domingo, abril 07, 2013

Dos gotas


Te tengo que decir una cosa.
—Qué cosa.
—Se acabó.
—El qué, ¿mirarte?
—No, reírte las gracias. Ya no lo voy a hacer más.
—¿Por qué?
—Por qué va a ser, porque tienes la gracia en el culo. Siempre la has tenido ahí.
—Y entonces ¿por qué te reías?
—Qué sé yo. Por inercia.
—¿Por inercia?
—O por quedar bien. ¿No me digas que a ti no te ha pasado nunca?
—¿El qué?
—Que no te haga ni puta la gracia lo que dice alguien, y sin embargo te rías porque sabes que el otro espera que te rías.
—Supongo.
—Fijo que te ha pasado. Si me ha pasado a mí, por huevos te ha tenido que pasar a ti. Y eso no está bien.
—¿Reírte de lo que no tiene gracia?
—Exacto. No está bien.
—¿Por qué?
—Porque si me río sin que me haga gracia, es como si estuviera mintiendo.
—Qué más da. Son mentiras piadosas.
—Me meo y me cago en las mentiras piadosas. Son mentiras, y punto. Y el mundo sería un lugar más habitable si dijéramos lo que pensamos de verdad.
—¿Tú crees? Yo creo que se iría todo a tomar por culo a la primera de cambio.
—Que no. Prueba.
—¿Que pruebe? ¿Que pruebe qué?
—Prueba a decir algo de mí que nunca te hayas atrevido a decirme.
—Venga ya.
—Que sí. Que no pasa nada. Va, con dos cojones. Di lo que quieras. Ni me voy a inmutar.
—A ver, déjame que piense.
—Tómate tu tiempo.
—Por ejemplo...
—Dispara.
—… me jode mucho verte todas las mañanas con legañas en los ojos.
—¿Te jode o te da asco?
—Las dos cosas: me jode y me da asco.
—Vale, legañas. Lo asumo. Venga, sigue.
—¿Más?
—Sí. Seguro que hay más cosas que te joden. Desembucha.
—Como quieras. Me toca mucho los huevos, pero mucho, que saques las llaves de casa cuando falta un kilómetro y medio para llegar. Tú no sabes cómo me toca los cojones verte las llaves colgadas de la mano durante un kilómetro y medio como si fuera un sonajero. Ni te imaginas.
—Ok. Vamos bien. Las llaves. Venga, aprovecha que estás en racha. Sigue.
—No me gusta tu perro, no me gusta nada de nada. Es feo de cojones, y da asco, da mucho asco. Siempre intenta follarse mi pierna. Se yergue a dos patas y se pone a refregar su polla contra a mi pierna. Coño, como si mi pierna se pareciera a una perra. Una de dos, o tu perro es ciego, o es subnormal.
—Eso lo hacen todos los perros, no sólo el mío.
—Me la suda. Es que no me gustan los perros en general, ni el tuyo ni el de nadie. Y me toca mucho los cojones que un animal que confunde una pierna con una perra sea considerado el mejor amigo del hombre. Y luego está lo de la mierda. Recoger en una bolsita las mierdas que van dejando por todos lados. No le cambio el pañal ni a mi hijo y le voy a recoger la mierda a un perro: una polla como una olla. Y me tocan mucho los cojones los músicos callejeros. Para uno que sabe tocar, cien no tienen ni puta idea. La música amansa a las fieras… un nabo para ti. Voy en el tren y en la primera parada sube un hijo de puta que se cree Michael Jackson o su puta madre, y pone en marcha el amplificador y se pone a cantar como si tuviera un cangrejo pellizcándole los huevos. El hijo de puta, qué mal canta. ¿Y qué pasa entonces? Que no puedo leer mi libro en todo el camino. Y hablando de libros, le arrancaría los pezones con unas tenazas incandescentes a todos los que les presto uno y me lo devuelven con las puntas de las páginas dobladas. Soplapollas, me cago en tus muertos, ponle un punto de libro, que no cuesta nada, aunque sea una mierda de cartón, ni que tuvieras que ponerle un billete de quinientos euros. Así reventaras, cabrón. Ah, y a quien no soporto tampoco es a ese mamón que cuando estás sentado en la butaca de cine, se pasa toda la película dándole golpecitos con el pie a tu asiento, por detrás; joder, a ese le arrancaría el pie, qué cojones, arrancar no: se lo cortaría a machetazos, por encima del tobillo, ¡zas, zas, zas!, y luego se lo metería por el culo con zapato y todo, y si el zapato tiene hebilla, tanto mejor. Ah, y a todos esos cerdos que se dejan la uña del dedo meñique largas como mejillones, a esos les cortaría el dedo ese asqueroso y le sacaría la cera de las orejas con él, y se la daría a comer y no dejaría de meterle cera en la boca hasta que cagara cirios. Joder si lo haría. Ya lo creo. Pero ¿sabes qué es lo que de verdad me pone enfermo?
—No ¿qué?
—¿De verdad no lo sabes?
—Ni puta idea.
—¿No lo sospechas ni siquiera un poquito?
—Que no, coño.
—Lo que de verdad me pone enfermo es llegar a casa, encerrarme en el váter, y soltar toda esta sarta de gilipolleces contra la imagen que me devuelve el espejo.

No hay comentarios: