viernes, septiembre 30, 2011

La memoria del corazón

"La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos"

Gabriel García Márquez



En Estados Unidos, una mujer recibe un trasplante de corazón. Tiempo después experimenta cambios de gusto respecto a cosas que antes del trasplante jamás hubiera contemplado: devora toneladas de alitas de pollo del Kentucky Fried Chicken, por ejemplo. Demuestra, asimismo, una predilección nueva por la indumentaria de colores llamativos y extravagantes. Recurre a un psiquiatra para tratar de hallar una respuesta. Lo insólito del caso lleva al médico a interesarse por los hábitos de la persona que había donado el corazón. Y descubre que los cambios que ha experimentado su paciente eran los hábitos exactos de la donante.

A un bebé de meses le es trasplantado el corazón de otro de un año y medio. Los padres del donante tienen oportunidad de conocer al bebé que ha recibido el corazón de su hijo. Cuando se encuentran, el niño se arroja a los brazos de ellos y, para estupor de los presentes, comienza a hacer caricias en la nariz de la madre de la misma forma idéntica en que lo hacía su hijo muerto.

Otra mujer, heterosexual hasta la fecha, recibe el corazón de una lesbiana. Y al cabo del tiempo se da cuenta que siente atracción por las mujeres.

Todos esos casos se han recogido en el libro del doctor Josep Maria Caralps, el mayor experto en corazón de España, a partir de un estudio científico que demuestra que las células del corazón tienen memoria, y una vez trasplantado, viajan al cerebro del receptor, quien adquiere la memoria del donante.

En este enlace podéis escuchar la entrevista que le ha hecho Julia Otero. No os la perdáis.

miércoles, septiembre 28, 2011

Diario

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6



Voy mirando en el tren qué libros lee la gente. Delante de mí hay un hombre que sostiene Lolita, de Nabokov, en la edición de bolsillo de Compactos Anagrama. He constatado a diario que hay personas que tienen muy poca consideración con esa rama amable del chafarderismo que practicamos algunos. Adoptan posiciones poco propicias para ello o sitúan el libro en horizontal de tal forma que resulta imposible saber el título y el autor. Me obligan a efectuar unos requiebros con el cuello que un día de estos me costará una luxación.


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He caído en la cuenta de que cuando se extienda el uso del libro electrónico y todo el mundo lo lleve mientras se desplaza en transporte público tocará a su fin este placer de escrutar la portada de los libros. En mi casa, maldita sea, ya ha entrado esa máquina infernal, y creo que lo ha hecho para quedarse. Pilar está entusiasmada con él y hasta juraría que lee más desde que se lo regalé. El bicho venía con una funda que lleva incorporada una pequeña lámpara retráctil, muy chula ella, con la que Pilar está encantada. Con la habitación del dormitorio en penumbra, cuando nos vamos a la cama y leemos un rato, Pilar extrae la lámpara como si fuera una espada láser, y mira de soslayo hacia mi libro rudimentario con el mismo deje de superioridad con el que un conductor de un Ferrari adelanta a un Seat Panda.


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He llegado sediento de correr y he bebido a gollete de una botella que había encima del mármol de la cocina. He notado un sabor raro. Ha resultado que era la botella en la que había sumergido Pilar las flores que compra todos los sábados. Tiene cojones la cosa.



martes, septiembre 20, 2011

Tengo superpoderes

He tomado aire y, a pesar de las bajas temperaturas, me he sumergido sin miedo y he dado brazadas hasta casi tocar el casco con la punta de los dedos. Aunque estaba cubierto de herrumbre y cieno, he podido ver claramente el nombre: Titanic. Me he acercado a proa, me he agarrado a ella y justo cuando me he puesto a tirar para sacar a flote el barco he regresado a mi cuerpo porque me ha conmovido el tono lastimoso y de cierta aflicción con los que se ha expresado. Me ha dicho que estaba solo, que tenía la familia en Egipto y que no había conseguido hacer amigos en Mataró. Ha añadido que ni siquiera con los inmigrantes con los que comparte idioma consigue establecer lazos de afecto que le ayuden a mitigar la distancia que lo separa de su país. Ha nombrado explícitamente a los marroquíes, cuya lengua árabe, ha dicho, posee matices que son poco propicios a las concesiones sentimentales, a los afectos, de lo que al parecer ahora mismo está muy necesitado. Lo cierto es que hasta ese día apenas habíamos cruzado unas pocas palabras de cortesía, pero esa tarde él estaba especialmente locuaz, seguramente sentía la necesidad de desahogarse con alguien y ha bastado que yo le diera pie con un comentario banal para iniciar su monólogo. Se expresa en un castellano rudimentario, aparatoso, indescifrable si el oyente no posee voluntad y experiencia en el trato con personas con carencias idiomáticas.

Admito que mientras hablaba he llevado a cabo un esfuerzo considerable para permanecer en mi cuerpo. Poseo una facultad asombrosa, casi sobrenatural, para abandonarlo y viajar por espacios siderales e imaginarme protagonista de mil aventuras mientras el interlocutor de marras me cuenta en detalle su vida. Contado así puede parecer que soy una persona insensible y refractaria a las vicisitudes que aquejan a la gente, y quizá algo de cierto haya, pues la mayoría de las veces no me interesa lo más mínimo lo que me cuentan. Y para ausentarme no me basta con dejar la mente en blanco, sino que imagino fantásticas historias de las cuales soy el protagonista. Una persona empieza a explicarme su vida y antes de que acabe la primera frase yo estoy construyendo un iglú en el Polo Norte o cazando tigres en Bangladesh o evitando el asesinato de Kennedy o apuntalando las Torres Gemelas con una mano mientras con la otra rescato a los supervivientes de entre los escombros . Créanme, si pudiera evitarlo lo haría; pero no puedo. A veces creo que soy como uno de esos superhéroes que lo son en contra de su voluntad, y si pudieran elegir renunciarían a los superpoderes que poseen y se convertirían en personas corrientes.

El caso es que el tipo se ha dado cuenta de que estoy especialmente receptivo y se anima y pasa a otro tema sin solución de continuidad. Empieza a decir que por suerte tiene el Corán, que va seis veces al día a rezar a la mezquita de al lado. Añade que se lava sendas veces al día, y ni corto ni perezoso me hace allí mismo una demostración de cómo se aplica sus abluciones. Llegado este punto ya no me hace ni puta gracia, no sólo porque soy, con diferencia, la persona más atea que existe sobre la faz de la Tierra y detesto todo lo que tenga que ver con la religión, sino porque el tipo adopta una postura poco decorosa para explicar cómo se lava sus partes. Mete el culo para adentro y saca la ingle para fuera, como si me estuviera enseñado los genitales o estuviera orinando sobre una tapia. A continuación se pasa la mano por ellos sin llegar a tocárselos. Yo miro en torno a mí para ver si el resto de personas que ocupan la sala están presenciando la escena, y a la vez pienso dónde están los superpoderes cuando se les necesita, y por qué no hay forma de zambullirme en busca del Titanic. Y el individuo sigue a lo suyo y añade que cuando se lava sus partes lo hace siempre con la misma mano, y que esa mano jamás es la que se usa para comer o para saludar, y yo pienso que eso es de agradecer, todo un detalle por su parte, y no obstante me pongo a recordar si alguna vez le he dado la mano y si efectivamente fue la mano pecadora o la otra, y me entran sudores porque no consigo recordarlo por más empeño que pongo.

