martes, septiembre 18, 2012

Diario


A veces imagino un mundo dominado por una turba de radicales religiosos y solo pienso en tener a mano una cápsula de cianuro.


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Yo no soy independentista, pero respeto y entiendo a los que lo son, siempre y cuando les asistan razones históricas y, por tanto, responda a un sentimiento legítimo e ineludible de desapego o falta de empatía hacia una sociedad a la que se percibe como ajena, como extraña. Creo, en cambio, que es moralmente reprobable apuntarse solo por causas económicas. No sé, parece que haya algo de mezquino y codicioso.


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Cada vez que paso por un parque y veo plantada la canasta de baloncesto en medio de la arena, me subo por las paredes. ¿Quién coño se va a poner a votar una pelota de baloncesto en un pedazo de terreno lleno de socavones, piedras y matojos? Colocar una canasta en semejantes condiciones denota una falta de respeto al ciudadano. Es síntoma de que el político de turno se ha limitado a cumplir el expediente sin preocuparse si lo ha cumplido correctamente. Coño, ya que haces el trabajo, hazlo bien, mamón.


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A las 16h pasan en Telecinco El hombre que susurraba a los caballos. Lo anuncio mientras tomamos el vermut, y todos me miran con desprecio y estupefacción. ¿Te gusta ese truño?, me preguntan. No sé qué pasa con esa película que no le gusta a nadie que conozco mientras yo no me canso de verla.

 



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