jueves, enero 27, 2011

El legado

La noticia de la actriz porno de veintitrés años de edad que ha fallecido a causa de un paro cardíaco cuando se sometía a su quinta operación de aumento de pecho me hace pensar en el legado que dejamos cuando morimos. Pienso en su familia, en cómo explicará, en adelante, en qué circunstancias se produjo la muerte de su hija. ¿Confesarán que entre sus aspiraciones se contaba la establecer el récord más o menos perdurable de mamadas en doscientas, y que, al caer exhausta, sólo pudo completar setenta? ¿Su familia la considerará una fracasada por no batir el récord o porque le pasara por la cabeza siquiera intentarlo?

La verdad es que reflexiono pocas veces respecto al posible legado que yo mismo dejaré. Soy de aquellos que manifiestan indiferencia con la suerte que correrá mi cuerpo una vez deje de pertenecerme. Sólo pido una cosa, y además encarecidamente: quien quiera que sea el encargado de confirmar mi fallecimiento, por favor, que sea un profesional del ramo, y no el charcutero del barrio, no sea que se cumpla una de mis pesadillas recurrentes: que me entierren o den a la lumbre aún estando vivo.

Recuerdo que en Mataró, hace unos años, cuando funcionaba a toda máquina el célebre prostíbulo local, Calipso, situado en los márgenes de la N-II, en un peligroso cambio de rasante en el que los atropellos estaban a la orden del día, recuerdo, escribo, que un individuo perdió la vida al ser atropellado segundos después de abandonar el local, se supone que tras gozar de unos minutos en compañía de una de esas señoritas cuyo parecido con una monja es meramente circunstancial. Siempre pensé cómo reaccionarían su mujer e hijos cuando le explicaran en qué forma se produjo la muerte y si, aún habiendo sido en vida un padre ejemplar, en la familia prendería un resquicio de duda respecto a cuántas cosas que creían saber de él estaban lejos de ser ciertas, y, aun que lo fueran, si indefectiblemente las circunstancias en que tuvo lugar su muerte daría pie a que prevaleciera un legado inmerecido.

Una mañana de enero de 1984, si es no me engaña la memoria, en Sant Feliu de Guixols, estábamos en casa mi madre, mis dos hermanas y yo. Llamaron a la puerta. Era un mujer a quien recuerdo no mayor de treinta años, cabello corto y bien vestida. Mi madre la hizo pasar, y no bien se plantó en medio del pasillo, y mientras echaba un vistazo a mis hermanas y a mí, aún ataviados del pijama y desgreñados y legañosos en torno a las faldas de mi madre, explicó que el motivo de su visita era que se había enterado de nuestra situación y deseaba prestarnos alguna ayuda. La situación a la que aludía era, a grandes trazos, que mi padre había cometido un delito y se había dado a la fuga, dejándonos en una posición económica algo precaria. La mujer echó mano de su bolso y sacó de él algún dinero que depositó en las manos de mi madre y, sollozando, tomó la puerta y se fue a toda velocidad por donde había llegado. La bondad de esa mujer desconocida constituye también un legado, y, de alguna manera, recordarla con cierta frecuencia es una obligación y un deber que me impongo para rendir tributo a ese legado.

1 comentario:

Yolanda dijo...

Yo también recuerdo a menudo ese día.