lunes, julio 16, 2007

Reflexiones sobre la escritura




Retomar la escritura con la misma intensidad y frecuencia con la que la practicaba antes de sumergirme en los múltiples asuntos que me han ocupado este año, me está costando más de lo que yo esperaba. Cualquier circunstancia me distrae de ese fin y me sumerge en una absorta y estéril contemplación de cuanto me rodea, proceder que tiene como objeto, me temo, eludir los sordos reproches que vierte sobre mí la página en blanco, que me contempla con el cursor palpitante desde la pantalla del ordenador.

Escribir es una tarea a un tiempo placentera y laboriosa, y el preámbulo a su práctica es, en mi caso, una sucesión de divagaciones y pretextos que demoran hasta el infinito el momento de hacerlo. Suscribo, a ese respecto, lo que dijo Fredric Brown: detesto escribir pero adoro haber escrito. Y es que pocas cosas gratifican más que la intuición de haber escrito una página perfecta.

A menudo me pregunto cuál es el motivo para no realizar aquello que más nos satisface, para encontrar mil ocupaciones disparatadas e irrelevantes que lo pospongan una y otra vez. Acaso el temor al fracaso sea uno de ellos. No complacer tus propias expectativas, constatar, en definitiva, que careces de la habilidad necesaria para trasladar al papel (o a la pantalla) aquello que cabalmente deseas expresar.

En muchas ocasiones se da el caso de escribir torrencialmente, presa de una emoción desatada y, por tanto, efímera. En situación semejante los manuales de escritura más elementales establecen una máxima: desestimar lo escrito o guardarlo hasta que la pasión febril bajo la cual se ha redactado desaparezca y se restablezca el estado racional y ponderado con el que se escribe habitualmente. Pocos textos vomitados bajo la pasión irreflexiva de un momento singular resisten después una lectura sosegada. Esa regla, las más de las veces, es respetada por escritores expertos y generalmente desoída por principiantes, mucho más vehementes y reacios a deshacerse del menor párrafo que consideren bien elaborado, conscientes del esfuerzo que les ha llevado escribirlo. Esta reflexión sobre el escritor avezado y el neófito me trae a la memoria otra cita, una aseveración atribuida al escritor Stephen Vizincey, que, aunque no lo parezca, atañe a lo anteriormente comentado: el escritor joven siempre habla de sí mismo incluso cuando habla de los demás; mientras que el autor veterano habla de los demás incluso cuando habla de sí mismo.

Existe otro estado bajo el que la escritura experimenta un impulso o estímulo singular, desacostumbrado, novedoso, si bien no posee ese cariz momentáneo del rapto pasional y enardecido que antes he señalado, sino que se prolonga durante mucho más tiempo y tiene como consecuencia textos menos susceptibles de ser desestimados por no superar un juicio posterior más riguroso. En mi opinión, mi próxima paternidad cabe situarla en este último punto. Quizá yerre, quizá esté por completo equivocado y mis expectativas estén lejos de cumplirse, pero yo espero, de este inmediato período de mi vida, una transformación total en mi percepción del mundo, una visión distinta de las figuras paternas, una dolorosa constatación retroactiva de las injusticias en las que incurrimos los hijos respecto a los padres, las más de las veces conocida demasiado tarde como para disculparnos. O así es mi caso.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Arcadi,
Sóc una nova fan teva, prenc nota del teu blog i el faré corre.....
El que més m’ha agradat és la foto, comentari al respecte:
Estàs molt “simpàtic”.
Per cert, has de trobar els moments per escriure, com es pot comprovar en el teu blog ho fas molt bé!!!!
Fins ara....

Anónimo dijo...

La escritura para tí y para otros muchos es un alimento más en nuestras vidas tan necesario como el aire que respiramos o las palabras a las que amamos. Ningún escritor ni nobel ni veterano posee el poder de dominarlas, como mucho las controla o las orienta, aunque este control no deja de ser un espejismo de satisfacción por parte del autor que se cree capaz de escribir o intuir una página perfecta.Aún pensando que el poder de la palabra es absoluto, reconozco que la capacidad y el buen hacer del escritor con talento son el instrumento "perfecto" para poder expresar aquello que quieren contar. Es un juego de seducción entre la palabra, que todo lo llena y el escritor que es capaz de seducirla. Tarea nada fácil, ¿por qué iba a serlo para ti? no desfallezcas ni le des excesiva importancia a las divagaciones, éstas te aportarán en su justa medida las dosis de humildad y perseverancia que ha de tener el buen escritor y que tú como los que leemos tus relatos sabemos que posees.
Claro que cambiará y yo creo que ha cambiado ya tu forma de escribir con la llegada de Martina, se abre ante ti un mundo nuevo de sensaciones y emociones que impregnarán tus relatos.
Nunca es demasiado tarde para nada, en tus acciones y en tus obras están y estarán los seres que amas, esten o no físicamente aquí.
Colombina.

Arcadio dijo...

Hermosas palabras. Muy hermosas. Gracias.

Anónimo dijo...

Ostras tu... Ahora no puedo... Pero volveré...