martes, agosto 10, 2010

Londres VI

Notthing Hill. Bajamos por Portobello, avanzando a trompicones debido a que estaba tomada por una muchedumbre impresionante de turistas, la mayoría de los cuales eran españoles, lo que restaba exotismo al paseo, pues casi parecía que deambularamos por la Ramblas. Si ese día salisteis a las calle y apreciaisteis que se hallaba especialmente deshabitada no fue porque estuvieran de recogimiento sino que se hallaban todos aquí, apretujados y sudorosos, impidiendo que yo avanzara con el carrito de Martina, pese a que ella se abría paso a zarpazos. De verdad que son inoportunos estos turistas que les da por coger las vacaciones a la vez que yo. Así no hay manera. Creo que en esto de las vacaciones debería constituirse por ley un calendario especial de prioridades: primero nosotros, y luego, a la vuelta, el resto del mundo.
Hace algún tiempo leí un artículo del escritor Enrique Vila-Matas en el que se quejaba de que Praga, una de sus ciudades predilectas por aquello de Kafka, asimismo uno de sus escritores de cabezera, estuviera tomada en verano por centenares de miles de turistas, y semejante circunstancia le contrariaba, pues, pobrecito, ya no podía merodear a sus anchas por la ciudad. El artículo en su momento me resultó indignante, pues todos los turistas que a él le estorbaban, o buena parte de ellos, son los que al comprar sus libros dan pie a que él viaje cuando le venga en gana. Mientras daba codazos por Portobello cambié de opinión: los turistas son una plaga a la que hay que erradicar.
Llegó un momento en que había tal cantidad de gente que nos vimos obligados a desistir y no acabamos de realizar todo el recorrido. Era literalmente imposible ganar un solo metro. Decidimos salir de entre la gente (el vulgo) y tomar un autobús para pasear por Kensington Garden, pero se interpuso en nuestro camino una cafetería o restaurante llamado Le Pain Quotidien, según Pilar muy conocida. Yo ni idea, como es sabido. Lo que sí puedo asegurar es que es del estilo que nos gusta: pija a más no poder, comida exclusiva pero frugal por la que pagas un ojo de la cara. Allí lo dejé, el ojo, sobre el tiket de la cuenta, manchándolo de sangre. Me lo extraje con la cuchara de la sopa que sirvieron a un tipo de al lado. Porque servían sopa, y muy buena a juzgar por el aroma. Yo no pedí. Mi religión me prohíbe, en vacaciones o los fines de semana, tomar esa clase de comidas.
Esa cadena de restaurantes disponen de unas mesas muy largas en la que cogen varios comensales, aunque no se conozcan ni acudan juntos, los sientan unos pegados a otros. Nos sentamos, qué casualidad, al lado de dos españolas, dos hermanas de Barcelona, ya entradas en edad (una setenta y cuatro años, la otra cincuenta y dos) y sin embargo muy viajeras y cultivadas. Gracias a la mediación de Martina, conversamos largo rato. Martina ha propiciado que conozcamos al mayor número de gente. En el autobús, en la calle, en el metro, ella, como sea que observa que sus padres son más bien tímidos y callados, realiza la introducción de rigor sometiendo a interrogatorio al personal de turno. Y tú cómo te llamas, dónde vives, etcétera.
Estas dos mujeres habían estado varias veces en Nueva York, lo que despertó nuestro entusiasmo por aquello del vínculo que suscita un destino compartido. El colmo del azar, no obstante, apareció cuando descubrimos que existía un vínculo geográfico aún más cercano: ambas habían estado pasando unos días en Sant Feliu de Guixols a la vez que nosotros, adonde habían acudido con motivo del concierto de Pati Smith y la exposición de la propia cantante, que inauguró Tita Cervera, con las que al parecer departieron un rato. Al final, quedamos en que nos veríamos en Sant Feliu de Guixlos.
Más tarde merodeamos por los márgenes del Tamesis junto a Marina, una amiga de mi hermana Manoli. La zona estaba tomada igualmente por miles de turistas. Esperamos a Marina en un parque delicioso, pequeño, con un césped verdísimo, alto, desde el cual se erigían hasta el cielo unos árboles inmensos, algunos de troncos muy gruesos y retorcidos, describiendo un zigzagueo que semejaba el de una serpiente gigante. Comimos en un banco, mientras Martina perseguía a una ardilla, y trataba de hacer amistad con una niña que se resistía a sus encantos, o más bien se sentía apabullada por sus acometidas. Martina manifiesta un entusiasmo desmedido que intimida a las niñas con las que pretende entablar amistad.
Los parques de Londres, no voy a descubrir nada, son realmente impresionantes. Pero lo que fascina es ver cómo son tomados por los londinenses, entendiendo por tales todo el que habita la ciudad, que se echan sobre la hierba a la menor ocasión, es decir cuando un atisbo de sol asoma entres dos nubes. Es una gozada ver cómo los parques, en Londres, están al servicio de los ciudadanos, y no son como aparadores que pueden contemplar pero no tocar, como sucede en España. Por no hablar que no son en modo alguno comparables unos con otros.
Al final del día cenamos con Marina en una cadena de hamburguesas llamada GBK de la que mi hermana nos había dado excelentes referencias. Y debo decir que son las mejores hamburguesas que he probado en mi vida. ¿Por qué no hay ninguna en Barcelona, por dios?

3 comentarios:

jose dijo...

y te has fijado que vayas donde vayas siempre hay catalanes... por cierto te propongo un negoocio, una franquicia de GBK, tu pones el dinero y yo el trabajo

Arcadio dijo...

Es verdad. Vayas donde vayas.
Respecto a la franquicia, yo lo más que puedo hacer es comérmelas hamburguesas. Es toda la aportación que puedo hacer en estos momentos de pobreza.

Anónimo dijo...

La hambuerguesa de stilton es espectacular. Y sí, los parque allí están al servicio de la gente, pero que es que lluevo lo suficiente (y más), para que el cesped se mantenga de forma natural, cosa harto difícil en estas latitudes. Pero vivir en un lugar donde en cualquier barrio tienes un espacio verde enorme es un lujo. Lujo que por cierto se utiliza con la misma frecuencia en invierno, sea cual sea el clima y la temperatura. Doy fe.
Manoli