jueves, noviembre 30, 2006

Crónicas de Nueva York. Cuarto dia

Vaya por delante que esta entrada la escribo desde un centro Store de Apple, y puede darse el caso de que alguno de los numerosos dependientes (ataviados todos con camiseta roja y una pequeña tarjeta colgada del pecho con su nombre) que deambulan en torno a mí impida que la concluya. Los centros Apple son el sueño de cualquier macadicto: innumerables ordenadores Mac conectados a Internet a tu entera disposición. En el que me encuentro hoy está ubicado en el barrio del Soho, y el primer día visité el que recientemente ha abierto Apple al final de la Quinta Avenida, en la parte sur de Central Park.
Desafortunadamente la conquista de la cima del Empire State se vio ayer noche frustrada por el mal tiempo. Cuando nos disponíamos a acometerla el amable joven afro americano (lo sé, este dato es irrelevante, sólo es para que visualicéis la escena con la mayor veracidad) apostado a las puertas del ascensor que te traslada a lo alto de semejante monstruo arquitectónico, nos advirtió amablemente que la visibilidad en la cima era escasa, y, por tanto, merecía la pena posponer el intento a mejor ocasión. Vale decir que hoy la meteorología presenta similar aspecto a la de ayer y quizá resulte imposible subir.
Persuadidos por el previo asesoramiento de mi hermana Manoli, esta mañana hemos desayunado en Central Estation, donde yo he pedido un donut gigante bañado en chocolate y Pilar una magdalena enorme con la forma desigual de un meteorito a la que, me temo, mi mujercita se está haciendo adicta. Camino del Moma, realizando un desvío que nos ha apartado considerablemente de la ruta prevista, hemos fotografiado el edificio tan emblemático como, a efectos prácticos, inútil y más bien ornamental de Naciones Unidas. En cuanto al Moma, no añadiré más de lo que ya apunté en la entrada anterior. Creo que está meridianamente clara mi opinión sobre el arte contemporáneo, o cuando menos de parte de él. He pasado gran tiempo de mi vida con un lápiz en las manos, tratando de imitar sin éxito a los grandes artistas, como para que un pamplinas sin más talento que su descaro trate de hacer pasar por arte sus pajas mentales.
Tal y como menciono al principio, en estos momentos estoy en un Apple Store en Soho, un barrio maravilloso repleto de tiendas de toda índole (si bien prevalecen las de moda e infinidad de agradables cafeterías en las que nunca falta alguien sentado a la mesa con su portátil y los auriculares conectados a él. En realidad Nueva York es la ciudad de los portátiles: en parques, en la calle, en locales, cualquier sitio es bueno para sacar de la mochila el ordenador) en cuyas calles se puede contemplar gente variopinta que camina a todos lados. Pilar (como no) esta visitando cada una de ellas, en una de las cuales ha adquirido un abrigo precioso por 40 dólares. Creedme: no cabe en si de gozo.
Hoy hemos comido pasta en un restaurante italiano situado (faltaría más) en Little Italy, cuatro calles mal contadas en las que abundan locales a cuya entrada un tipo con aspecto fingido de mafioso de tres al cuarto trata de convencerte para que entres en su local. Resulta curioso la constatación paradójica, al descubrir en muchos de sus aparadores carteles de películas como El padrino o la estupenda serie de televisión Los Soprano, de cómo la realidad se obstina en imitar la ficción, y los dueños de los restaurantes (o más propiamente dicho los asalariados, los verdaderos dueños son en realidad coreanos o chinos que, provenientes del barrio de Chinatow, han ido poco a poco apropiándose de los restaurantes de Little Italy) adoptan poses y ademanes más propios de las películas que los han hecho populares.
Por último una anécdota, en el Soho hemos estado parados en un semáforo al lado de la actriz Rachel Weisz, protagonista de El jardinero fiel, El regreso de la momia, etc, paseando en carrito a su bebe. Según Pilar, en distancia corta pierde el encanto o glamour que proporciona el cine y resulta más bien mediocre o de una belleza en todo caso corriente. Qué mala es la envidia en cualquiera de sus manifestaciones.

