lunes, marzo 03, 2014

Conversaciones con Martina (107)

A Martina los Reyes Magos le trajeron un patinete de dos ruedas molón de la muerte. Al poco, me pidió desplazarse al colegio montada en él. Ir y venir. Acepté. Es un engorro —tengo que plegarlo y cargar con él, tanto para ir como para venir— pero es la única manera de llegar antes de que nos cierren las puertas. Los últimos 150 metros que nos separan de la escuela son cuesta arriba, y un día se me ocurrió rodear el manillar con mi bufanda y arrastrarla a la carrera hasta la puerta. Grave error: cualquier concesión que le hagas a un niño se transforma en una obligación irrenunciable. Ahora no solo me exige que lo haga —tirar de ella— sino que me azuza mientras grita ¡Arre, caballo, arre!
Esta mañana, entre resuellos, le he dicho:
—Martina, esto se tiene que acabar. Ir a la escuela en patinete tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Las buenas son que llegas antes, adelantas a tus amigos, vas circulando cómodamente cuando es llano, casi sin hacer esfuerzo. Las cosas malas, pues que cuando es cuesta arriba tienes que impulsarte y cansarte un poco. No hay otra. Hay que estar a las duras y a las maduras.
Ha dejado el patinete a mis pies, me ha dado un beso en la mejilla, y antes de dirigirse a la carrera hacia las puertas, me ha dicho.
—No he entendido nada de los que has dicho, papa.

No hay comentarios: