domingo, octubre 15, 2006

La ficción



El viernes despertó Pilar con euforia desatada y una vitalidad ciertamente poco común en ella para tratarse de hora tan temprana, habida cuenta que por lo general amanece sin el menor rastro de humor o, cuando menos, no con el que la caracteriza, en circunstancias normales muy prodigo y desenfadado y atento al menor chascarrillo para estallar en escandalosas carcajadas, siempre y cuando hayan trascurridos, ya digo, un tiempo más o menos prudencial desde que ha tenido a bien abrir los ojos y abandonar ese estado de letargo que experimenta cada vez que duerme, más propio en verdad del fallecimiento súbito que de lo onírico.
El caso, en suma, es que se levantó presa de una vehemencia desacostumbrada, y el motivo, se apresuró a explicarme con entusiasmo, había sido la lectura de una novela que la había mantenido despierta hasta las cuatro de la mañana en un estado de excitación e interés arrebatado que a la conclusión de su lectura, lejos de apaciguarse, se había prolongado hasta el momento mismo de amanecer. Se trataba del último libro de Luisa Castro, La segunda mujer, a la postre premio Biblioteca Breve 2006, obra que Pilar se aventuró a adquirir a instancias de un servidor, circunstancia esta que no he dejado de recordarle desde que me confiara la felicidad que le había deparado su lectura, pues no debe uno desaprovechar la oportunidad de apuntarse en su favor tantos semejantes a fin de acumular holgado rédito para cuando llegue el momento de perderlo.
Durante el desayuno Pilar explicaba, eufórica, detalles del argumento y se sorprendía de que un libro pudiera causar ese estado de conmoción y empatía al punto de padecer un sentimiento ambivalente de desazón y alegría a partes iguales ante la proximidad del fin de una lectura que mientras se ha prolongado nos a atrapado al extremo de transformar los personajes en seres cercanos cuya suerte nos ha inquietado, como si en lugar de entes de ficción se tratara de personas con las que guardamos un lazo afectivo extraordinario, ya fuera de amistad o parentesco. Pero es que las buenas ficciones, aquellas que consiguen embaucarte y trasladarte, durante el tiempo en que se prolonga la experiencia lectora, a un lugar que no tiene similitud alguna con nuestra insulsa cotidianidad, no depararan sino eso: curiosidad insaciable, felicidad plena, tristeza inconsolable, la posibilidad de residir en un mundo que transcurre paralelo al real, pero habitado por seres que cuyas desventuras despiertan en nosotros un sentimiento de amparo, de protección, el deseo irreprimible de advertirlos, de ponedlos sobre aviso contra las perfidias que el personaje malintencionado de turno maquina sin descanso, y a las que nosotros, en calidad de espectadores privilegiados, asistimos impotentes, porque lo que en realidad desearíamos es intervenir, vencer la línea que separa su mundo del nuestro y conducir a los personajes hasta la última página, y una vez allí lanzar un suspiro de alivio e iniciar el hallazgo de un nuevo libro que nos depare idénticas sensaciones. Al alcance sólo de las buenas ficciones. Eso es literatura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Genial. Me vienen ganas de irme a casa y coger el libro que tengo a medias. Bastante ma ha costado soltarlo y venir a trabajar...
Manoli