Anexo a dias 1, 2 y 3

A causa de las prisas y la desmemoria he incurrido en olvidos imperdonables que pretendo reparar con este anexo. Cabe destacar la amabilidad abrumadora de los neoyorkinos. Basta que te vean con el mapa en las manos para que se aproximen a ofrecerte ayuda, por supuesto desinteresada y con predisposición a demorarse contigo el tiempo que sea necesario para sacarte del apuro. Se extienden en prolijas explicaciones, en ocasiones gratuitas, como si te obsequiaran con detalles que saben no recoge ninguna guía turística. Se detecta en ellos el amor incondicional y sin mesura que les inspira su ciudad. Sospecho que pertenecer a Nueva York, sentirse parte de ella, implica una especie de deuda u obligación moral que compensan mostrándose serviciales y educados en extremo a fin de facilitar la estancia a quien tiene la fortuna de visitarla.
En el American Museu of Natural History asistimos a un espectaculo fascinante: El Planetarium. En el interior de una grandiosa esfera con aspecto exterior de pelota de golf, sentados en penumbra en unas butacas ligeramente inclinadas que vibraban al ritmo de la narración, contemplamos boquiabiertos el espectáculo visual impactante y a ratos abrumador de la formación del Universo y las galaxias. Mientras tenía lugar la proyección no pude evitar pensar en cómo era posible que aún hoy alguien pudiera poner en tela de juicio la ciencia, y afirmarse en dogmas insensatos que no poseen más fundamento que conjeturas confundidas deliberadamente con verdades, muchas veces lanzadas al oído en la niñez, cuando carecemos de edad para identificar lo incierto de lo probable.
Times Square, de la que tan sólo hice una breve mención en la entrada anterior, es el inmenso plató de una película de ciencia-ficción siempre pendiente de realizar. Sin duda muchos de los mejores films del género futuristas han inspirado sus decorados en ella. Es espectacular y populosa de una muchedumbre mestiza que contempla boquiabierta los destellos de luz.
Por último, respecto al compromiso adquirido unilateralmente (jamás yo la predispuse a ello) por Pilar de comer fruta o ensalada o cualquier otro alimento susceptible de no aportar al organismo los lípidos ingentes que hasta ahora estamos ingiriendo sin rubor, es de justos aclarar que lo cumplió en parte: en la hamburguesa del tamaño de Kansas que se zampó en medio de un pan que semejaba una panettone partido por la mitad, pude percibir, doy fe, un trozo mustio de lechuga.

Primeras reflexiones desde el MOMA (Museum of Modern Art)

Mi impresión sobre el MOMA se reduce a esta reflexión: el mundo esta lleno de farsantes y algunos exponen en el MOMA.

Crónicas de Nueva York.Tercer dia

En la entrada de ayer se me olvido mencionar que visitamos Central Estation, imperdonable descuido habida cuenta la espectacularidad del edificio, escenario de innumerables películas, alguna de las cuales pertenece ya a la historia del cine, como la secuencia de Los intocables de Elliot Ness. Desde lo alto de su vestíbulo asiste uno al incesante deambular de gente de procedencia dispar que, ordenadamente pero sin pausa, camina con urgencia en todas direcciones, para dirigirse a las diferentes arterias numeradas que ordenan esta inmensa ciudad. En Nueva York cae la noche a las 16, 30h, un fenómeno por completo infrecuente para quienes procedemos de tierras mediterráneas. Tan prematuro anochecer nos obliga a madrugar a fin de aprovechar las pocas horas de luz. Hoy, hemos emprendido camino hacia el barrio de Chelsea (camino en sentido estricto, desde que hemos llegado no hemos utilizado metro ni ningún otro medio de transporte público).
Esta ciudad merece ser observada a pie, desde las aceras donde se erigen sus inacabables rascacielos. Hoy hemos visitado algunas galerías de arte alternativo, o contemporáneo, no sin cierta suspicacia (por lo menos en lo que a mí respecta), pues soy del parecer que ese tipo de expresiones artísticas es, las más de las veces, cobijo de quienes carecen de talento para destacar en el arte verdadero, en mi opinión aquél que esta al alcance de unos pocos privilegiados. Mientras hacíamos tiempo a que abrieran las mencionadas galerías, hemos tomado algo en un Dinner, uno de esos bares que semejan un autobús al que le han arrancado el morro y lo han desprovisto de ruedas. Pilar y yo nos hemos mirado con asombro cuando la actriz Lorraine Bracco ha entrado y ocupado una mesa próxima a la nuestra. Para quien no la recuerde, o sin más desconozca quién es, se trata de la actriz que interpreta el personaje de psicóloga en la serie Los Soprano, o el papel de esposa de Ray Liotta en la fabulosa —y a ratos salvaje e inquietante— película de Martin Scorsese, Uno de los nuestros. Finalmente hemos visitado el Chelsea Market, situado en el interior de un edificio renegrido y de aspecto desvencijado, dentro del cual hay numerosas y encantadoras tiendas especializadas en todo tipo de productos y comidas, no tanto exóticas como genuinas, procedentes de Italia o Japón. Hemos comido en una de ellas y antes de salir del Chelsea Market Pilar no ha podido reprimirse y ha comprado una enorme magdalena que por su aspecto parecía elaborada con una mezcla de Poskito, Tigreton y Pantera rosa. La ha engullido con los ojos en blanco, desorbitados a cada dentellada que daba, con fruición no exenta de cierta mala conciencia, a juzgar por el comentario que me ha farfullado con los carrillos llenos y la comisura de los labios manchados de chocolate: Esta noche cenaré fruta, ha dicho sin demasiada convicción. El resto de la tarde lo hemos dedicado a merodear por el Village, un barrio de casas bajas lleno de tiendas que Pilar —faltaría más— no ha dejado de visitar una por una. Esta noche asistiremos al popular encendido del abeto del Rockefeller Center, todo un espectáculo de luz y bullicio que cada año es retrasmitido por las televisiones del mundo entero, y que los neoyorkinos esperan con impaciencia, pues da inicio a la campaña navideña.

