lunes, diciembre 04, 2006

Crónicas de Nueva York. Octavo dia

Son las diez y media de la mañana hora de Nueva York. Comienzo a escribir esta crónica en la cafetería-restaurante Pastis, situada en la novena con la doce, en el barrio de Chelsea. Para quien no haya oído hablar de ella, aclarar que se trata de un local en el que a menudo desayunaban las protagonistas de Sex and the City mientras compartían en animada conversación las peripecias que protagonizaban en la serie. Las referencias a la serie, por otra parte inevitable, han sido constantes durante estos días. Pilar no dejaba de hallar lugares que de inmediato creía haber visto en algún episodio, cuando no visitábamos ex profeso un lugar emblemático en el que sabíamos habían rodado escenas, como la filmada delante del hotel Plaza, en la parte sur de Central Park, donde transcurre la secuencia favorita de Pilar y que es con la que concluye la segunda temporada.
El Pastis es un lugar delicioso, toldos rojos a la entrada, ventanales amplios de madera vieja barnizada, y mesas diminutas en las que apenas cabe el opíparo desayuno que Pilar y yo hemos pedido. Una joven camarera, menuda y de trato dulce y perpetua sonrisa, manifiesta admiración cuando le decimos que procedemos de Barcelona.
Anoche, finalmente, coronamos con éxito la cumbre del Empire State Building. Vale decir que para acceder a los ascensores que te trasladan a velocidad de vértigo a ella, tuvimos antes que atravesar intrincados e inacabables pasillos y vestíbulos que por un momento me hicieron pensar que nos obligarían a subir a pie los 85 pisos que la separan del suelo. Arriba nos aguardaba un frío terrible, insoportable, unas vistas despejadas de un Nueva York anochecido y bello, y un pavor a semejantes alturas que a punto estuvo de provocarme incesantes evacuaciones (por decirlo con cierta delicadeza) y un persistente y visible temblor de piernas. Después de todo, mi hermana Yolanda tenía razón cuando decía que tal vez, inconscientemente, el motivo de postergar indefinidamente este momento no había sido sino mi terror crónico a perecer a causa de un ataque súbito de vértigo. De un tiempo a esta parte, sobre todo en los últimos viajes que hemos realizado, he advertido que mi miedo a las alturas, lejos de disminuir, ha aumentado de manera alarmante.
Pilar se siente en el Pastis como pez en el agua. En esta esposa mía se debaten dos personalidades dispares y encontradas en lucha continua por vencer una a la otra. Está la mujer de gusto exquisito, obstinada en incrementar su fondo de armario haciendo acopio de vestuario sofisticado e inaccesible, y esta la ruda cirereña que se lanza de bruces contra el aparador de una exquisita y exclusiva joyería de la Quinta Avenida, y con el hocico pegado a él, me grita: ¡Tú has visto ese pedrolo! Y en medio de esa esquizofrenia, desconcertante y deliciosa a un tiempo, me encuentro yo, que las necesita a ambas por igual.
Cuando abandonemos el Pastis hemos previsto merodear por las calles de Chinatown, y acercarnos por enésima vez a un Apple Center (¡que hubiera hecho yo sin ellos!) a meditar la posibilidad de adquirir un IPod.
Los días en Nueva York llegan a su fin, y regresamos ambos con la certeza de haber compartidos los momentos más maravillosos que hemos vivido en pareja. Y además convencidos de que volveremos a poco que la ocasión nos sea propicia. El escritor Enrique Vila-Matas dice que la literatura es la única alternativa a las tiranías cotidianas. Se me ocurre pensar que también Nueva York puede ser el remedio. Quizá pensar en visitar algún día esta ciudad sea acaso una forma de mitigar la rutina a la que inevitablemente nos abocan los días. Lo único cierto, en definitiva, es que todavía no me he marchado y ya siento nostalgia anticipada. Pero volvemos a casa no con la triste melancolía de un tiempo acabado, sino con la feliz fortuna de haberlos vivido en toda plenitud. Nos marchamos extasiados, ahítos de sensaciones impagables. Esta es una ciudad fascinante e inabarcable, con una oferta cultural que se regenera continuamente y capaz de satisfacer los más variopintos y dispares sentidos estéticos. Dice Pilar que todos los viajes que emprendimos juntos con anterioridad no fueron más que un preámbulo a éste. Quizá sea cierto, quizá sea porque esta ciudad inmensa, esta ciudad maravillosa y viva y vital como ninguna otra de las que hasta ahora habíamos visitado, contiene todas las ciudades.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya me imaginé yo que tu vértigo llegaría a su cúspide en el Empire State Building. El recuerdo de convencerte de que te montaras en el Pulpo de la feria de Mataró cuando éramos adolescentes y ver más tarde como te ponías blanco y con un sudor frío me hizo pensar que el Empire sería toda una prueba de fuego, pero una que no hay que perderse.

En cuanto a las dos Pilares, es ese conjunto el que hacen que todos la adoremos y algo con lo que yo me siento muy identificada. Vuestro entusiasmo esta semana me ha hecho revivir el que yo sentí en Nueva York, sin duda ciudad de ciudades, a la que volveré pronto a reencontrarme si todo va bien. Gracias al cine, o a lo que Nueva York es en esencia, uno tarda cinco minutos en pertenecer a ella, y no la olvida nunca. Hasta pronto, New York, y hasta pronto pareja.

Manoli

Anónimo dijo...

Bueno, bueno, bueno, qué pena me da marcharme de NY, vete tú a saber cuándo podré volver...

Berlin

Anónimo dijo...

Les teves cròniques de NY em fan ganes d'anar-hi.
Ara ja no podràs parar, allà on vagis n'hauràs de deixar constància per delícia dels lectors...

salut

Anónimo dijo...

Inigualable, la guinda del pastel, uno de los días en los que mas he disfrutado, quizá porque la leí con con cierta nostalgia, despidiéndome de estas lecturas tan entrañables y de estos paseos por NY. y a la vez esperando vuestra vuelta, que empiezo a echar de menos ese té de los viernes por la tarde en el que ahora escucharé atenta las cronicas de Pilar, y sus risotas contándome el tamaño del pedrusco. un beso

Arcadio dijo...

Gracias a todos de nuevo, pero sabed que la ultima cronica la escribire, a poco que pueda, manana.

Anónimo dijo...

No os podeis imaginar el tamano de la piedra, era descomunal, en fin como todo aqui. No quiero volver, tan solo he visto un 0,00001% de todas las tiendas, queda tanto por hacer!!!!!
En fin, nos vemos en breve, gracias a todos por vuestros comentarios y por querer compartir el viaje de los viajes, la ciudad de las ciudades con nosotros.
Y ahi va algo para Albert, lo que nunca se dijo en la cronica de New York es que cada vez que Arcavit queria perder media hora pasando el parte me mosqueaba, porque tenia la sensacion de estar perdiendo media hora de vivir en nueva york. Es lo que tienen las drogas, y esta ciudad es peor que la cocaina, las tragaperras, comprar bolsos y zapatos y comer chocolate todo junto, eso no va a haber clinica de desintoxicacion que lo cure.

Pilar