domingo, julio 08, 2012

Las siestas de mi mujer

Mi mujer hace dos horas que duerme. Las siestas de mi mujer vienen durando eso: de dos horas y media a tres. Un rato largo, vaya. Ahora ya me he acostumbrado (qué remedio), pero antes, uy, antes era un melodrama terrible, porque yo confundía sus letargos de osa que hiberna con una defunción en toda regla, con un deceso fulminante, y, claro, después de los sollozos de rigor, yo llamaba a los de la funeraria, (no me gusta ir dejando cadáveres por el medio para que cualquier despistado se tropiece con él), y los de la funeraria acudían raudos, diligentes, y justo cuando iban a introducirla en el cajón, cogiéndola por las axilas y los tobillos, mi mujer se desperezaba y abría los ojos y profería gruñidos con los que anunciaba que ya estaba de vuelta, y los de la funeraria, entonces, se llevaban un susto de dos pares de cojones. Casi se meaban encima, vaya. "Ay dios, pavernosmatao", exclamaba el más entrado en años, llevándose la mano a la altura del corazón, y al final se marchaban pitando de casa, reprochándome que les gastara esa broma de mal gusto. Yo trataba de explicarme, pero ellos no atendían a razones, no me creían, decían que no hay persona en este mundo que duerma así. Vaya, lo mismo que pensaba yo antes de conocer a mi señora.

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