Cuando ha dado por finalizado sus tocamientos y yo trato inútilmente de trasladarme otra vez al mar del norte para sacar a flote al Titanic, se me pone a hacer proselitismo y a enaltecer el Islam en detrimento del Catolicismo. Señala en dirección a la playa —se encuentra a poca distancia de donde nos hallamos— y se lamenta de que las mujeres en Cataluña paseen por la playa en cueros, porque a la mujer, añade, sólo la puede ver desnuda su esposo. Cuando dice eso yo trato de ser condescendiente, y, dada mi situación, no hablar más de la cuenta y no expresar lo que en realidad pienso de la religión, de la suya en particular, y de todas en general. Me siento tentado a decirle que si quiere seguir instalado en la Edad Media no me parece mal siempre y cuando no pretenda llevarme con él, ni a mí ni al país que lo acoje, que es el mío, de la misma manera que si yo viviera en el suyo lo último que se me pasaría por la cabeza sería hacer un calvo dentro de una mezquita o exigir que sirvieran los kebas en pan Bimbo. Y a pesar de que me siento tentado a decirle todo eso y un poquito más, guardo silencio. Él sigue hablando, habla sin cesar, desatado, vehemente, y llegado este punto a mí me da lo mismo, me trae al pairo lo que dice o deja de decir, porque ya toco con mis dedos el Titanic. Buceo, lo agarro y tomo impulso y lo saco a flote, y una vez en la superficie anudo un cabo a mi cintura y otro a la proa y empiezo a nadar desesperadamente, a nadar, y a nadar, y a nadar hasta que avisto la costa. Mientras, de fondo, la voz del tipo se distorsiona, se diluye y se extingue para siempre, como si nunca hubiera existido ni tuviera la menor posibilidad de existir jamás.

domingo, septiembre 18, 2011

Diario

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5

Esta mañana he hecho todo lo contrario de lo que había planeado durante la semana. En lugar de ir a correr me he tomado el café con leche con dos tostadas con mermelada y mantequilla, y como no he acabado de reventar he rematado la faena con dos brioche con trocitos de chocolate incrustados. He estado a un pelo de entrar en coma. Eso sí: con sacarina.
Aunque estaba recién levantado -eran las ocho de la mañana- cuando he terminado me ha entrado morriña y de poco me pongo a dormir la siesta.

Qué fuerte, tron.

viernes, septiembre 16, 2011

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4



Mientras esperaba turno en Correos ha entrado una chica que lucía todo el cuerpo tatuado: pies, espalda, brazos, y uno en torno al cuello que le ascendía por la mejilla, como si la fuera a estrangular. Me he fijado cómo los empleados de Correos se la quedaban mirando y unos a otros se propinaban codazos para que a nadie le pasara inadvertido el espectáculo.

Lo de llevar tatuajes siempre me ha parecido una temeridad, por cuanto tiene de irreversible, sobre todo. Realizar un acto de esa índole, imperecedero, hasta arbitrario en cierta forma, me parece temerario porque no tiene en cuenta ni prevee los cambios y las transformaciones que el paso del tiempo opera en nosotros. Yo jamás incurriría en ese desatino, habida cuenta que lo que pienso hoy suelo contradecirlo con el discurso de mañana. Ya dije que tengo la pesonalidad de un Argamboy, y algo de cierto hay.

Mis tres hermanos llevaron tatuajes, claro que mis hermanos eran legionarios, de manera que los tatuajes eran de otra naturaleza: amor de madre, etcétera. No tan "cool" como lo son hoy día.


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Me he ido a hacer unas fotos de carnet al Fotoprix, las necesito para la universidad. He tomado asiento y mientras la chica manipulaba la máquina de fotografiar, me he fijado en un cartel enganchado a pocos centímetros de mi cara. Decía algo así: para las fotos de DNI y pasaporte es obligatorio que se vean las cejas. Curiosa y enrevesada forma de avisar que la cara ha de permanecer descubierta. Lo peor es que si han puesto el aviso es porque previamente a alguien se le habrá ocurrido hacerse fotos de DNI o pasaporte con la cara tapada. También es posible que las cejas constituyan un elemento fisonómico de primer orden del que yo no tenía constancia. Todo puede ser.



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Leo que el gobierno catalán pretende prohibir el burka y el niqab en la calle. Ya están tardando.


