Martina me llama desde su habitación. Acudo, y señala a Leopardina, su leopardo de peluche, que yace sobre la cama
—Creo que los juguetes de mi habitación cobran vida —dice, utilizando ese verbo—, porque yo había dejado a Leopardina con la cabeza sobre la almohada, y me la he encontrado a los pies de la cama.
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