viernes, abril 19, 2013

Martina y el cine subtitulado


—¡Martina, baja de ahí arriba ahora mismo!
—¡No!
—Me cago en to lo que se menea. Martina, baja ahora mismo de ese árbol .
—Que no.
—Te digo que bajes. ¿No ves que te vas a romper la crisma? ¡Baja!
—He dicho que no.
—Como suba yo vas a bajar de cabeza, mira lo que te digo.
—No pienso bajar hasta que no aceptes mis condiciones.
—Pero ¿qué dices? ¿Qué condiciones? ¿Condiciones de qué?
—Exijo que revises tu política de exhibición cinematográfica en casa.
—¿Que exiges qué?
—Estoy harta de ver en inglés todas las películas de dibujos animados.
—Pero si te las pongo con subtítulos.
—Tengo cinco años, papa, todavía no sé leer.
—Pero aprenderás.
—Pero hasta que aprenda me estoy perdiendo todo lo que dicen en los dibujos. Tengo mis derechos y quiero ejercerlos. Quiero saber qué dice Bambi, qué dice Nemo, qué dice Campanilla.
—Ya lo sabrás más adelante.
—Quiero saberlo ahora. Este período de mi vida es el más fértil para la construcción de mi memoria personal. ¿Y qué clase de memoria personal estoy creando con recuerdos hablados en una lengua que no entiendo? Es frustrante, papa. Recapacita.
—Pero si lo hago por ti, para que no tengas las carencias que tengo yo en inglés.
—Yo no tengo por qué pagar tus carencias ni tus frustraciones. Ya tengo suficiente con las mías.
—¿Frustraciones tú? ¿Qué frustraciones puedes tener tú con cinco años?
—Pues para empezar he heredado tus orejas de soplillo, lo que me condenará de por vida a llevar el pelo largo. Un horror. Y luego está la mama, que se he empeñado en poner calabacín a todo lo que cocina. A todo. Hasta en el colacao. Y me da asco. Y la bocina de mi bicicleta se ha estropeado, y no me compráis una nueva y tengo que pitar con la boca. Y eso es una ordinariez. Una princesa no puede ir haciendo esos ruidos con la boca. Y el tiet Ruben se viste de tunero delante de mis amigas. Lo paso fatal. Por favor, tiene casi cuarenta años, ¿cuando va a tirar el traje de tunero? Y la Yaya siempre dice «tovalla» en lugar de toalla, y estoy harta de corregirle. ¿Quieres que siga? ¿eh? ¿quieres que siga?
—Martina, deja de decir tonterías. Y ya estás bajando del árbol.
—Reclamo mi derecho legítimo a poner de manifiesto mis discrepancias familiares.
—O bajas, o subo a buscarte. ¡Y haz el favor de no hablar como la Cospedal! ¡Los niños no hablan así!
—¡Pues no me hubieras enseñado a hablar así!
—¿Subo a buscarte? ¿eh? ¿quieres que suba a buscarte?
—Sube si quieres, pero aunque me obligues a bajar, no dejaré de protestar. Tomaré medidas más drásticas. Me radicalizaré. Como Ada Colau.
—¿No me digas? ¿Y qué vas a hacer?
—Querré hacer la comunión. Y querré ir a catequesis. Y creeré en dios. Y me haré del PP.
—¿Qué? ¿Te has vuelto loca? ¿Tú crees que yo voy a permitir eso? ¡Antes muerto! ¡Te desheredo! Dios sólo entra en mi casa para que yo me cague en él.
—Papa, no digas exabruptos.
—¡Martina! ¡Se dice «palabrotas», no exabruptos! Las niñas de cinco años no hablan como Borges.
—Pues si no querías que hablara como Borges, no me lo hubieras leído desde que era un bebé.
—¡Desagradecida!
—¡Orejón!
—¡Uy, ahora si que te la has ganado!

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