lunes, septiembre 30, 2013

Titanic

—Me caes mal.
—¿Yo?
—Tú, y todos los que son como tú.
—¿Cómo soy yo?
—Lacónico.
—¿Laqué?
—Parco.
—¿Cómo?
—Silencioso, callado. Que no sueltas prenda, vaya.
—¿Eso qué tiene de malo?
—Es como desaprovechar un don.
—Explícate.
—El habla es lo que nos diferencia de los animales. ¿Prefieres parecer un animal?
—Prefiero no decir tonterías.
—¿Cómo sabes que son tonterías? .
—Reconozco una tontería nada más verla; he convivido con ella toda mi vida.
—¿Y si lo que tú consideras tonterías no lo son?
—Lo son, créeme.
—Vale, pero imagínate por un momento que no lo son.
—Incluso en ese caso hipotético, ¿qué puede pasar?
—Quizá contribuyas con tu silencio a hacer un mundo menos habitable.
—Eso ya lo hace Santiago Calatrava.
—Hablo en serio.
—No veo cómo mi silencio puede contribuir a hacer del mundo un lugar peor.
—Quizá una palabra a tiempo, por absurda que parezca, provoque grandes cambios que nos acaben afectando a todos.
—¿A qué todos?
—A la Humanidad.
—Por favor, cómo te has levantado hoy.
—Hiltler, por ejemplo.
—¿Qué pasa con él?
—Rechazaron su ingreso en la Academia de Bellas Artes de Viena.
—¿Y?
—Imagínate que entre las personas que integraban el jurado que dirimió su solicitud hubiera habido uno capaz de reunir argumentos suficientes para convencer al resto de aceptar su ingreso, y sin embargo guardó silencio para no llevar la contraria. ¿Te imaginas la tragedia que nos hubiéramos ahorrado de haber abierto la boca?
—Me hago una idea.
—O el Titanic.
—¿El Titanic?
—Sí. Imagínate que un modesto marinero de segunda mira desde el puente y ve cómo asoma a lo lejos la punta del iceberg, y en lugar de avisar guarda silencio porque tiene miedo de contradecir la opinión unánime de que ese transatlántico, nuevo de trinca, es imposible de hundir.
—Hubiera echado a perder los 15 minutos de gloria de James Cameron.
—Lo digo en serio: hay que hablar.
—Visto así.
—Uno tiene que decir lo que piensa en todo momento.
—¿Siempre?
—Siempre. Joder, no te lo quedes todo para ti.
—Quizá estés en lo cierto.
—Claro que lo estoy. Venga, suéltate y dime lo que se te pase por la cabeza.
—¿Ahora?
—Sí, ahora. Venga.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo.
—Vale, voy.
—Te escucho.
—Hace un año y medio que me acuesto con tu mujer.

No hay comentarios: