domingo, noviembre 06, 2011

Diario

Diario


7

Salgo de la biblioteca justo en el momento en que tres hombres conversan de meteorología en la puerta. Alcanzo a escuchar sus pronósticos agoreros según los cuales ya nada será lo mismo en lo que a las estaciones se refiere, y llegan a la conclusión de que este calor impropio de otoño constituye el principio de un cambio inexorable que nos conducirá a festejar la Navidad en verano, y a coger las vacaciones en invierto. Si tal cosa sucediera para mí constituiría una tragedia, no hay nada más deprimente que celebrar la Navidad en bañador.

Lo de oír conversaciones al vuelo puede deparar momentos de gran hilaridad. No he olvidado nunca una que le escuché en la playa a dos jóvenes. Departían sobre los placeres de una buena paja. En un momento dado a uno se le ensombreció el semblante y le dijo al otro si era consciente de la gran cantidad de descendencia que ambos habían malbaratado por el desagüe cada vez que se masturbaban.


.

En el trabajo, voy al lavabo y en medio del pasillo me encuentro con un usuario musulmán rezando en el suelo. No lo interrumpo. Dejo que termine y que regrese a su ordenador y tome asiento. Me acerco y le digo, con toda la educación del mundo, que ese no es un lugar de culto y es mejor que la próxima vez se dirija a la mezquita más cercana o dónde él estime oportuno siempre y cuando no sea allí.

Al cabo del rato, otro que se pasa la tarde mirando videos en Youtube en los que por lo general aparece un imán, me saluda y señala hacia la pantalla y sonríe mientras dice coran, coran, y yo encojo los hombros como para darle a entender que en realidad me trae sin cuidado su religión en particular y todas en general. Lo cierto es que me gustaría decírselo explícitamente, pero me reprimo, y no sé si lo hago porque mi puesto me impide entrar en asuntos semejantes o porque siento temor a la reacción que les depare escuchar cómo alguien pone en tela de juicio la existencia de dios. Una vez se lo insinué a uno, aparentemente de mentalidad más abierta, muy joven y con el que tenía cierta confianza, y el semblante le demudó en el acto, me miró con expresión de perplejidad, echó una mirada rápida en torno a él y me dijo: ¿pero entonces de dónde ha salido todo esto? Es producto de la naturaleza, le vine a decir, y entonces realizó con la mano un gesto de desprecio, como si yo dijera bobadas. Desde entonces he eludido cualquier intento de hablar de religión.

La diferencia de mentalidad y de obrar es tanta entre sociedades laicas y seculares que a veces se hace difícil pensar que convergerán en algún punto en común a partir de los cuales convivir como una sola sociedad, como un solo grupo que se obstine en construir un espacio común. Mientras los jóvenes que pertenecen a sociedades laicas manifiestan una total indiferencia o desafección por la religión, los chavales en cuyos países la línea que separa religión y Estado es ténue o indeterminada o directamente inexistente, tienen una muy elevada consideración por el prócer religioso de turno, hasta el punto de seguir a pie juntillas sus recomendaciones, cuando no dogmas o imposiciones. Según lo veo yo, uno de los grandes problemas y retos actuales, una de las razones por las cuales el problema de la inmigración constituye en efecto un problema reside, creo, en casi la imposibilidad de integrar un pueblo de tradición religiosa en otro laico. O lo que viene a ser lo mismo: un pueblo con manifiestas carencias democráticas en otro que la tienen como principio primordial de convivencia.

.

De entre todas las preguntas disparatadas o improvables que me han formulado en mi trabajo hoy destaco la siguiente: Arcadio, ¿sabes a qué hora venden el pescado los pescadores de Arenys de Mar?
Evidentemente no lo sé, aunque prometo informarme, estoy seguro de que habrá hordas de gente deseando poseer una información tan valiosa.


.


Como todo persona de bien estoy muy contento de que el terrorismo se acabe. Y soy de los que piensa que jamás debemos olvidar lo que ha pasado. Jamás. Yo, personalmente, poseo algunos recuerdos indelebles de todos esos años: Miguel Ángel Blanco, Irene Villa y su madre, el matrimonio Becerril, asesinados ambos de un tiro en la nuca mientras paseaban con su hijo por el centro de Sevilla. Ahora bien, llevo días preguntándome por qué ahora es importante no olvidar, es necesario recordar a los muertos y las cincunstancia en que fueron asesinados, y cuando atañía a los ajusticiados por el franquismo era mejor olvidar, pasar página, obviar. ¿Acaso los asesinos no son todos iguales? ¿Tal vez los españoles caídos bajo el franquismo no merecen la misma consideración que los que asesinó ETA?

No hay comentarios: