lunes, octubre 22, 2007

Decálogo




En una de las trescientas revistas sobre maternidad diseminadas por todo el piso, leo (en rigor ojeo, pese a que al principio del embarazo me impuse la obligación de leer todas las revistas que Pilar trajera a casa, la empresa se me ha antojado finalmente inalcanzable) un reportaje sobre los diez errores que una madre primeriza debería evitar cometer. Se han olvidado añadir en la medida de lo posible, pienso yo, que es, al fin y al cabo, tanto como decir: Depende de Cómo Afecte a Esa Pobre Mujer un Cambio Hormonal que Suele Deparar una Metamorfosis de Impredecibles Consecuencias Procederá Como le Salgas de Sus Reales Bajos.

Uno de las cuestiones que el reportaje sugiere evitar es que la mujer descuide su aspecto y caiga en la desidia como un escupitajo se precipita al fondo sombrío de un pozo (no perderé el tiempo en mejorar la metáfora, es la primera que me ha venido a la mente y, sin que sirva de precedente, haré caso omiso a esa máxima según la cual es prudente y recomendable desestimar siempre la primera idea que nos viene a la cabeza). Me digo para mí que afortunadamente Pilar, (para quien todavía no lo sepa mi mujer está a tres semanas de dar a luz a nuestra primera hija) no ha desatendido en ningún momento su aspecto ni disminuido un ápice su proverbial desafuero por los complementos y el cuidado obsesivo por su atuendo, ni reprimido en estos ocho meses, asimismo, su incontinencia por adquirir a todo trance vestuario que acaba guardando, vale decir, en el armario con similar desatino con el que un individuo desesperado hace acopio infatigable de víveres en el interior de un búnker en los prolegómenos de una guerra nuclear.


Pero mis observaciones se vienen abajo cuando, de regreso de sus compras sabatinas, aparece en casa ataviada de un chándal y calzada con zapatillas deportivas y una camiseta blanca con un estampado cuyas letras aparecen deformadas por las dimensiones espectaculares que su barriga en avanzadísimo estado de gestación está alcanzando.


Mi mujer, para quien lo desconozca, se maneja en la vida a partir de unas máximas que estableció por vez primera, creo, en su adolescencia, y que ha acabado transformándose en un decálogo denominado Antes muerta que sencilla, que recoge unos preceptos de obligado cumplimiento. El primero de los cuales reza que jamás saldrá a la calle en chándal y zapatillas o, en caso de que se sintiera obligada ha hacerlo, sólo sería en situaciones muy concretas, como la práctica de algún deporte o la huida súbita de casa a causa de un incendio u otro imponderable similar, pero en modo alguno en otras circunstancias, como comprar o simplemente pasear.


La miro con perplejidad, y ella responde a mi mirada con un mohín que viene a ser de resignación y desazón, y se excusa (cómo si yo necesitara pretexto alguno, mi sorpresa procede no tanto por su atuendo como por la constatación de que nada de lo que se diga o afirme a lo largo de nuestras vidas es susceptible de ser inmutable o definitivo) sosteniendo que todo el vestuario que posee es en estos momentos es incompatible con su estado de buenísima esperanza y, en consecuencia, el chándal y las zapatillas, mal que le pese, será, en adelante, su atuendo más recurrente, y acto seguido añade (con una pose melodramática propia de las películas de los años 40, cuando las damas afectadas se llevaban el dorso de la mano a la frente y con los ojos cerrados y el mentón señalando al cielo, rompían a llorar -o fingían hacerlo- mientras se alejaban de su amado con el otro brazo situado en horizontal, señalando en dirección a él, aguardando en realidad a que éste se abalanzara a consolarla y culminara la escena con uno de esos besos sin lengua tan hieráticos y anodinos y asépticos que se daban los actores de entonces) y añade Pilar, digo, que entenderá si a partir de ahora pierdo interés por ella y no la encuentro tan atractiva como la he encontrado siempre y bla bla bla…


Me la miro y siento un rapto de solidaridad incontenible y resuelvo manifestarle mi adhesión incondicional, y no se me ocurre mejor forma de hacerlo que hacer oídos sordos a mi propio decálogo (quien esté libre de decálogo que tire la primera piedra, el mío lo lidera una norma de indiscutible cumplimiento: jamás, pase lo que pase, dejaré que mis pantalones desciendas lo suficiente para que asome la raja del culo, como tan aficionados son ha enseñar algunos individuos, sobre todo en el ramo de la construcción), y me deslizo mis tejanos hacia abajo, de tal modo que asome la raja del trasero, y me sitúo en cuclillas a la manera de un paleta en lo alto de un andamio, pero allí, en el mismo comedor, frente al sofá, como si lo estuviera limpiando o reparando algún desperfecto, y cuando mi mujer aparece lo primero que contempla es el principio, la finísima raya donde se juntan mis pálidos y famélicos glúteos, asomando por el pantalón a medio caer, y Pilar rompe a reír y se abalanza sobre mí y ambos nos fundimos en un largo abrazo mientras, de fondo, juraría que escucho los acordes de una melodía empalagosa y aparece el oportuno The end, y yo, qué coño, le meto la lengua hasta la campanilla.






3 comentarios:

Anónimo dijo...

Debo alegar en mi defensa, que estar embarazada pretender estar sexy y además ser pobre no es tarea fácil. Le hecho toda la imaginación que puedo a las 3 camisetas, 1 jersey y 2 pantalones que tengo para acabar el embarazo, y cualquiera que entienda de probabilidades verá que las combinaciones son escasas. Además si descartamos que un pantalón beige no pega ni con pegamento con una camiseta verde pistacho, el circulo se estrecha. Entonces llegamos al sábado exhausta de tanta permutación estadística, que tengo que recurrir al pantalón Champion y a la camiseta XL para ir a comprar el pollo.

Pilar
(La sufrida embarazada sin ropa y a 16 días del final del trayecto)

Anónimo dijo...

Animo noia que ya queda poco. Puedes coger la baja por no tener ropa para ir a trabajar. Por cierto el modelito luis aragones de la foto es estupendo.
Petonets.

Anónimo dijo...

eso es amor y lo demás son tonterías. Estoy orgullosa de tí, hermano! Pilar, cualquiera que te haya visto durante el embarazo pensará que tienes el armario de Sarah Jessica Parker, por el arte que le has echado a lo de combinar. Que más vale maña que dinero (esto no es verdad, pero nos consuela a las pobres...)

Manoli