viernes, septiembre 02, 2011

Diario

A partir de hoy pretendo escribir un diario que recoja las opiniones o reflexiones que me suscite el día a día. Queda excluida, pues, toda tentación de incluir ficción en los textos que siguen, lo cual no es óbice para redactar con cierta voluntad de estilo. No sé, asimismo, con qué frecuencia publicaré, pero ya aviso que los acontecimientos que a diario ocupan mi vida son poco excitantes, de manera que es poco probable que me sienta empujado a escribir todos los días .



Diario

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Echo de menos leer durante muchas horas seguidas. Hace bastante tiempo que no lo hago. Lejos quedan aquellas tardes o sábados por la mañana durante los cuales podía leer de cinco a seis horas sin más interrupción que las visitas al lavabo y a la cocina. Me pregunto a menudo si volveré a hacerlo y la respuesta suele ser que no, y la culpa no es sólo que dedique tiempo a Martina, sino a las muchísimas series de televisión que me siento en la obligación de ver y a Internet.
Ahora mismo estoy leyedo Honrarás a tu padre, de Gay Talese, la historia y declive de los Bonnano, una de las familias mafiosas más importantes durante la hegemonía mafiosa de los 60 y 70. Según la faja que acompañaba al libro, inspiró la serie Los Soprano. Sea como fuera la verdad es que me está costanto avanzar, creo que no está a la altura del libro anterior de Talese, Retratos y encuentros, pero no estoy del todo seguro que sea tanto culpa del autor como del traductor. Algunas de las palabras que emplea, como riesgoso y otras, chirrían notablemente. Cuando leo un libro no sólo disfruto de lo que cuenta sino que ejerzo una cierta mirada inquisidora sobre la labor de autor. Si encuentro palabras o construcciones sintácticas que me rechinan me digo que yo jamás echaría mano de ellas, y soy de los que se desinteresa por un libro a la menor señal de incompetencia o dejadez en la escritura. Estoy cansado de decir que lo mínimo que se le puede pedir a un escritor es que sepa escribir. Francisco Umbral arrojaba a su piscina los libros que no le gustaban. Yo no tengo piscina, y, además, este libro me ha costado 24 euros. Espero que mejore, sin embargo, pues no he hecho más que comenzarlo.

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H
oy he ayudado a un intermediario de dios y no sé si he obrado correctamente o he traicionado mi condición de ateo. La cosa ha sido así: esta mañana no he tenido más remedio que ir a la Illa Diagonal. He llevado a mi cuñada a una reunión de trabajo a la que tenía que asistir en un hotel contiguo, y he aprovechado para pasear por ese centro comercial que, para Pilar y para mí, es la madre de todos los centros comerciales, por lo menos en lo que respecta a Barcelona y cercanías. Objetivamente la Illa no ofrece más de lo que ofrecen otros centros comerciales, incluso diría que es bastante más pequeño que Diagonal Mar y, por descontado, La Maquinista. La carencia de metros, sin embargo, lo compensa con una atmósfera de cierta exclusividad, como de espacio selecto al que solo puede acceder una determinada clase de gente. Creo que en el fondo eso es lo que nos gusta a Pilar y a mí, que siempre hemos querido ser ricos, pero no ricos normales, sino esa clase de ricos que se suenan los mocos con billetes de quinientos euros y jamás incurrirían en el mal gusto de ponerse dos veces los mismos calcetines, y dado que en los próximos meses no tenemos previsto alcanzar ese estatus debido a que estamos ocupados en otros asuntos de mayor urgencia, nos conformamos con impregnarnos de él paseando por la zona alta de Barcelona y por en centro comercial que frecuentan sus residentes.

El caso es que estaba en la FNAC de La Illa, mirando cd's, no en la zona propiamente de música sino en un espacio cerca de la entrada en la que hay dispuestos unos reproductores para escuhar música, cuando me han abordado dos monjas, y lo han hecho abruptamente, como si hubieran estado esperándome escondidas detrás de un stand para darme una sorpresa. Y la verdad es que sorpresa lo que se dice sorpresa me la han dado, el corazón se me ha encogido cuando esa cosa negra parecida a la muerte pero sin guadaña se ha avalanzado sobre mí, hasta el punto que he creído que estaba siendo víctima de una cámara oculta. Una era alta y joven, la otra era vieja y pequeñita, escuchimizada, plegada sobre sí misma, situada en todo momento a la espalda de la joven, que parecía sofocada por el calor y la prisa.

La monja joven me ha preguntado si ésa que tenía yo delante era toda la música que había. Lo ha hecho, como digo, abruptamente, sin una presentación previa, sin cuidar los prolegómenos, que tan importante son para que las relaciones discurran sin sobresaltos y con armonía. Me he echado para atrás, del susto, claro, y enseguida he advertido que Sor Abrupta y su escudera no se daban cuenta de lo fuera de lugar que resultaba su presencia o, más bien, lo inusitado de ella. Me la he mirado de arriba a abajo, su rostro, blanco y sudoroso, lucía recortado como una careta por el hábito que le rodeaba la cara. Lo primero que he pensado es que Sor Abrupta creía que yo era un empleado de la FNAC. Yo no trabajo aquí, le he dicho. Ya, pero te he visto aquí y por eso te pregunto, ha respondido. Es que estoy buscando música clásica italiana y no la encuentro, ha añadido. Le he indicado dónde podía encontrarla y las dos se han lanzado pasillo abajo y todas las personas que les salían al paso se las quedaban mirando, seguramente pensando, como yo, que era más probable ver a Maurinho y a Tito Vilanova dándose un beso con lengua que a dos monjas comprando cd's en la FNAC.

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De camino a La Illa Maribel y yo hemos tenido una conversación sobre la sesanción de desasosiego que uno experimenta cuando la vida te sonríe. Esa especie de amenaza que se cierne sobre las personas cuya vida transcurre sin sobresaltos. Una sensación que quizá sea tan intensa y persistente cuanto más desdichas acontezcan a tu alrededor, como si en verdad se tratara simplemente de una suerte de remordimiento por experimentar una felicidad ininterrumpida mientras otros no levantan cabeza. Más tarde he recordado haber leído algún texto o entrevista o artículo en el que señalaban, creo, que semejante pensamiento constituye una herencia de aquellos que han recibido una educación cristiana, o forman parte de esa tradición religiosa, es decir, la mayor parte de Occidente. La verdad es que no lo sé con seguridad, lo cual me ha llevado a reprocharme no haber cumplido uno de los propósitos que me marqué cuando acabé el curso universitario: leer la Biblia y algún ensayo sobre ella. Leerla con dos intenciones claras: como libro de ficción, y como instrumento indispensable para comprender y detectar muchas de las alusiones que constantemente se citan en los libros y en la vida cotidiana.




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