sábado, agosto 18, 2007

Los TEOAC



Paseando por entre las atracciones feriales que con motivo de las fiestas locales instalan cada año en Sant Feliu de Guixols, he recordado que hubo un tiempo, en este mismo hermoso pueblo de la Costa Brava en donde, dicho sea de paso, transcurrieron los mejores años de mi adolescencia, he recordado, digo, que mientras la mayoría de niños de mi edad aspiraban de mayores a ejercer profesiones tales como militar, astronauta, médico o bombero, por citar alguna de las tradicionales ocupaciones que por entonces lideraban la lista a la que un desorientado niño recurría cuando el atolondrado adulto de turno formulaba la tan manida pregunta tú chaval qué quieres ser de mayor, yo, en cambio, sólo deseaba ser Técnico Especialista en Obturaciones de Autos de Choque (en adelante TEOAC), titulación oficiosa que alcanzaban los individuos encargados de velar por el correcto funcionamiento de los autos de choque. ¡Cuánta admiración despertaban en mí aquellos tipos que saltaban de un coche a otro pertrechados tan sólo de un diminuto destornillador que guardaban en el bolsillo trasero de sus tejanos, y con el que desatascaban, diligentes y habilidosos, la ranura donde las fichas se quedaban con frecuencia atascadas! Repantigado como un gañán perdonavidas en uno de aquellos incómodos asientos tan característicos de semejante atracción, construidos, recordaréis, con gruesos tubos de hierro y situados en los márgenes de una pista rectangular, formada por pulidas planchas de metal cuadradas sobre la que los autos de choque circulaban veloces para embestir, en ocasiones salvajemente, a aquellos amigos o simplemente conocidos por los que uno sintiera cierta animadversión, o a la joven pubescente que despertaba nuestra todavía incipiente y cándida lascivia, y cuya atención pretendíamos llamar por las bravas. Pasaba yo, recuerdo, largo rato en aquellos asientos, admirándome de la destreza con la que los TEOAC saltaban de un vehículo a otro ayudándose, a la manera de un Tarzán que se desplazara en liana por los confines de sus dominios, de la larga barra vertical que se alzaba hasta el techo desde la parte trasera del auto de choque, y en cuyo extremo superior una chispa azulada resplandecía y chisporroteaba constantemente.

La música que de continuo emitían los enormes y atronadores altavoces, localizados por lo común en las esquinas de la pista, devenía de suma importancia para que la admiración que me inspiraban los TEOAC adquiriera la condición de rendida o entregada o incondicional, pues semejaba una banda sonora que magnificaba la labor que desempeñaban y la dotaba de una suerte de aura cinematográfica.

Vale decir que el trabajo que realizaban los TEOAC no se limitaba tan sólo al desatasco de la hendidura en cuestión, sino asimismo la de velar porque el tráfico fuera fluido y no se organizaran las melés que en efecto acababan formándose, esa concentración desordenada de vehículos en un palmo de terreno que los TEOAC, en cualquier caso, descongestionaban en un abrir y cerrar de ojos con la destreza que los caracterizaba; haciendo palanca con la mencionada barra casi levantaban en vilo los vehículos y con un giro poderoso los encaraban en dirección a la zona despejada de la pista. También intervenían cuando tenía lugar un altercado entre conductores, tan frecuente e inevitable a raíz de la vehemencia y el enardecimiento con el que algunos arremetían con los coches. Allí aparecían ellos, llamando al orden e imponiendo su autoridad incuestionable mientras un brillo aparecía fugazmente en su blanquísima dentadura.

No sé en qué momento de mi adolescencia desestimé la idea de ser un TEOAC ni qué pormenor concreto me llevó a desistir. Acaso fuera que la estética que rodeaba a la profesión acabara ciertamente desfasada con el devenir del tiempo, y no me convencieran ni los tatuajes de Amor de madre que lucían en sus brazos ni la gruesa cadena que les rodeaba el cuello, de uno de cuyos eslabones solía colgar un crucifijo del tamaño de una raqueta de tenis. Sin embargo todos los que en algún momento de nuestra vida hemos acudido a una feria y montado en los autos de choque estaremos eternamente agradecidos por su entrega y dedicación.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que recuerdos! y que me dices del auto que a veces funcionaba sin fichas,te podias estar unos cuantos viajes gratis, hasta que el super TEOAC se daba cuenta del uso fraudolento del vehiculo, yo recuerdo que hasta hacia el gesto de poner la ficha para disimular.
Mas de uno seguro que se saco el carne practicando en dichos autos, y asi va la siniestralidad en la carretera.
P.D.: cuando puedas haz una visita a tu correo

Anónimo dijo...

¡¡Arcadio, Arcadio, viva la madre k te parió!!!
Perdón chico pero soy muy impulsiva...En un intento de parecer un poco mas culta te diré que he dado un paseo relajado y muy atento por tu blog y creo que es una "beautiful gallery"!!!!!!!!,
sí, sí está lleno de pequeñas obras de arte.
Pero sabes lo que me ha sorprendido, gratamente por cierto, la forma que tienes de expresar tus sentimientos por Pilar. Si tus textos ya suelen tener un aire poético (que responden seguro a como ven tus ojos todo lo que te rodea y tu forma de entender y sentir la vida) cuando hablas de tu mujer- ah amigo- esa poesía se vuelve pura magia que te emociona y te pone los pelos como escarpias!!!.

Te animo, te suplico!! q lo hagas mas a menudo porqué es tan difícil encontrar un hombre que exprese sus sentimientos, y que lo haga como tu... ya ni te cuento...

¡Me siento tan afortunada de conoceros!

Arcadio dijo...

Berta, hija, a mí si que me ha puesto los pelos como escarpias lo que tu dices en tu comentario. En fin, te animo a que sigas leyendo el blog siempre que tengas ocasión. Será una forma magnífica de estar en contacto ya que eres tan cara de ver. Me encatará leer qué te parecen los textos.

Algún amigo común me ha acusado, capciosamente, de que sobrevaloro la amistad. Yo, sin embargo, seguiré pensando que un amigo es un pequeño tesoro al que hay que mimar con perseverancia y placer. Y tu eres una amiga cuya conversación, por más tiempo que transcurra sin vernos, Pilar y yo apreciamos sin reservas.
Petons.

Anónimo dijo...

Qué tiempos aquellos...