jueves, julio 29, 2010

Ya sólo faltaban los toros...

Los toros. Pues no sé. A mí particularmente no me gustan, pero mi padre era un gran aficionado y de niño no me quedó más remedio que ver por televisión alguna que otra corrida. La verdad, no tengo una opinión formada al respecto. Ni me va ni me viene. Y no voy a pedir perdón por no sentir empatía hacia el animal, como tampoco lo hago por la animadversión que me inspiran algunos individuos. Es decir, hay tipos, personas, seres humanos (o personas humanas, una redundancia que escucho con frecuencia) con familia e hijos, es decir, aparentemente gentes de bien, por los cuales, si fallecieran, no sentiría la menor compasión, todo lo contrario, incluso estoy seguro que experimentaría cierto alivio y contento. Hablo de gente cuya existencia pone en peligro la del resto de personas.
Pero me estoy apartando del asunto. Lo que a mí me preocupa de todo esto es el tema de la prohibición. Creo que en Catalunya, en efecto, se pretende ser más papista que el Papa, y para demostrar lo progresista que somos y lo perfecta que es nuestra democracia, y cómo somos capaces de legislar teniendo en cuenta todas las sensibilidades que palpitan en la sociedad, concebimos leyes que, en realidad, constituyen un recorte manifiesto a nuestras libertades. Y no me refiero a los toros. Llegado este asunto me la sudan los toros. Estoy hablando, por ejemplo, de esa intromisión inconcebible aprobada meses atrás según la cual, por ley, unos padres están obligados a comunicarle a su hijo adoptado, no bien cumpla los 12 años de edad, que efectivamente fue adoptado. Es asombroso. Y vergonzante. ¿A cuento de qué un gobierno se toma la licencia de inmiscuirse en asuntos estrictamente familiares? ¿Semejante intromisión en una conquista democrática? Yo diría que es un paso atrás, pero parece ser que sólo yo tengo esa impresión, porque, hasta donde sé, nadie ha protestado ni recogido firmas para tratar de revocar esa mierda de ley que de tan progresista se pasa de frenada.
En fin. El resto ya se sabe. Los de siempre ponen el grito en el cielo. Esperanza Aguirre, por ejemplo, miente sin pudor en televisión asegurando que es culpa de Zapatero, cuando todo el mundo conoce -hasta ella, que no es muy dada a conocer nada que sea de provecho- que se debe a una iniciativa popular y en modo alguno el PSC, y mucho menos el PSOE, son responsables de que finalmente haya prosperado. Pretenden tomar por tontos a la gente. Otra vez. Algo similar hicieron con el 11-m, tomar por estúpidos a los mismos ciudadanos a los que luego piden el voto. Ya digo, en fin...

viernes, julio 23, 2010

Literatura (otra vez)

El lunes se hizo pública la designación de plazas universitarias y de nuevo me han asignado la segunda opción. Si el año pasado elegí Periodismo como alternativa a Estudios Literarios, mi primera elección, éste ha sido Filología Hispánica. Creo que una vez más renunciaré y esperaré al 5 de agosto, día de la reasignación de plazas, a ver si me acompaña la suerte, y tal y como sucedió hace un año, finalmente consigo plaza en Estudios Literarios.
Visto con cierta perspectiva, no se me ocurren unos estudios más inútiles, a efectos prácticos (laboralmente hablando, se entiende) que Estudios Literarios. Si mis padres vivieran y yo contara con 18 años de edad seguramente los tendría todo el día detrás de mí para disuadirme de cursar semejante carrera. ¿Estudios Literarios? ¿Y eso para qué sirve?
En relación a la literatura se da una extraña paradoja. Mientras que los escritores continúan aglutinando una consideración muy favorable (en determinados casos más de la que merecen) como valuartes de la intelectualidad, la literatura, como concepto o definición de una actividad, parece situarse al margen. Seguramente el motivo cabe buscarlo en que la palabra Literatura se asocia a una actividad abstrusa e inaccesible, poco dada al placer y la ociosidad. Ya lo dijo la escritora Flannery O 'Connor: Si se aborda una obra literaria como si se tratara de un problema de investigación para el que sirve cualquier respuesta, con tal que no sea evidente, los estudiantes no descubrirán jamás el placer de leer una novela.
A que hoy día tenga vigencia semejante impresión sin duda han contribuidos los propios escritores, muchos de los cuales difunden opiniones respecto a ella sostenidas mediante digresiones llenas de términos grandilocuentes, y expresadas en una jerga críptica, cuando el mismísimo Aristóteles, cientos de años antes, ya lo expresó de forma diáfana y precisa: la literatura es invención. Ni más ni menos.

lunes, julio 12, 2010

El mundial de fútbol

El campeonato del mundo que acaba de ganar España es un pretexto perfecto para romper el silencio (inexcusable) en que ha estado sumido este blog. Pero que no cunda el pánico, no voy a hablar de fútbol. En modo alguno. Tampoco estoy en condiciones de asegurar que publicar esta entrada vaya a corregir o modificar mi apático ritmo de escritura, y de la noche a la mañana el blog reemprenda la frecuencia de publicación de antaño. Va ser que no.
De lo que quiero hablar es del sorpendente efecto me ha sido dado observar en los ciudadanos de Cataluña a medida que la selección disputaba partidos. El mundial ha obrado un pequeño milagro, y en las fachadas de los edificios de repente han proliferado banderas españolas que, como digo, han ido en aumento a medida que avanzaba la competición. Hace un año semejante circunstancia habría sido impensable. Qué digo hace un año, dos meses atrás cualquier predicción a ese respecto me hubiera parecido un desatino. Sin embargo ha sucedido. Y lo más relevante quizá sea la absoluta normalidad con la que, por lo menos yo, he presenciado la metamorfosis. Qué lástima que la clase política no sea capaz de verlo de igual forma, porque quizá estaríamos desaprovechando una oportunidad inmejorable para corregir o reparar las tremendas distancias que parecen separar a unas comunidades de otras.
Si poseyeramos una clase política de enjundia y no esta pandillas de forajidos faltones sin la menor perspectiva histórica, cabría intentar lo que Nelson Mandela llevó a cabo con el mundial de rugby disputado en 1995. Del suceso, como sabrá más de uno, ha dejado constancia John Carlin en su libro El factor humano, posteriormente llevado al cine por Clint Eastwood en Invictus. Me gustaría que sucediera algo parecido aquí. Qué sé yo, imaginad que esta tarde, durante los actos de celebración, mientas la selección al completo baila sobre el escenario y la muchedumbre enardecida corea sus nombres, imaginad, digo, que descienden del techo la bandera nacional, la senyera y la ikurriña, a la manera de un acto de confraternización. Estaría bien.
Pero si poseyéramos una clase política de enjundia seguramente no estaríamos en la situación en la que estamos.