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Un tipo me ha pedido ayuda porque tenía problemas con la página de Facebook de, al parecer, un famoso Dj. Yo le he dicho que no lo conocía de nada, que era la primera vez que escuchaba su nombre. Él ha insistido con que era famoso en el mundo entero, y ha adoptado un dejo de superioridad ciertamente irritante, o a mí me lo ha parecido, pues de inmediato he pensado que sugería que yo era un carcamal al margen de cuanto sucede a mi alrededor. Lo primero que se me ha pasado por la cabeza es hacerle una glosa, allí mismo, de todas las cosas que yo conocía de las que él no había oído hablar, esa cosa tan frecuente en los hombre de ver quién la tiene más grande. Luego he pensado que quizá estaba en lo cierto, que en realidad lo poco o mucho que uno sabe no se calcula en función del conocimiento acumulado, sino en que ese conocimiento sea el mismo que acumula la mayoría, y si no existe esa coincidencia eres un marginado social.



Conversaciones con mi hija Martina (26)

He aquí las consecuencias de que Martina vea diecisiete veces seguidas el vídeo clip de Laika, la canción de Mecano.
-Papa, ¿tú que has soñado esta noche?
-Nada.
-Venga, cuéntame que has soñado.
-Que no he soñado nada, Martina. ¿Y tú? ¿Qué has soñado tú?
-He soñado que unos extraterrestres se llevaban a unas ovejas que en realidad eran cabras y le hacían lo mismo que a Laika.
He preferido no saber por qué unas ovejas se transforman en cabras de forma tan arbitraria.

miércoles, septiembre 14, 2011

Diario

Diario

3


Hoy he comenzado la universidad, y he advertido con resignación teñida de pesar que soy el estudiante más viejo de las tres asignaturas que cursaré este primer cuatrimestre. Y además lo soy, creo, con diferencia. Es decir, que gano por goleada. El año pasado había bastante más tercera edad de lo que al parecer habrá el 2012. Ah, triste certidumbre la de constatar a diario cómo resulta cada vez más difícil encontrar individuos más viejos que yo en cualquiera de las empresas en las que me aventuro a participar. La gran tragedia de la que soy víctima es que mi cerebro no envejece al mismo ritmo que mi cuerpo. Lo peor, lo más desconcertante, es que me reconozco incapaz de señalar en qué momento de mi juventud mi conciencia decidió no ser cabeza de pelotón y se quedó rezagada mientras mi cuerpo ganaba un Tour tras otro.


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El primer día de clase constituye un puro trámite que consiste en realizar una pequeña introducción en relación a cómo transcurrirá la asignatura. Este año me han tocado las mismas aulas que el curso anterior, y como el día ha sido especialmente caluroso y el número de alumnos era considerable, el calor que hacía era insoportable, máxime teniendo en cuenta que el edificio histórico de la Facultad de Filología carece de aire acondicionado. La profesora de francés ha proferido bufidos durante toda la exposición, y al final ha comentado que pedirá cambiar de aula.
No puede evitar uno la sensación que a las Humanidades se las ha abandonado a su suerte.

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Ayer vi la última película de Alex de la Iglesia, Balada triste de trompeta, y así a bote pronto lo único que se me ocurre decir es que hacía mucho tiempo que no veía una película tan mala, tanto más mala cuanto más proclamas laudatorias ha recibido por una serie de críticos sobre los cuales uno no puede sino poner en duda su salud menta y su incompetencia profesional. Hay situaciones y secuencias y fragmentos del guión que producen vergüenza ajena, y, lo que es más grave, resulta en todo momento inverosímil. Como espectador me siento insultado en mi inteligencia por un director que cree que mostrando sangre en profusión y empleando, mal que bien, efectos especiales por ordenador, cree que dejará satisfecho al espectador medio.


martes, septiembre 13, 2011

Conversaciones con Martina (25)

Martina está con su madre y se fija en la alianza que lleva en el dedo y le pregunta por ella. Pilar le explica:
-Me la regaló el papa cuando nos casamos, y yo le regalé otra.
-¿Por qué?
-Porque nos queremos y eso hacen las personas que se quieren y se casan.
-Pero tú a veces te enfadas con el papa.
-Sí, pero no pasa nada, yo lo sigo queriendo.
-Y también te enfadas conmigo y me quieres.
-Pues claro.
-Vale, pues si te enfadas con el papa y no lo quieres, no pasa nada, pero si te enfadas conmigo sí me tienes que querer. Es muy importante, que no se te olvide.

sábado, septiembre 10, 2011

Décimo aniversario 11-S

Mi aportación al décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre es el siguiente: en 2008 leí una ensayo estupendo de Susan Sontag, Ante del dolor de los demás, editado por Alfagura. En él, la intelectual norteamericana reflexionaba sobre los efectos y la reacción que las fotografías de escenas violentas suscitaban en el observador. En un pasaje del libro menciona una iniciativa que se llevó a cabo un mes después de los atentados. Los responsables de una modesta sala de exposiciones situada en el barrio del Soho efectuaron un llamado general: todo aquel que hubiera tomado fotografías el día de los atentados, ya se tratara de profesionales o de aficionados o turistas, podía cedérselas para organizar una exposición. La convocatoria fue un éxito. Se recaudaron miles de fotografías, y durante semanas centenares de neoyorquinos guardaron turno en interminables colas delante de la sala de exposiciones. La muestra llevó por nombre Here is New York, A Democracy of Photographs. Concluida la exposición, se publicó un libro con todas las fotografías, y el dinero que se recaudara de la venta estaría destinado íntegramente a los familiares de las víctimas.

No bien me enteré empecé a navegar por Internet para intentar hacerme con un ejemplar de ese libro. Fue así como di con la web donde explicaban todo el proceso y, además, mostraban las fotografías que se exhibieron en la exposición. Aquí tenéis la web.

En cuanto al libro, lo busqué por todos lados, en librerías Españolas y norteamericanas, pero o estaba agotado, o era excesivamente caro. Por supuesto también recurrí a Amazon, pero di de bruces con el mismo problema. Al final desistí, aunque solo por un tiempo. Un día, navegando por Amazon, encontré un ejemplar de segunda mano en perfecto estado de conservación, y además a un precio muy asequible: 60 €. Realicé el pedido y a las dos semanas lo tenía en casa. Ahora ocupa un lugar de privilegio en mi estantería, no sólo porque los atentados del 11-S constituyeron uno de los acontecimientos más determinantes para entender no sólo los años que hemos vivido hasta ahora, sino los que han de llegar, sino porque, además, es un libro bastante voluminoso y pesado como ningún otro de los que poseo. Lo podéis comprobar en las fotografías que añado a continuación.








domingo, septiembre 04, 2011

Diario

Diario

2


Ayer por la noche estuve a punto de perder la poca dignidad que me queda. Pilar se estaba arreglando para salir a dar una vuelta. Yo la oía desde el comedor proferir quejas persistentes a propósito del pelo ingobernable que se le había quedado por irse a dormir con el cabello mojado. Al poco apareció en el comedor y me preguntó si yo sabía hacer trenzas. Normalmente no hubiera acudido a mí para semejantes menesteres, habría echado mano de su hermana Maribel, que vive en el piso de arriba, pero mi cuñada estaba asistiendo a una de las doscientas cincuenta bodas a las que acude al año. No entraré ahora en detalles al respecto porque no procede, pero sólo apuntaré que lo de mi cuñado y mi cuñada es para realizar un estudio serio. Quiero decir que si las estadísticas que esta misma semana han salido a la luz indican que el número de bodas se ha reducido notablemente a causa de la crisis, no entiendo cómo es posible que ellos asistan cada años a más. Estoy por pensar que son la clase de personas que no saben decir que no, y aceptan asistir a la boda del primero que se lo pide, aunque no lo conozcan de nada.

"Póngame un cortado con la leche natural, por favor". "Marchando. Por cierto, el yerno de un cuñado lejano se casa, ¿su mujer y usted quieren asistir al enlace?" "Pueeeees.... vale... cuente con nosotros".

Bueno, prosigo que me voy por los cerros de Úbeda. Evidentemente de entre todas las manualidades que he practicado en la vida, hacer trenzas no es una de ellas. Así que le dije a Pilar que ni sabía ni quería saber. Y entonces pasó lo que pasa siempre: que empezó a lamentarse, que no podía salir a la calle con el aspecto de Albert Einstein, que el saber no ocupa lugar, que hemos ser solidario cuando nos salen al paso dificultades como ésa, etcétera. En resumen, como soy un hombre que tiene la personalidad de un Argamboy, al final accedí a aprender a hacerle la trenza. Nos pusimos ambos frente al espejo del lavabo, y se presentó el primer inconveniente: mi mujer es ligeramente más alta que yo, y encima calzaba unos zapatos con un tacón que parecía la pértiga de Sergei Bubka, y por tanto a duras penas llegaba yo a su nuca. Entonces me sugirió que me subiera encima del pequeño retrete de Martina. Lo hice. Me indicó cómo debía hacer la trenza: coger tres matas de pelo más o menos del mismo grosor e ir cruzándolas alternativamente. Entonces alcé la vista y cuando me vi reflejado en el espejo con las tres matas de pelos en las manos, en lo alto del el váter rosa de mi hija, pensé que si aceptaba hacer eso lo próximo que me pediría sería pintarle las uñas de los pies y hacerle las ingles, de manera que dije que no, no y no, y salté del váter y me fui de allí a la carrera y me puse a buscar por casa tabaco de mascar y bicarbonato para echarme unos buenos eructos de camionero.

viernes, septiembre 02, 2011

Diario

A partir de hoy pretendo escribir un diario que recoja las opiniones o reflexiones que me suscite el día a día. Queda excluida, pues, toda tentación de incluir ficción en los textos que siguen, lo cual no es óbice para redactar con cierta voluntad de estilo. No sé, asimismo, con qué frecuencia publicaré, pero ya aviso que los acontecimientos que a diario ocupan mi vida son poco excitantes, de manera que es poco probable que me sienta empujado a escribir todos los días .



Diario

1


Echo de menos leer durante muchas horas seguidas. Hace bastante tiempo que no lo hago. Lejos quedan aquellas tardes o sábados por la mañana durante los cuales podía leer de cinco a seis horas sin más interrupción que las visitas al lavabo y a la cocina. Me pregunto a menudo si volveré a hacerlo y la respuesta suele ser que no, y la culpa no es sólo que dedique tiempo a Martina, sino a las muchísimas series de televisión que me siento en la obligación de ver y a Internet.
Ahora mismo estoy leyedo Honrarás a tu padre, de Gay Talese, la historia y declive de los Bonnano, una de las familias mafiosas más importantes durante la hegemonía mafiosa de los 60 y 70. Según la faja que acompañaba al libro, inspiró la serie Los Soprano. Sea como fuera la verdad es que me está costanto avanzar, creo que no está a la altura del libro anterior de Talese, Retratos y encuentros, pero no estoy del todo seguro que sea tanto culpa del autor como del traductor. Algunas de las palabras que emplea, como riesgoso y otras, chirrían notablemente. Cuando leo un libro no sólo disfruto de lo que cuenta sino que ejerzo una cierta mirada inquisidora sobre la labor de autor. Si encuentro palabras o construcciones sintácticas que me rechinan me digo que yo jamás echaría mano de ellas, y soy de los que se desinteresa por un libro a la menor señal de incompetencia o dejadez en la escritura. Estoy cansado de decir que lo mínimo que se le puede pedir a un escritor es que sepa escribir. Francisco Umbral arrojaba a su piscina los libros que no le gustaban. Yo no tengo piscina, y, además, este libro me ha costado 24 euros. Espero que mejore, sin embargo, pues no he hecho más que comenzarlo.

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H
oy he ayudado a un intermediario de dios y no sé si he obrado correctamente o he traicionado mi condición de ateo. La cosa ha sido así: esta mañana no he tenido más remedio que ir a la Illa Diagonal. He llevado a mi cuñada a una reunión de trabajo a la que tenía que asistir en un hotel contiguo, y he aprovechado para pasear por ese centro comercial que, para Pilar y para mí, es la madre de todos los centros comerciales, por lo menos en lo que respecta a Barcelona y cercanías. Objetivamente la Illa no ofrece más de lo que ofrecen otros centros comerciales, incluso diría que es bastante más pequeño que Diagonal Mar y, por descontado, La Maquinista. La carencia de metros, sin embargo, lo compensa con una atmósfera de cierta exclusividad, como de espacio selecto al que solo puede acceder una determinada clase de gente. Creo que en el fondo eso es lo que nos gusta a Pilar y a mí, que siempre hemos querido ser ricos, pero no ricos normales, sino esa clase de ricos que se suenan los mocos con billetes de quinientos euros y jamás incurrirían en el mal gusto de ponerse dos veces los mismos calcetines, y dado que en los próximos meses no tenemos previsto alcanzar ese estatus debido a que estamos ocupados en otros asuntos de mayor urgencia, nos conformamos con impregnarnos de él paseando por la zona alta de Barcelona y por en centro comercial que frecuentan sus residentes.

El caso es que estaba en la FNAC de La Illa, mirando cd's, no en la zona propiamente de música sino en un espacio cerca de la entrada en la que hay dispuestos unos reproductores para escuhar música, cuando me han abordado dos monjas, y lo han hecho abruptamente, como si hubieran estado esperándome escondidas detrás de un stand para darme una sorpresa. Y la verdad es que sorpresa lo que se dice sorpresa me la han dado, el corazón se me ha encogido cuando esa cosa negra parecida a la muerte pero sin guadaña se ha avalanzado sobre mí, hasta el punto que he creído que estaba siendo víctima de una cámara oculta. Una era alta y joven, la otra era vieja y pequeñita, escuchimizada, plegada sobre sí misma, situada en todo momento a la espalda de la joven, que parecía sofocada por el calor y la prisa.

La monja joven me ha preguntado si ésa que tenía yo delante era toda la música que había. Lo ha hecho, como digo, abruptamente, sin una presentación previa, sin cuidar los prolegómenos, que tan importante son para que las relaciones discurran sin sobresaltos y con armonía. Me he echado para atrás, del susto, claro, y enseguida he advertido que Sor Abrupta y su escudera no se daban cuenta de lo fuera de lugar que resultaba su presencia o, más bien, lo inusitado de ella. Me la he mirado de arriba a abajo, su rostro, blanco y sudoroso, lucía recortado como una careta por el hábito que le rodeaba la cara. Lo primero que he pensado es que Sor Abrupta creía que yo era un empleado de la FNAC. Yo no trabajo aquí, le he dicho. Ya, pero te he visto aquí y por eso te pregunto, ha respondido. Es que estoy buscando música clásica italiana y no la encuentro, ha añadido. Le he indicado dónde podía encontrarla y las dos se han lanzado pasillo abajo y todas las personas que les salían al paso se las quedaban mirando, seguramente pensando, como yo, que era más probable ver a Maurinho y a Tito Vilanova dándose un beso con lengua que a dos monjas comprando cd's en la FNAC.

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De camino a La Illa Maribel y yo hemos tenido una conversación sobre la sesanción de desasosiego que uno experimenta cuando la vida te sonríe. Esa especie de amenaza que se cierne sobre las personas cuya vida transcurre sin sobresaltos. Una sensación que quizá sea tan intensa y persistente cuanto más desdichas acontezcan a tu alrededor, como si en verdad se tratara simplemente de una suerte de remordimiento por experimentar una felicidad ininterrumpida mientras otros no levantan cabeza. Más tarde he recordado haber leído algún texto o entrevista o artículo en el que señalaban, creo, que semejante pensamiento constituye una herencia de aquellos que han recibido una educación cristiana, o forman parte de esa tradición religiosa, es decir, la mayor parte de Occidente. La verdad es que no lo sé con seguridad, lo cual me ha llevado a reprocharme no haber cumplido uno de los propósitos que me marqué cuando acabé el curso universitario: leer la Biblia y algún ensayo sobre ella. Leerla con dos intenciones claras: como libro de ficción, y como instrumento indispensable para comprender y detectar muchas de las alusiones que constantemente se citan en los libros y en la vida cotidiana.