lunes, noviembre 07, 2005

Mi mujer no desea ser viuda






Resulta que de un tiempo a esta parte Pilar, mi mujer, apenas me dirige la palabra. Cansado de la situación, al preguntarle cuál era el motivo por el que andaba enfurruñada por toda la casa profiriendo maldiciones por lo bajo, no pudo reprimir un sollozo repentino al tiempo que me reprochaba que la hubiera convertido en una viuda. Comprenderán mi perplejidad cuando escuché semejante afirmación en boca de mi esposa, habida cuenta de que la misma conversación que manteníamos en ese instante era prueba manifiesta de que su enfado era infundado, a no ser, pensé con pavor, que yo estuviera experimentando un proceso similar al que padecía el personaje de Bruce Huyáis en El sexto sentido, y resultara que en algún momento del día había sufrido un percance y había fallecido sin percatarme de ello, lo cual hubiera sido en verdad motivo de seria preocupación no tanto por fenecer como por hacerlo sin que me hubiera enterado, puesto que en tal caso se verían confirmadas las acusaciones de las que tan a menudo me hacían objeto mis amigos y mi santa esposa, respecto a que soy un tipo de lo más distraído que ando todo el día embelesado ajeno a cuanto me rodea. ¿Al extremo de no percatarme de mi defunción?, me pregunté alarmado.
Mi mujer me sacó enseguida de mi error y me explicó que había encontrado entre los papeles diseminados por encima de mi mesa del despacho una cita anotada de mi puño y letra en los márgenes de un folio, y al leerla, aseguraba Pilar, había tenido la certeza de que se había transformado en una viuda. Déjenme decirles que los escritores tenemos una predilección especial por el acopio de citas, nos pasamos la vida husmeando en libros y prensa en busca de una frase brillante, de un lúcido epígrafe, para luego recitarla de improviso en medio de una reunión o charla, como el que no quiere la cosa, de tal modo que parezcamos personas más cultivadas y brillantes de lo que en realidad somos. La cita a la que mi esposa hacía referencias la extraje de un periódico, y se le atribuía al escritor español Rafael Sánchez Ferlosio, que en algún momento de su vida dijo que «la mujer del escritor es como una viuda que tuviera el muerto en casa». Así pues, Pilar afirmó que yo era la causa, con mi continuo ir y venir meditabundo por la casa sin pronunciar palabra alguna durante horas, haciendo caso omiso a su presencia, demasiado ocupado urdiendo las historias de mis novelas y rumiando los temas de mis artículos, era la causa, dijo, de que ella se hubiera convertido de la noche a la mañana en la clase de mujer ignorada a la que se refería Sánchez Ferlosio. Decir que mi esposa no estaba en lo cierto era negar la evidencia. Los escritores somos seres proclives a la soledad que erigimos un mundo imaginario que discurre paralelo al real, lo cual no sería motivo de preocupación si no fuera porque la mayoría de las veces pasamos más tiempo sumergidos en la ficción.
Pedí disculpas a Pilar y le pregunté que solución sugería. Me dijo que a partir de ese momento deberíamos pasar más tiempo juntos, compartiendo experiencias. Propuso asimismo que yo estableciera un horario de trabajo, concluido el cual debía olvidarme hasta el día siguiente de lo que tuviera entre manos y dedicarle el tiempo restante a ella y sólo a ella. Asentí a regañadientes y a continuación le pregunté qué tipo de actividades había pensado que podíamos realizar durante ese tiempo ocioso. Mi mujer tomó aire y miró de soslayo al cielo como si echara mano de una lista imaginaria, acto seguido enumeró, una tras otra, las mil y una tareas que a partir de entonces entretendrían nuestras horas libres. Al parecer había ocupaciones de toda índole, de lo más dispares y peregrinas, y créanme si les digo que no dudaría en describirles con todo lujo detalle en qué consistían cada una de ellas si no fuera porque, no bien había mencionado mi esposa dos o tres, se me fue el santo al cielo y ya no pude prestarle atención.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre Pili! Ya te vale Arcadio no seas así que la vida es muy corta y no la podemos ir desperdiciando únicamente en nosotros mismos. Desperdiciala un poquito con tu mujer. ¡Porqué ella lo vale!;>
¿Se pueden dar recomendaciones en este blog? Espero que no te enfades .... pero yo cambiaria la foto que tienes puesta, tienes cara de preocupación (¿quién sabe en qué o por qué?) y la mirada perdida quién sabe dónde. Cambiala y pon una con una mirada más positiva, ¿no?
Por cierto ¿a qui cuándo se tiene que presentar una?.... Bueno pues me presento al final de mi opinión soy la Mònica Talavera. JEJEJEJE! Venga que vaya bien y los deberes son: hacer más caso a tu peazo de mujer!. Recuerdos.

Anónimo dijo...

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