martes, noviembre 28, 2006

Crónicas de Nueva York. Segundo dia

Si como dice Mario Benedetti una ciudad es un libro que se lee con los pies, Pilar y yo hemos iniciado la lectura intensa y exhaustiva de Nueva York de bien amanecido. No sé si a causa de la impaciencia, a los nervios o por culpa de los temidos síntomas del jet lag, no he podido conciliar el sueño desde las cuatro de la madrugada, y a las siete ya estábamos ambos desayunando en una cafetería próxima al Empire State Buelding llamada Chez, cuyo hallazgo debemos no sólo a una de las guías que hemos traído con nosotros, sino a la vigilante lectura que Pilar les dedica. Se trata de un local acogedor con la estética de los años sesenta, iluminado con una luz muy suave que casi la mantiene en penumbra. Me han servido café aguado en una taza del tamaño de un orinal. El café (en realidad un mejunje de dudosa procedencia que yo no ofrecería ni a mi peor enemigo) era malo hasta decir basta. Después de compensar ese brebaje repugnante con un más que correcto capuccino, hemos recorrido a pie Madison Avenue, donde hemos cobrado consciencia exacta de en qué ciudad nos hallábamos. Cada esquina (en las que el vapor, como vaho exhalado, ascendía de improviso del interior del alcantarillado), era motivo de asombro, de absoluta perplejidad. Edificios inmensos a los que jamás una película rendirá plena justicia. En la 79, tras un largo paseo en el que hemos pasado frente alguna de las mejores tiendas de Nueva Cork, hemos girado a la izquierda y visitado el American Museum of Natural Histori. A la salida hemos comido algo en Zabar y visitado el Dakota Building, edificio emblemático donde el 8 de octubre de 1980, a manos de Mark Chapman, cayó asesinado John Lennon. A continuación hemos cruzado Central Park. Las ardillas cruzaban de un lado a otro, correteando por entre una inmensa alfombra de hojas amarillas y ocres. Finalmente Times Square. Perdonad, el tiempo de conexión a Internet concluye y todavía no os he narrado más que unos pocos detalles de un día intenso que tendrá su continuación en unos minutos, en el barrio de Chelsea. La fortuna continúa siendo esquiva y tampoco desde la Biblioteca Pública de Nueva York, en la que estoy conectado ahora mismo a Internet, se pueden adjuntar archivos fotográficos. Trataré de encontrar un lugar desde el que hacerlo. Hasta pronto.

lunes, noviembre 27, 2006

Crónicas de Nueva York. Primer día.

