—Ya no recuerdo qué años tienes.
—Ochenta y dos cumpliré este año. ¿Y tú?
—Para setenta y siete voy.
—Dos críos.
—Dos pardales.
—Ya lo creo. El otro día me salieron al paso dos drogadictos de esos...
—¿De cuáles?
—Esos que van todo el dia con los pantalones cagaos.
—¿Los que van enseñando los calzoncillos?
—Los mismos. Me los cruzo a los dos montados en lo alto de dos monopatines.
—Uy, qué coraje me da eso...
—Y que lo digas.
—...con lo grandecitos que son, con los cojones llenos de pelos como
los tienen, ¿tú te crees que tiene que ir tol dia montaos en monopatín.
Coño, ¡cómprate una furgoneta y vete a la vendimia, hostias!
—A esos los aviaba yo. A picar en una cantera los iba a poner, fíjate tú. ¿Y qué pasó?
—Pues que vienen en mi dirección con los monopatines de los cojones.
—Directo hacia ti.
—Sí, y va uno, el más feo de los dos...
—¿Cómo de feo?
—Como para escupirle. Tenía el flequillo to aplastao contra la frente, que parecía que se lo había relamío una vaca.
—Y encima se piensan que van guapos.
—... y me dice, escúchame bien, me dice: «abuelo, quítese del medio que me lo llevo por delante».
—¿Eso te dijo?
—Eso mismo.
—¿Te llamó abuelo?
—Con esas mismas palabras.
—La reputa madre que lo parió, a él y a toda su parentela. ¿Y qué hiciste?
—¿Que qué hice? Qué voy a hacer, tal y como venía hacia mí le metí dos
hostias, así, con toa la mano abierta, como las daban los hermanos
Trinidad. Una con la derecha, y otra con la izquierda; pim y pam.
—Bien hecho.
—Mira, lo tenías que haber visto, cómo se fue patrás mientras el monopatin se iba rodando a tomar por culo.
—La cabeza le hubiera pisao yo, mira que te digo. Abuelo me iba a llamar a mí...
—Eso fue lo siguiente.
—¿El qué?
—Lo de la cabeza. Se quedó en el suelo, to dolorio, gimiendo.
—Mariconazo. ¿Y qué hisiste?
—Me acordé de Gento y del gol a Inglaterra.
—¿De Gento?.
—Como te lo estoy diciendo. Entonces me apoyé en el bastón, para pillar
carrerilla, y me fui pa él mientras le decía: "Tú va a ver los goles
que se metían antes, «gipi» mugriento...
—Con dos cojones
—...y
le di una patá en la cabeza que el flequillo relamío se fue parriba como
la cresta de un gallo. Mira, qué hostis se llevó.
—Dos le trendrías que haber dao. ¿Y qué pasó con el otro?
—¿Qué otro?
—El que iba con él. Coño, ¿no has dicho que eran dos?
—Ay, sí, la madre que me parió, que se me va el santo al cielo. El otro acabó igual, o peor.
—Desembucha.
—Pues que el muy desgraciao se va patrás para pillar carrerilla con el monopatín.
—Como un toro, vaya.
—Como un toro Miura, y empieza a impulsarse con un pie, y viene hacia mí rápido, rápido.
—A toda hostia, vamos.
—A todita hostia, y poniendo cara de velocidad, con dos velas de mocos
largos colgándole patrás desde las narices, como una bufanda movía por
el viento, el muy asqueroso.
—Qué fatiga. ¿Y qué? ¡Cuenta, coño!
—Me acordé de una película de Chu Norris, una que se titulaba Fuerza 7. ¿La recuerdas?
—La recuerdo. ¡Qué grande Norris!
—Pues ahí el Norris hacía una pirueta que, madre mía, desde la primera
vez que la vi, cuando se estrenó en el 80 o así, me se quedó grabá pa
los restos.
—Explica.
—Pues tal y como me viene el malnacio
«gipi» ese, solté el bastón, me tiré patrás y di un salto mortal con
tirabuzón, y tal y como caí al suelo, me elevé dos metros en el aire con
la fuerza del impulso, permanecí un ratico ahí, como suspendio a cámara
lenta en latmósfera.
—Ahí colgao.
—Sí, como colgao. Y luego,
escucha bien lo que te digo, luego giré sobre mí mismo, ahí es na, y tal
y como giré, con el exterior del empeine le metí en la cara una patada
grado 8 en la escala de Richter, y le arranqué de raíz todo los dientes.
—¿Todos?
—Todicos. Le sonaban en la boca como un sonajero. Mira, qué hostia más bien da se llevó.
—Se va a acordar toda su vida. ¿Y qué paso luego?
—Que empezaron a salir como de debajo de las piedras un montón de compañeros de estos dos pamplinas.
—Compinches de la banda, serían.
—Serían.
—¿Y qué pasó?
—Que me rodearon. Hicieron un círculo a mi alrededor, como al principio de Furia Oriental, ¿te acuerdas? La de Bruce Lee.
—Cómo me voy a olvidar del actor más grande que ha parido el cine.
—Amén.
—¿Y qué hiciste?
—Desenrosqué el bastón por la mitad, y lo puse en modo nunchaku, y les dije que se acercaran a mi vera si tenían güevos.
—¿Y lo hicieron?
—Ya te digo. Y tal y como venían, hostia que les daba, y los nunchaku
volaban en mis manos como si Bruce Lee hubiera resucitado.
—Como me hubiera gustado verlo, coño.
—Y al final no quedó uno en pie. Todos tiraos pol suelo a mis pies, lloriqueando.
—¿Y no los remataste?
—Qué va. Hay que ser generoso con los vencidos. Volví a enroscar el
bastón, y me fui lentamente al asilo mientras, a mi espalda, una
muchedumbre aplaudia y me felicitaba. Yo creo que hasta sonaba de fondo
la música de John Williams, mira que te digo.
—La hostia, qué grande.
—...
—...
—...
—La madre que te parió, anda que no eres embustero.
—Ya, pero ¿y lo bien que nos lo pasamos este ratito?
—Ya te digo.
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