martes, enero 23, 2007

El trueque (Relato)



Saturnino Cortés es propietario de la mayor empresa de jamones de España. Saturnino carece de formación, su universidad, como se suele decir, ha sido la vida. Saturnino es un labriego que ha acumulado una inmensa fortuna gracias a esa verborrea apabullante con la que algunos pocos son bendecidos. Saturnino es a los jamones lo que Shakespeare a la literatura, lo que Bogart al cine negro, lo que McDonals a las hamburguesas.
El teléfono suena con puntualidad británica, y Saturnino, sin retirar la mirada del televisor, lo descuelga con desgana española, castellana, castiza.
–¿Sí?
–Preste atención porque no se lo volveré a repetir. Espero que haya seguido las instrucciones y la policía no esté al corriente de nada, de no ser así su mujer morirá. Queremos cuatrocientos millones, y queremos que nos los entregue usted, nada de intermediarios. El lugar de la entrega le será indicado...
–No.
–¿No? ¿Cómo que no? ¿No qué?
–Que no pago.
–¿Qué no paga? ¿Cómo que no paga? Si no paga matamos a su mujer.
–Cojonudo.
–¡Cómo que cojonudo... !
–Que sí, que sí: cojonudo. Que la maten, que se la carguen, que la dinamiten. Me la suda, me la trae floja, me importa un huevo. Eso sí, dele con ganas y asegúrese de que está muerta, que luego no quiero sorpresas.
–Pero hombre... pero... Vamos a ver, vamos a ver, Saturnino, que estamos hablando de su esposa, por Dios.
–Estamos hablando de una foca engullebollos del copón. ¿Usted sabe el favor que me ha hecho? ¿Usted sabe lo tranquilito que estoy yo ahora? Con mi cervecita delante de la tele, viendo el fútbol del Plus sin que ese aborto de mujer me toque los güevos. Que no, que no, que se la puede usted cargar, faltaría más. Tiene mi bendición.
–Esto es inaudito. Vamos, que le da lo mismo que muera, ¿no?
Por el teléfono, de fondo, Saturnino oye el grito colérico de su esposa.
–¡Saturnino eres un cabrón!
–Lo ve usted: ya está faltando –dice Saturnino.
–Pero como no le va a faltar, hombre, si me está diciendo que la mate.
–Pero coño, tengo motivos. Sólo tiene usted que mirarla. Si nace más fea la multan. Esa mujer es la prueba viviente de que la ceguera es un don del cielo. Mírela, hombre, mírela.
Durante un instante se produce un silencio que el secuestrador, finalmente, acaba rompiendo:
–Vamos a ver, Saturnino. ¿Cuánto me da entonces si la mato?
–¡Usted es otro cabrón! –grita la secuestrada.
–O se calla o le pego un tiro, señora.
–Ahí, hombre, ahí: con dos cojones. Pégueselo ya, no se corte. Hágalo antes de que sufra el Síndrome de Estocolmo ese, que si no luego no se la podrá quitar de encima ni con agua caliente, se lo digo yo. No es pesá la tía.
–¿Pero cuánto me da si lo hago? –insiste el secuestrador.
–Pero que fijación más tonta a cogido usted con el dinero, oiga. Que no pago, hombre, que no pago. No suelto un duro. Es dinero mal gastao.
–Pero Saturnino...
–Dos jamones.
–¿Cómo...?
–Dos jamones, le doy dos jamones y no hay más que hablar.
–¡Dos jamones!, ¡pero hombre, no me joda...!
–¡Eh!, pero buenos de verdad. Pata negra.
–¡Pero no diga tonterías hombre, cómo quiere usted que mate a su mujer por dos jamones! ¿Pero quién se ha creído usted que soy yo? Esto es increíble vamos...
–Joder, que quisquilloso me ha salido usted, pues mejor dos jamones que na, oiga, porque lo que es dinero mío va a pillar bien poco. Ya le digo que no suelto un duro, así que asegúrese al menos los dos jamones, no me haga el feo de rechazármelos.
De nuevo se suscita un prolongado silencio. Saturnino efectúa un ruidoso chasquido con la lengua y apremia al secuestrador:
–Venga hombre, que va a empezar la segunda parte, no se lo piense tanto. No sé qué problema tiene.Si yo, que soy su marido, le digo que la mate, ¡pues mátela coño, mátela! Ni que le hubiera pillao cariño, si a ésa no le tenía cariño ni su madre, que no la parió, la cagó. Si casi me paga por casarme con ella. Venga, no me sea remolón, que tiene usted voz de hombre cabal. Va, venga, que me coge usted en un buen día: dos Pata Negra y por ser usted, escuche bien lo que le digo, por ser usted, y en agradecimiento a la semanita cojonuda que me ha hecho pasar sin ella, una botellita de vino. Un Rioja de la mejor cosecha.
–¿Los jamones son de Jabugo?
–Sí, hombre, sí; güenos de verdad. De lo mejorcito que pueda encontrar.
–Esta bien, va... de acuerdo, pero que conste que no me parece correcto, un secuestro es un secuestro, y el que yo sea un delincuente no es motivo para que no atienda a ciertas normas deontológicas, esto puede acabar con mi reputación, confío en su prudencia…
–Pero hombre de Dios, ¿quién se va a enterar? Además, le digo yo que si me hace caso las perspectivas de trabajo para usted serán mucho mayores. Tengo varios amigos a los que les haría un favor impagable si les quita de encima la mujer. Venga, no se hable más, no bien me haya asegurado usted que ésa no levanta cabeza, se pone en contacto conmigo y lo arreglamos. Pero por su madre, dele fuerte que es más dura que el alcoyano. Le sugiero el tiro de gracia, que nunca se sabe. Venga, lo dicho, vaya usted con Dios, y sobre todo mande a mi mujer con él.
Saturnino cuelga el teléfono y se retrepa en el sillón. Ha perdido interés por el partido de fútbol y contempla el televisor sin prestar atención a las imágenes que se suceden frente a él. Se descalza y extiende y cruza los pies encima de la mesa que tiene delante, sobre la que hay diseminadas una decena de botellas vacías y restos de alimentos diversos. Su mano se mece inerte en el apoya brazos del sillón, sosteniendo entre los dedos índice y corazón un botellín de cerveza, mientras con la otra arroja en su boca abierta cacahuetes que ruedan la mayoría por la curva pronunciada de su barriga. Sus labios, de repente, dibujan una gran sonrisa maliciosa cuando concluye que de ninguna manera desperdiciará dos buenos Pata Negra. Serán del País, piensa. “Porque ése no tiene que tener ni puta idea de jamones”, dice para sí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes una imaginacin que te cagas.
Nos lo emos pasado de coña,¡ jodio saturnino, ay que ver lo listo que es! tienes una chipa, que en vez de mechero, de mayor seras soplete ;-)

Anónimo dijo...

Qué bruto eres, leche...

Manoli

Anónimo dijo...

Más que unas bragas de esparto...