Hola a todos desde la Biblioteca Pública de Nueva York, situada nada menos que en la mítica Quinta Avenida. En primer lugar, disculpad la falta de acentos y la ausencia de nuesta querida letra ñ, con el sempiterno bigote a horcajadas sobre su lomo corvo. El motivo: escribo desde un teclado yanki, donde se la excluye y discrimina sin ambajes por más tradición y aprecio que se le dispense en tierras latinas. Como sabéis estos norteamericanos son capaces de lo mejor y de lo peor. Sin duda esta maravillosa ciudad, apabullante y desmesurada hasta dejarlo a uno atónito, se cuenta entre las grandes aportaciones en el terreno de lo positivo. Hoy no voy a poder incluir en esta entrada ninguna fotografia, lo haré manaña si ningún contratiempo lo evita o pospone. Sólo un pequeño avance: estamos alojados en unos apartamentos yo diría que muy correctos tirando a excelente, habida cuenta el precio y el sitio en el que se hallan. Están equipados con todo lo necesario para subsistir, si así lo deseáramos, haciendo acopio de alimentos en cualquier supermercado o tienda de comida para llevar, y su ubicación, además, es inmejorable: justo al lado del Empire State Bulding. Qué os puedo explicar de él que no hayáis visto en infinidad de películas y fotografías, pues, para empezar, que no le rinden justicia. Situado a sus pies, frente a las puertas giratorias (diminutas para pertenecer a un edificio de semejantes dimensiones) uno empequeñece hasta desaparecer. Me temo, no obstante, que esa circunstancia será una máxima en esta ciudad: diluirse sin fin por entre los intersticios que separan un rascacielo de otro. Recién llegados, una vez alojados, hemos caminado por la Sexta Avenida en dirección Central Park con la mirada perpleja puesta en el cielo, donde se pierden la cima de los edificios. Pronto nos hemos cruzado con el primer parque, el Bryant Park, en medio del cual hemos contemplado largo rato cómo se deslizaban los patinadores sobre el hielo en una gran pista que, imaginamos, habrán instalado ex profeso para animar y dar color a las fiestas navideñas. Circulando en dirección opuesta a las agujas del reloj, la habilidad que exhiben los patinadores es desigual. Los hay que apenas si alcanzan a sostenerse en pie con cierta dignidad y avanzan por la pista a trompicones, manteniendo un frágil equilibrio. Otros, los menos (a decir verdad tan sólo una pareja), se deslizan a velocidad vertigionasa por el hielo, realizando toda suerte de intrépidas acrobacias, saltando y girando sobre sí mismos en el aire y aterrizando con los brazos en cruz y las rodillas flexionadas, sin síntomas en la expresión de sus caras de que semejante pirueta les haya supuesto el menor esfuerzo. Ya estamos en Nueva York.

domingo, noviembre 26, 2006

Agradecimiento


Ahora que las emociones se han apaciguado, en mi nombre y en el de Pilar desearía agradeceros a todos los que asististeis al enlace que contribuyérais a que ayer fuera un día inolvidable. A la manera de un brindis tardío celebro vuestra generosidad ilimitada, la de los amigos de mis suegros, también la de los nuestros, ¡qué fina es, en ocasiones, la línea que separa al amigo del hermano y qué mediocre sería la vida sin ellos! Quisiera manifestar mi admiración a Eugenio e Isabel, mis suegros, por haber hecho de sus hijas, Pilar y Maribel, dos mujeres excepcionales, generosas, honestas y predispuestas en cualquier circunstancia a ofrecer amor a cambio de nada. Agradecer la presencia cálida de mi familia, en especial a mis hermanas, Tina, Ana, Yoli y Manoli, mis ángeles de la guarda, ¡me siento tan querido y protegido por vosotras! A Cele, un hombre recto y digno a quien llevo treinta años llamando cuñado cuando en realidad ejerció de padre, y como a tal lo he admirado y querido siempre. Por último un brindis a la memoria de mi madre, a quien sólo unos pocos vimos en la sala, pero creedme, estuvo allí, tan próxima que pude sentir el aroma que la impregnó siempre. No hay un sólo día en que no dedique un rato de mi tiempo a pensar en ella. A veces tengo la sensación de que toda mi vida gira en torno a un sólo objetivo: honrar su memoria.
Gracias a todos de parte de Pilar y de mí.

jueves, noviembre 23, 2006

Enlace


Para quien no haya sido advertido con antelación, anuncio que este sábado Pilar y yo contraemos matrimonio. El lunes partiremos con destino a Nueva York en viaje de luna de miel. Días de frío invernal nos aguardan en la ciudad contemporánea por antonomasia, cobijo de mestizaje, metrópoli políglota donde las haya, un pedazo de puzzle indócil que se diría se obstina en no encajar en el inmenso rompecabezas estadounidense. A poco que la ocasión nos sea propicia, prometemos ambos, Pilar y yo, dar cuenta en este blog, mediante texto y fotografía, de las peripecias que nos salgan al paso en ese lugar inmortal, menos real que cinematográfico.

sábado, noviembre 18, 2006

Franqueza

A diario se le presentan a uno ocasiones en las que dilapidar las más molestas convenciones que delimitan lo que somos o decimos de lo que en realidad quisiéramos ser o decir. No existe persona —no puede existir— que no se haya planteado alguna vez la posibilidad de pisar un día la calle con el propósito, menos arriesgado que liberador, de expresar cuanto siente y piensa sin temor a las consecuencias. En mi opinión, el rapto de franqueza, por más descarnado que se le antoje a quien sea víctima de él, es una confesión de sincera amistad como pocas hay que a largo plazo favorecerá a quien en primera instancia no ha experimentado sino bochorno. Si, pongamos por caso, una amiga reclama tu opinión respecto al peinado que ha resultado de su última visita a la peluquería, sin duda su primera impresión será de horror y animadversión hacia ti al escuchar de tu boca que su cabello parece una rata sumergida en agua, o se asemeja en exceso al peinado que lucían las actrices del porno norteamericano en la década de los ochenta, o el maquillaje que impregna su cara se diría que lo ha trazado con rotulador o plastidecor un maquillador ciego aquejado de parkinson. Créanme, por más rechazo —en rigor verdadera inquina— que en ese primer momento sienta esa persona hacia ti, acabará, con el tiempo y un número indeterminado de visitas al psicólogo, agradeciendo de por vida tu franqueza. Y es que necesitamos del punto de vista ajeno para desentrañar las distorsiones a las que nos aboca el propio

martes, noviembre 07, 2006

Esa terrible soledad


A decir verdad nunca consideró seriamente la posibilidad de que el matrimonio lo obligara a renunciar a uno solo de los hábitos que con tanto desafuero había practicado durante su desatada soltería. Buena causa de ello residía en la seguridad, constatada a menudo, de que su mujer, pese a no dejar pasar ocasión en la que mostrar su enojo y desesperación, permanecería siempre a su lado por más deslealtades y trastadas de las que él la hiciera objeto. En tan elevada consideración tenía el amor que ella sentía por él que lo puso a prueba a diario en el decurso de los cincuenta años que, mal que bien, se había prolongado el matrimonio. Ella acostumbraba a esperar despierta a que él llegara, bien entrada la madrugada, a hurtadillas tras la puerta, para manifestar su desazón con sollozos continuos y rogarle que depusiera su actitud de perpetuo adolescente y se comportara de una vez por todas con la madurez y responsabilidad propia de un hombre de su edad. Él persistía en su comportamiento tanto más cuanto mayores señales ofrecía ella de disgusto, crecido por ese placer mezquino que sienten quienes erigen su autoridad sobre la debilidad bienintencionada del otro. Sin embargo, él había advertido con cierta intranquilidad que en los últimos tiempos ella había demostrado un paulatino desinterés por todo cuanto él hacía. Ya no sollozaba en la cama hasta altas horas de la noche mientras él caía presa de un sueño ebrio. Hasta que esa noche, al girar sobre sí y contemplarla apoyada sobre la almohada, durmiendo placidamente como jamás antes la había visto, él no pudo reprimirse y rompió a llorar, un llanto prolongado y sin pausa, un llanto convulso que contuvo todos los llantos que había provocado a su mujer durante esos años, porque en ese preciso instante en que la vio, recordó una frase que alguna vez había leído a un escritor: lo peor, decían esas palabras, no es morir o padecer una enfermedad, lo peor, lo terriblemente triste es esa desolación que uno siente cuando la persona que te ha querido más allá de lo que nadie podrá quererte jamás, un día, de repente, descubres que ya no siente nada.

