domingo, abril 28, 2013

Cuando despertó, las calles estaban ahí.

Después de catorce años de relación, hoy ha sido el primer domingo que no he tenido que utilizar el desfibrilador para despertar a Pilar. Lo ha hecho por sí sola. Ha sido sorprendente cómo, de repente, ha aparecido en el pasillo de casa a hora tan temprana. Martina y yo la hemos contemplado estupefactos, como si fuera una aparición fantasmal. Hemos salido a la calle antes de las 9.30 para ir a desayunar a Milola, y de camino ha sido fantástico observar cómo Pilar miraba todo en derredor con la boca abierta, como si descubriera por primera vez todos los objetos que nos salían al paso, exclamando: «entonces es verdad lo que contaban: los domingos están puestas las calles antes de las 12h». «Ya te lo dije», he respondido yo. Y entonces le he ido presentado, uno a uno, a los operarios que ponen las calles: A Faustino, el encargado de colocar las farolas, a Salvador, el que extiende los pasos de cebra, a Heriberto, el que coloca los árboles y ordena en las ramas los pájaros que cantan cada mañana, a Rogelio, que conecta los semáforos y los pone en funcionamiento. Y Pilar les estrechaba la mano a todos, uno a uno, e incluso los abrazaba efusivamente, convencida de que posiblemente ese momento no se vuelva a repetir.

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