domingo, abril 14, 2013

Despojos


Suena el teléfono y el oficial de guardia responde:
—Policía municipal, ¿dígame?
—Buenos días, les llamo para avisarles de que en la puerta de mi casa hay tirado un cadáver.
—¿Cómo dice?
—Pues eso, que he salido de casa para ir a trabajar y a diez menos de la puerta me he encontrado un hombre muerto.
—¿En la calle?
—Sí señor, en medio de la acera.
—¿Y está seguro de que está muerto?
—Completamente.
—Se lo digo porque no sería la primera vez que se da por muerto a alguien que no lo está.
—No señor, está muerto y bien muerto.
—¿Cómo lo sabe?
—¿Disculpe?
—¿Es usted médico?
—No, señor, soy taxista
—¿Práctica alguna disciplina médica que le faculte para concluir a ciencia cierta que ese hombre ha fallecido?
—No señor,
—¿Entonces podría darse el caso de que ese hombre parezca muerto y no lo esté?
—Es poco probable.
—¿Detecta algún indicio que confirme esa conclusión?
—¿Perdón?
—Que si ve alguna señal clara que indique que ese hombre está muerto.
—Tiene un puñal hundido en la sien, si es a eso a lo que se refiere.
—A eso mismo. Veamos, ¿cuando dice que tiene un puñal hundido en la sien se refiere a la punta del cuchillo? ¿A la mitad de la hoja? ¿A qué se refiere exactamente?
—¿Importa eso?
—Por supuesto. Un puñal clavado en la sien es más aparatoso que otra cosa, no sería el primer caso de alguien sobrevive a una lesión de esas características.
—Pues este no creo que sea uno de ellos, porque lo tiene hundido hasta la empuñadura. Y el cuchillo es bastante grande porque le asoma por el otro lado.
—Parece grave.
—Se lo vengo diciendo. Un fiambre en toda regla.
—Eso parece.
—Se lo llevarán de aquí cuanto antes, ¿no?
—Si no es urgente, no.
—¿Cómo que no es urgente?
—Quiero decir que por mucho que corramos no va a resucitar.
—Visto así…
—Lo importante ahora es que usted no entre en pánico. En estás situaciones es importante mantener la calma.
—Estoy calmado. Les llamo porque me ha parecido mal pasar al lado del cuerpo y hacer como que no está.
—Entiendo.
—Vaya, es que me pongo en su lugar…
—¿En el mío?
—No, en el del muerto.
—Entiendo.
—Me pongo en su lugar, digo, y a mí no me gustaría que la gente me ignorara de esa manera.
—Es de muy mal gusto.
—Bueno, también quería hacerle saber que aquí mismo, a unos metros, hay un colegio, y de aquí a nada empezarán a llegar los padres con los niños, y no es plan que se den de bruces con un muerto. Así que digo yo que cuanto antes se lo lleven mejor, ¿no?
—Ya me gustaría, ya, pero las cosas no son tan sencillas.
—¿Por qué?
—Es largo de explicar.
—Supongo que lo dice porque tendrá que venir el juez para el levantamiento del cadáver y todo eso.
—Eso es lo de menos. Lo peor es que con el tema de la crisis estamos muy justos de efectivos móviles. La crisis económica ha reducido considerablemente los ingresos municipales, y el ayuntamiento se ha visto en la obligación de utilizar los vehículos de la policía y las ambulancias para hacer mudanzas, y cosas por el estilo, y ahora mismo los tenemos casi todos ocupados. Si no es un caso de urgencia, no podemos enviar ningún efectivo.
—¿Y un hombre con un cuchillo atravesado en la cabeza no es un caso urgente?
—Ya se lo he dicho: para qué correr si ya no lo podemos salvar.
—Pero entonces, ¿qué sugiere usted?
—No me gustaría abusar de su confianza, pero ¿no podría acercárnoslo usted a la comisaría?
—¿Yo? Pero hombre, cómo voy a cargar yo con un muerto
—Es taxista, ¿no? Pues métalo en su taxi y traiga el cuerpo hasta aquí. Qué le cuesta.
—Pero hombre, cómo me pide usted una cosa así. Además, ¿qué hay de la escena del crimen? No ve usted que si toco el cadáver puedo borrar huellas que ayuden a resolver el asesinato. O peor, que yo me vea involucrado sin comerlo ni beberlo.
—Uy, asesinato; eso son palabras mayores. ¿Qué le hace pensar que se trata de un asesinato?
—¿Aparte del cuchillo que le atraviesa la cabeza de punta a punta?
—Aparte.
—¿Eso no es prueba suficiente?
—Las cosas no son siempre como parecen. Se sorprendería. En treinta años en el cuerpo las he visto de todos los colores. ¿Hay alguna posibilidad de que ese hombre se haya suicidado?
—¿Suicidado?
—¿No se puede haber hundido él mismo el puñal?
—No sé como va a ser eso posible.
—Contemplemos otra opción: ¿cabe la posibilidad de que ese hombre se haya arrojado de un edificio, con tan mala suerte que haya caído encima de un cuchillo que algún desmemoriado hubiera dejado en la calle con la punta mirando hacia arriba?
—A ver, de ser posible, todo es posible, pero yo lo dudo, qué quiere que le diga.
—Pero ¿por qué lo cuestiona usted todo, hombre de poca fe?
—Por la cartera.
—¿Qué cartera?
—A un metro del cuerpo, casi al lado, vaya, hay tirada una cartera, y parece que está vacía. Me apuesto un huevo y parte del otro a que el asesino cogió todo lo que había de valor y luego se dio a la fuga.
—No creo que usted esté cualificado profesionalmente para aventurar esa hipótesis.
—Hombre, blanco y en botella…
—Veamos: ¿Hay algún contenedor de basura cerca?
—Sí, a un par de metros hay uno.
—Perfecto. Vamos a hacer una cosa: abra la puerta del contenedor, coja el cadáver por las axilas y sitúelo con la cabeza dentro del contenedor, como si estuviera rebuscando en la basura, así, cuando pasen los niños y vean a un hombre escarbando en la basura, les parecerá una escena cotidiana. ¿Qué le parece la solución?
—Como usted vea. ¿Y cuanto tiempo lo van a dejar ahí?
—Tomo nota de la dirección y a la que acabemos las cuatro mudanzas que tenemos programadas hoy, mando un coche. ¿Vale?
—Usted verá.

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