lunes, julio 12, 2010

El mundial de fútbol

El campeonato del mundo que acaba de ganar España es un pretexto perfecto para romper el silencio (inexcusable) en que ha estado sumido este blog. Pero que no cunda el pánico, no voy a hablar de fútbol. En modo alguno. Tampoco estoy en condiciones de asegurar que publicar esta entrada vaya a corregir o modificar mi apático ritmo de escritura, y de la noche a la mañana el blog reemprenda la frecuencia de publicación de antaño. Va ser que no.
De lo que quiero hablar es del sorpendente efecto me ha sido dado observar en los ciudadanos de Cataluña a medida que la selección disputaba partidos. El mundial ha obrado un pequeño milagro, y en las fachadas de los edificios de repente han proliferado banderas españolas que, como digo, han ido en aumento a medida que avanzaba la competición. Hace un año semejante circunstancia habría sido impensable. Qué digo hace un año, dos meses atrás cualquier predicción a ese respecto me hubiera parecido un desatino. Sin embargo ha sucedido. Y lo más relevante quizá sea la absoluta normalidad con la que, por lo menos yo, he presenciado la metamorfosis. Qué lástima que la clase política no sea capaz de verlo de igual forma, porque quizá estaríamos desaprovechando una oportunidad inmejorable para corregir o reparar las tremendas distancias que parecen separar a unas comunidades de otras.
Si poseyeramos una clase política de enjundia y no esta pandillas de forajidos faltones sin la menor perspectiva histórica, cabría intentar lo que Nelson Mandela llevó a cabo con el mundial de rugby disputado en 1995. Del suceso, como sabrá más de uno, ha dejado constancia John Carlin en su libro El factor humano, posteriormente llevado al cine por Clint Eastwood en Invictus. Me gustaría que sucediera algo parecido aquí. Qué sé yo, imaginad que esta tarde, durante los actos de celebración, mientas la selección al completo baila sobre el escenario y la muchedumbre enardecida corea sus nombres, imaginad, digo, que descienden del techo la bandera nacional, la senyera y la ikurriña, a la manera de un acto de confraternización. Estaría bien.
Pero si poseyéramos una clase política de enjundia seguramente no estaríamos en la situación en la que estamos.

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