miércoles, junio 08, 2011

Semprún, Jorge

Creo que fue uno de los primeros libros que compré en la librería Robafaves. Corría el año 1995, y los sábados por la mañana había adquirido el hábito balsámico de acudir a la librería y pasear por entre las pilas de ejemplares y palpar y ojear volúmenes aleatoriamente, sin más criterio que el placer estético que me deparaban. Deambulaba por los pasillos con una errabundez placentera, con la seguridad de que el tiempo corría a mi favor. Como un perro bienintencionado y dócil, no podía resistir la tentación de olfatear el olor a tinta recién impresa, aunque esto último lo hacía con mucho disimulo a causa de mi timidez y mi acusado sentido del ridículo.

Lo editó Tusquets, pero podría haberlo hecho cualquier otra editorial sin que mi aprecio disminuyera lo más mínimo. Es curioso lo que me pasa con algunos libros. Su lectura me ha deparado tanto placer y ha sido tal el impacto que se transforman en objetos venerados en sí mismos, con independencia de si el diseño habitual de la editorial me produce rechazo. Porque eso es lo que me sucede: rara vez compro libros cuyo diseño me desagrada. La editorial Lengua de Trapo, por ejemplo, si de mí dependiera hace tiempo que su departamento de diseño estaría picando piedra en una mina sudafricana. Para mí, un libro es tanto más perfecto cuanto conjuga un buen texto con un mágnifico trabajo de diseño. Claro que también es cierto que algunas editoriales cuyo diseño es aparentemente anodino, logran con el tiempo y el catálogo de autores congregados en el sello un prestigio a prueba de bombas: véase Anagrama.

Cuando anoche mi mujer me dijo que había fallecido Jorge Semprún, el proceso y los efectos de la primera lectura de La escritura o la vida se reprodujeron de nuevo. En esa obra magnifica Semprún narra su paso por el campo de exterminio de Buchenwald. Recuerdo perfectamente la descripción que realizaba del olor que el humo de las chimeneas del crematorio diseminaba por el campo y por un bosque próximo, sobre el cual, decía, no volaban los pájaros porque los ahuyentaba el olor de la carne quemada. Semprún sobrevivió al infierno, y durante muchos años tuvo que elegir entre escribir o vivir (La escritura o la vida), porque el proceso de escritura lo abocaba a recuerdos insoportables. A nadie se le escapa que todo el que ha salido con vida de un campo de exterminio ha regresado de la muerte.

Había pertenecido a la resistencia francesa que combatió a los nazis. Había sobrevivido al exterminio. Fue ministro de cultura con el primer gobierno de Felipe Gonzalez. Anoche falleció en París. Y cada vez quedan menos sobrevivientes que nos puedan relatar de primera mano hasta dónde puede llegar la indecencia practicada por el ser humano, lo cual es de suma importancia, pues necesitamos que nos recuerden constantemente de lo que somos capaces, dado el corto alcance de nuestra memoria, y la predisposición casi mongoloide a repetir errores. Como modesto homenaje a ese hombre excepcional, extraje el libro de la estantería, abrazado todavía por la faja algo descolorida en la que se incluyen las habituales frases laudatorias , y lo empecé a leer de nuevo. Creo que es lo menos que puedo hacer.

1 comentario:

Yolanda dijo...

Se dice habitualmente que si algo no lo has vivido no lo puedes entender por que no es tu realidad.
Lo impreso en papel, por personas como Semprún te da el privilegio de vivirlo, sentirlo, olerlo, emocionarte etc..
Hoy somos un poco más pobres.