miércoles, julio 02, 2014

Cuarentena

—Despierta.
—...
—¡Despierta!
—¿Eh?
—Tu hija.
—¿Qué?
—Tu hija.
—¿Qué hija?
—¿Qué hija va a ser? ¡Tu hija!
—¿Qué le pasa?
—Está llorando.
—¿Llorando? ¿Quién está llorando?
—Tu hiiiija.
—¿Mi hija está llorando?
—Sí, ¿no la oyes?
—Pues...
—Espabila.
—Tendrá hambre.
—No puede tener hambre.
—¿Cómo lo sabes?
—Si no cayeras en coma cuando duermes te habrías dado cuenta de que hace media hora que le he dado el pecho.
—Querrá más.
—Imposible.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Lo estoy.
—¿Y si te equivocas?
—No me equivoco.
—Pero imagina que te equivocas.
—Que no. Se ha quedado saciada.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo sé.
—Pero ¿cómo lo sabes a ciencia cierta?
—Porque después del eructo casi me pide una faria.
—...
—¿Me estás escuchando?
—...
—¡Oye! ¡Despierta!
—¿Eh?
—¿Quieres hacer el favor de atender a tu hija?
—Ay, ratita, ve tú, que yo estoy fatal.
—Te toca.
—Ve tú que eres su madre.
—Y tú su padre.
—Anda, ratita, ve tú.
—¿Estás de broma?
—Por fa, ve tú.
—Ni lo sueñes.
—Yo no estoy en condiciones.
—Bobadas.
—En serio. Ya lo sabes.
—¿Ya sé qué?
—De madrugada no soy persona.
—Excusas.
—De noche mi organismo reduce sus prestaciones un 75%.
—Pues utiliza el 25% que te queda.
—No puedo hacer eso.
— ¿Por qué?
—Mi hija no puede presenciar una versión desvirtuada de su padre.
—Qué estupidez.
—Cuando yo la sostenga en brazos quiero que sienta la presencia pletórica de su padre, y no una réplica devaluada.
—¿Presencia pletórica? ¿Tú?
—Sí, pletórica, protectora, vigorosa, omnipresente.
—¿Te das cuenta de la sarta de tonterías que estás diciendo?
—Pero ¿no lo ves?
—¿Ver qué?
—Si entro en esa habitación en mi estado estamos sentando las bases para que nuestra hija sea toda su vida una desgraciada.
—No veo cómo puede pasar algo así.
—Porque soy su padre, ratita. El ser más admirable de su existencia.
—Por favor...
—Seré el modelo con el que comparará a todos los hombres que conozca.
—¿Y?
—Y si toma como patrón una versión devaluada de mí en el futuro elegirá hombres igualmente devaluados. ¿Vas a permitir que eso ocurra?
—¿Yo? ¿Lo voy a permitir yo?
—Sí, tú. Si no acudes serás la responsable de que su destino se tuerza.
—¿Y cómo demonios se supone que puedo ser yo la responsable?
—Inhibiéndote de tus obligaciones maternales.
—¿Inhibiéndome? ¿Inhibiéndome yo? ¿Hablas en serio?
—Completamente.
—¡Hace un mes que no duermo!
—¡Por eso me sacrifico yo y duermo por los dos, ratita!
—¿Te sacrificas? ¿Dices que te sacrificas?
—¡Me sacrifico! ¿O acaso crees que a mí me gusta dormir trece horas seguida?
—¡Pues claro que te gusta!
—¡De ningún modo!
—¿Ah, no? ¿Ah, no?
—¡No! Son trece horas que estoy alejado de vosotras.
—¿Alejado de nosotras?
—Sí, de vosotras, de ti y de mi hija. Trece horas infernales de sueño profundo en las que siento que vuestra vida transcurre al margen de la mía.
—Al margen de la tuya.
—Sí, al margen de la mía. Me siento desplazado.
—No doy crédito...
—¡Te lo juro!
—¡Pues no las duermas!
—Pero ratita, tengo que hacerlo para que al menos uno de nosotros esté en plenas facultades. ¿No lo entiendes?
—Sí, lo entiendo.
—¿De verdad?
—De verdad.
—Sabía que lo harías.
—Lo entiendo perfectamente.
—Has recapacitado. Bien hecho, ratita.
—Ya voy yo.
—Sí, ve, ve tú, ya que puedes. ¡Cómo te envidio!
—Pero te aviso.
—Dime, ratita
—La cuarentena está a punto de terminar. ¿Lo sabes, no?
—Lo sé bien, ratita.
—Y he decidido prorrogarla.
—¿Prorrogarla?
—Sí, prorrogarla.
—¿Prorrogarla hasta cuándo?
—Hasta el infinito y más allá.
—Venga, ratita, con esas cosas no se bromea.
—No bromeo. De hecho, nunca he hablado más en serio.
—Pero mujer...
—Voy a batir un récord: voy a protagonizar la cuarentena más larga de la historia de las cuarentenas.
—Por favor, ratita, recapacita.
—Será la madre de todas las cuarentenas.
—A ver, ratita, somos adultos, hablémoslo.
—Mi cuarentena va a durar un lustro.
—Mujer...
—Qué digo un lustro: una década.
—Que era broma, mujer, que ya me levanto yo...

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