el de Pilar desearía agradeceros a todos los que asististeis al enlace que contribuyérais a que ayer fuera un día inolvidable. A la manera de un brindis tardío celebro vuestra generosidad ilimitada, la de los amigos de mis suegros, también la de los nuestros, ¡qué fina es, en ocasiones, la línea que separa al amigo del hermano y qué mediocre sería la vida sin ellos! Quisiera manifestar mi admiración a Eugenio e Isabel, mis suegros, por haber hecho de sus hijas, Pilar y Maribel, dos mujeres excepcionales, generosas, honestas y predispuestas en cualquier circunstancia a ofrecer amor a cambio de nada. Agradecer la presencia cálida de mi familia, en especial a mis hermanas, Tina, Ana, Yoli y Manoli, mis ángeles de la guarda, ¡me siento tan querido y protegido por vosotras! A Cele, un hombre recto y digno a quien llevo treinta años llamando cuñado cuando en realidad ejerció de padre, y como a tal lo he admirado y querido siempre. Por último un brindis a la memoria de mi madre, a quien sólo unos pocos vimos en la sala, pero creedme, estuvo allí, tan próxima que pude sentir el aroma que la impregnó siempre. No hay un sólo día en que no dedique un rato de mi tiempo a pensar en ella. A veces tengo la sensación de que toda mi vida gira en torno a un sólo objetivo: honrar su memoria.
Gracias a todos de parte de Pilar y de mí.