viernes, agosto 11, 2006

Que se mueran


En lo que a mí respecta, a todos aquellos individuos miserables de mente perturbada que estimulan su enfermizo onanismo prendiendo fuego a los bosques, deberían padecer en cuerpo propio idéntico estropicio que el que infligen ellos. Propongo despojarlos de su ropa en plaza pública y, con tanta paciencia como placer infinito, chamuscar con la lenta llama de un soplete todos y cada uno de los pelos que les cubre el escroto. A continuación obligarlos a adoptar la posición de cuatro patas e intruducirles por el recto, por supuesto sin previa dilatación del orificio en cuestión que pudiera aliviarles la maniobra, un kilo o dos de erizos de mar recién cogidos, a poder ser del tamaño inverosímil de una sandía o, en su defecto, el equivalente a las dimensiones de dos pelotas de tenis. Seguidamente hacerles ingerir el más eficaz y veloz de los laxantes con objeto de que los erizos realicen el viaje de salida con igual eficiencia y resultados que el de entrada. Para acabar, instarles a engullir por via oral, uno a uno, los ya maltratados erizos para iniciar de nuevo el ciclo digestivo.
Una vez concluida la acción de castigo y escarmiento, abandonarlos en uno de los bosques que han calcinado, a ser posible el más distante de la civilización, donde se refugian las meigas y el viento azota con fuerza desmesurada produciendo un ulular que asemaja un lamento. Allí, bajo las terribles sombras de los árboles escuálidos y abrasados que se erigen hacia el cielo como dedos tiznados en procura de auxilio, desear, como dice Sabina, que se mueran de miedo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jolín, hermano, te has quedao agusto...