martes, noviembre 22, 2011

Diario

Diario


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Ayer me vi en la obligación de decirle a un tipo que no podía serguir acudiendo en el estado de desaseo y falta de higiene con el que normalmente acude al centro. Vamos, que se lavara. Es la tercera vez que le he tenido que llamar la atención. El hedor es nauseabundo, putrefacto, inconcebible si no lo hueles por ti mismo. Valga decir que tiene que oler muy mal para que a alguien no le quede más remedio que llamarte al orden. Lo mejor es que, cuando se lo dije, levantó la cabeza y preguntó: ¿pero olor a qué?, como si no se hubiera dado cuenta de que en un radio de dos metros en torno a él las moscas caen fulminadas a su paso.


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Me pongo a pensar en los resultados de las elecciones. Podría pensar en muchas otras cosas más divertidas, pero las tertulias que escucho a diario están generando en mí un espíritu inconfeso de tertuliano frustrado, de tal manera que alivio esa frustración convocando tertulias en mi subconsciente, exponiendo argumentos y rebatiéndolos a continuación, no siempre de manera pacífica por culpa de uno de los tertulianos que invita mi subconsciente, que tiene el perfil beligerante y algo pendenciero de los que acuden a Intereconomía, y siempre acabo a hostias con él, citándolo en la calle para que acabemos nuestras rencillas como hombres.

Digo que venía pensando, y lo hacía en esos siete millones de personas que se han quedado en casa y han elegido no votar. Siete millones son muchas personas. Las suficientes para que el resultado de las elecciones hubiera sido otro bien distinto. O no.

El caso es que yo no he faltado nunca a la cita. Desde que tengo edad para hacerlo he votado en todas y cada una de las elecciones que se han convocado. Y antes tenía una opinión muy negativa de la gente que desperdiciaba la oportunidad de hacerlo. Ahora no. Me da lo mismo lo que haga cada cual, y hasta disculpo quienes se sienten engañados y decepcionados por la hueste de políticos que predomina en España.

Durante mucho tiempo se apeló a los cuarenta años de dictadura para hacer reaccionar a los que deciden no votar. Se les insistía que muchas personas habían dado su vida para que ellos gozaran de libertad para expresar el voto. Bien mirado, se trata de un chantaje emocional de primer orden. Es decir, no sé hasta qué punto estará justificado.


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De camino a la escuela de Martina, escucho en la radio algo que yo vengo diciendo desde hace tiempo: esta crisis será tan duradera que ha acabado con el gobierno de Zapatero y posiblemente acabará también con el de Rajoy.



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Hablaba yo el lunes con un compañero de clase sobre varios asuntos, cuando he dejado caer un comentario sobre los resultados de las elecciones, y lo he expresado adoptando un deje de cierto desdén, el que se espera que un hombre de izquierdas manifieste respecto a todo lo que tenga que ver con la derecha. Admito que lo expresé casi sin pensarlo y, en realidad, sin sentirlo, por la costumbre de hacerlo, como para adoptar una postura que se espera de uno por más que no siempre esté de acuerdo con ella.

El caso es que hice el comentario dando por hecho que mi interlocutor coincidía conmigo, pero detecté una expresión que me hizo sospechar lo contrario. Al día siguiente hablamos de nuevo, y alcanzamos un grado de confianza mayor, circunstancia que él aprovechó para soltar una opinión muy desfavorable y vehemente contra el gobierno de Zapatero.

Creo que la gran mayoría de veces no somos conscientes de cuánta gente no coincide con nuestra forma de ver el mundo. Sin apenas darnos cuenta, de forma no abrupta pero sí progresiva, nos vamos rodeando de gente afín a nosotros, de tal manera que uno acaba pensando que la inmensa mayoría coincide con nosotros en cualquiera de las facetas de la vida, cuando en verdad está lejos de ser así.


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Coincido en la cafetería con dos compañeras de clase. Una es búlgara y la otra mexicana. Ambas estudiantes de filología. Hablamos de la asignatura de Literatura, que yo cursé el año pasado y ellas este. Les pregunto por la bibliografía, y sale a colación Edgar Allan Poe, y ninguna de las dos parece conocerlo ni tener referencias previas. Me extraña y alarma a un tiempo. Son futuras filólogas a las que se les supone un conocimiento anticipado de algunos autores. Les digo que Poe fue quien inauguró la literatura de detectives, y añado que Borges amaba sus relatos. Me miran ambos con algo de desconcierto.

Ninguna de las dos sabe quién es Borges.

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