jueves, agosto 31, 2006

Final de una novela


Si tienen ocasión lean el texto de Javier Cercas que El País publica en la edición de hoy, 31 de agosto. Lleva como título Final de una novela y recoge un suceso que tuvo lugar en los días inmediatamente posteriores al final de la Guerra Civil española. Sus protagonistas son un alcalde republicano, obligado a ingresar en las tropas golpistas cuando éstas tomán la localidad, y un soldado del ejercito de Franco (abuelo, a la postre, de Cercas), vecinos ambos del mismo pueblo en el cual el primero había regentado la alcaldía. Como bien sugiere el autor, no sólo significa la conclusión definitiva de su exitosa novela, Soldados de Salamina, sino que asimismo proporciona indicios o, si quieren, conjeturas (elaboradas siempre por mi imaginación desmedida) de cuáles fueron las claves que le llevaron a escribirla, ocultas acaso en el subconsciente del escritor, ya que, por más que Cercas asegura que no tuvo conocimiento del suceso hasta mucho después de la publicación de su novela, pudiera ser que de niño la escuchara en boca de su abuelo u otro familiar y le quedara desde entonces grabada en su consciencia, hasta que años después, la anecdota del fusilamiento fallido de Sánchez Mazas a partir del cual Cercas hace girar el argumento de Soldados de Salamina, provocara su germinación, dando pie así a la concepción del libro.
Sea como fuere, la lectura del texto me ha traído a la memoria el recuerdo de historias narradas durante mi infancia en torno a ese suceso crucial en el devenir de España, la de mi abuelo oculto en el pajar de su casa, en Fuente del Maestre, Extremadura, fusilado finalmente por la delación de un amigo suyo. Cuántos sucesos semejantes ocurrieron sin que hayamos tenido conocimiento justo de ellos, cuántos cadáveres permanecerán sepultados inmoralmente sin que jamás sepamos cuáles fueron las circunstancias que los condujeron a la muerte, qué pensaron antes de que los asesinaran, si es que en efecto les dio tiempo a pensar y no fueron presa del pavor último y el terror les paralizó por completo hasta el instante fátidico en que les dispararon. Qué grado de amistad unía a mi abuelo con su delator, cuántes veces habrían charlado y reído y divertido juntos antes de que ninguno de los dos pudiera siquiera imaginar que uno se iba a convertir en víctima del otro. O tal vez sí lo sabían, o sospechaban, o predecían que la semilla del odio había germinado sin remedio en uno de ellos y sólo había que aguardar pacientemente la ocasión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizás estaba escondido en su subconsciente, o quizás verdaderamente nunca oyó hablar de ello, y formaba parte de esa ¨conciencia universal¨ de Jung, que probablemente sea la que mantiene el equilibrio de este planeta a pesar de lo que la Historia narra...