sábado, noviembre 04, 2006

Abstinencia


Leo en el periódico, con perplejidad resignada habida cuenta el personaje, que el pistolero Bush financiará con fondos federales programas para promover la abstinencia sexual hasta la desesperante edad de 29 años. Definitivamente procede la urgencia de reestablecer el sentido común en esa nación zaherida y desacreditada me temo que de forma irreparable. ¿Será cierta tamaña insensatez? ¿Qué próximo disparate rondará la cabeza unineuronal del ignaro Bush? ¿Obligar a las mujeres norteamericanas a pasear ataviadas con burkas a fin de no despertar la lívido en los hombres que resuelvan adscribirse a los mencionados programas? Me pregunto qué suerte de autoridad omnímoda cree detentar semejante individuo para arrogarse la potestad de trastornar el mundo de la manera en que lo está haciendo. Dudo mucho que a él, en el decurso de sus años mozos, cuando se comenta visitaba con lascivia etílica los lupanares que se cruzaban en su zigzagueante camioneta de tejano palurdo, le hubiera hecho la menor gracia que nadie le sugiriera en qué agujero, venal o no, debía abstenerse de introducir su mustio pene de futuro presidente. En cualquier caso, de salirse con la suya y sacar adelante semejante desatino, espero que hayan tenido la prudencia de elaborar un programa paralelo, un plan alternativo a fin de prever los efectos de tan larga abstinencia. De no haberlo previsto sugiero proporcionar a los interesados información detallada del arte del onanismo, y sugiero, asimismo, la implicación directa del propio Busch en el redactado del mismo, pues se trata, convendrán conmigo, de la primera eminencia mundial en dichos menesteres, habida cuenta las pajas mentales a las que es aficionado.

jueves, noviembre 02, 2006

El libro de Rosetta


Nadie en la profesión periodística había advertido con anterioridad el menor indicio que pudiera prever semejante eventualidad. De la noche a la mañana las dos expresiones desaparecieron de las innumerables hablas diseminadas a lo largo y ancho del planeta y, pese a que las dos palabras podían ser evocadas mentalmente sin la menor dificultad, la tarea de pronunciarlas, siquiera en forma de susurro, o de trasladarlas de la mente al papel o a la pantalla del ordenador por medio de la escritura devenía una tarea fuera del alcance de cualquier ser humano. Desde el periódico más modesto a los grandes grupos de comunicación internacionales padecieron las consecuencias de una circunstancia que los había sumido a todos en el desconcierto, que no suscitaba sino la formulación constante de la misma pregunta: ¿Sin Dantesco y Kafkiano cómo describiremos en adelante escenas y situaciones? Era sabido que las escenas siempre habían sido dantescas y las situaciones kafkianas, y con la repentina desaparición de ambos adjetivos, ¿de qué otra forma cabía calificar esos sustantivos? ¿Sería posible que los profesionales de la información no se hubieran anticipado a semejante imprevisto? El ciudadano asistía perplejo a cómo los reporteros, en televisión, radio o prensa escrita, dejaban inconclusas sus crónicas debido a la imposibilidad de hallar los dos adjetivos con que describir los sucesos de los que daban cuenta. Algunos de los periodistas que había echado mano a menudo de dichos adjetivos se vio obligado a admitir que, pese a utilizarlos hasta la náusea, jamás habían sabido qué significaban ni asimismo habían realizado el menor esfuerzo por saberlo, circunstancia esta que pretendían disculpar con el argumento, desafortunadamente cierto, de que ni Dante ni Kafka eran en realidad necesarios para finalizar con éxito la carrera de periodismo.
El planeta fue presa de una paulatina pero inexorable desinformación. El desinterés de los ciudadanos por cuanto acontecía en el mundo aumentó de manera alarmante, como consecuencia de la precariedad y desidia con que los medios trasmitían las noticias. El problema, lejos de solucionarse, adquirió proporciones imprevistas. Los informativos, ya fueran televisados o radiados, las tiradas de los periódicos, y la prensa digital constató cómo descendían vertiginosamente las respectivas audiencias. El planeta, pues, parecía precipitarse sin remedio hacia una dictadura de la indolencia, cuando se propagó en Internet un correo electrónico anónimo que vino a facilitar una posible solución. El autor explicaba que años atrás, mientras cursaba estudios universitarios, en medio de la duermevela a la que lo abocaba alguna de las clases soporíferas a las que asistía, le había sido dado conocer la existencia de un libro en el que se podría hallar remedio a tan infrecuente asunto. El ejemplar en cuestión era conocido, apuntaba el anónimo, con el nombre de Diccionario de Sinónimos. Hoy día, años después del hallazgo, se trabaja sin descanso en el quehacer laborioso de descifrar el método y las claves que permitan alcanzar los conocimientos necesarios para utilizar correctamente dicho libro. Los especialistas, pese a la lentitud con la que progresaban, se mostraban optimistas y recurrían al ejemplo, para mantener viva la esperanza, del descubrimiento en 1799 de la Piedra de Rosetta, instrumento indispensable que, como saben, condujo a descifrar los jeroglíficos egipcios. Llevará más o menos tiempo, afirmaban los especialistas, pero acabaremos encontrando una o quién sabe si varias palabras que sustituyan Dantesco y Kafkiano. Es cuestión de tiempo.