lunes, julio 02, 2007

La peluca




Sentado frente a mí, en el metro, se sienta un individuo tocado con una de esas pelucas horribles que acentúan la calvicie en lugar de disimularla. Ésas cuyo parecido con una mata de cabello natural es pura coincidencia. Por más empeño que he puesto, siempre me ha resultado imposible comprender por qué algunos calvos deciden ocultar su alopecia bajo pelucas semejantes, que parecen más el cadáver de una rata secada al sol, o el selvático vello público de una valquiria con serios problemas de higiene. De verdad que no entiendo cómo nadie tiene el valor de salir a la calle con ellas o percibir el menor síntoma de mejora en su aspecto al encasquetárselas. La única explicación racional que encuentro es que los tipos que deciden lucirlas padecen un trauma alopécico que les ha distorsionado sin remedio el sentido de la estética. Algo similar a la visión deformada que les devuelve el espejo a las enfermas de anorexia deben padecer estos individuos cuando se sitúan delante de él y no son capaces de distinguir lo poco agraciado que resultan con un felpudo por montera.

Y es que creo que existen determinados asuntos sobre los cuales no hay discusión posible y la opinión es unánime, y este sin duda es uno de ellos. Es preferible lucir un bonito cráneo desnudo que pasear a diario con un gato muerto echado de cualquier manera en lo alto de nuestra cabeza, como si nos hubiera caído el cielo inopinadamente.

A veces he reflexionado si la animadversión que me inspiran esas pelucas guardará relación con que mi padre poseyó una que lucía con idéntica desenvoltura con la que la el individuo que se sienta frente a mí exhibe la suya. Esa peluca, cuando ya mi padre dejó de usarla gracias a un rapto de cordura impropio de él, rondó durante años por casa, embutida en un corcho esférico para que conservara su forma craneal, y dentro de una bolsa de plástico anudada de cualquier manera. Y de esa guisa precaria aún sobrevivió milagrosamente a todas las mudanzas que llevamos a cabo, que no fueron pocas ni exentas de toda suerte de avatares; ahora mismo, a bote pronto y sin realizar un verdadero esfuerzo memorístico, estimo que pudieron ser perfectamente diez cambios de domicilio, durante los cuales no hubo forma humana de deshacerse de ella. Siempre que nos poníamos a desembalar cajas acababa apareciendo en una de ellas, no así otros objetos que teníamos en mayor consideración: juguetes, libros, prendas de ropa, se desvanecían en las vicisitudes propias de toda mudanza, pero no la peluca, la peluca se obstinaba en quedarse con la misma perseverancia con la que permanecen los fantasmas en las mansiones victorianas.

Miro al individuo, está embelesado contemplando la ventana, quizá admirando su propio reflejo. La peluca se le levanta ligeramente de la nuca, las puntas del cabello espurio, en lugar de brotar de la raíz pilosa del cuero cabelludo, sobrevuelan el cogote como sólo lo puede hacer una peluca zarrapastrosa como ésa. Me siento tentado a levantarme y hacerle ver el estropicio que causa a la vista de cualquiera que conserve intacto su sentido de la estética. Después de todo he pensado a menudo que quizá la razón por la que la lucen sea que nadie les ha advertido de lo mal que les sienta. Perdone la intromisión, caballero, pero me veo en la obligación de prevenirle que esa cosa que usted lleva en la cabeza no sólo no le favorece, sino que le sienta, sin ánimo de ofender, como una patada en los mismísimos cojones. Que está usted feo, vaya. Pero no feo de “uy qué susto”, sino feo de vomitar, de escupirle a la cara, feo como para atropellarlo dos veces, una de ida y otra de vuelta. No sé si me explico. Vamos, que si alguien me diese a escoger entre gastar esa peluca y masticar mierda me pondría en un aprieto.

Pero no, permanezco, prudentemente, observándolo en un silencio cómplice que, sospecho, es compartido por el resto de gente que llena el vagón. En el fondo pienso que nadie debería prevenirles, quienes carecen del más elemental sentido de la estética, merecen que caiga sobre ellos las consecuencias de semejante carencia.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Dios de donde has sacado esa foto?
Es un homenaje a nuestro amigo Raul?

Pilar

Anónimo dijo...

Los fantasmas te persiguen jajaja..

P.D. por la virgen Pilar que nuestro Raul es mas agraciado,
solo es un poco cejijunto pero nada mas...

Anónimo dijo...

Yo me siento igual con todas esas mujeres que se pasean por la tele y por las calles con cara de pez globo: labios inchados, mejillas inchadas, botox por todas partes...Además todo esto tiene que ser mucho más doloroso que un peluca. Pero bueno, cada uno necesita ciertas cosas para construir lo que llamamos identidad, y los límites no están nada claros...

Anónimo dijo...

Yo me siento igual con todas esas mujeres que se pasean por la tele y por las calles con cara de pez globo: labios inchados, mejillas inchadas, botox por todas partes...Además todo esto tiene que ser mucho más doloroso que un peluca. Pero bueno, cada uno necesita ciertas cosas para construir lo que llamamos identidad, y los límites no están nada claros...

Anónimo dijo...

Hola,
Jo crec que a tu et pot molestar més pel fet de ser home, a les dones ens molesten altres aspectes fantasmagòrics que es poden trobar tot anant pel carrer, que fins hi tot podríem dir que finalment passen a ser de "moda".
Actualment les peluques ja no estan de moda, però "crec" que anys enrere si...
Ara ja m’he liat, ja no sé si et parlo de moda, estètica, homes o dones....això si: la foto és autèntica!!!
Montse

Arcadio dijo...

Precisament perquè passan de moda encara és més sorprenent veure avui dia gent amb aquestes peluques a les que jo m'estic referin. I et puc assegurar que es veuen.

Anónimo dijo...

Querido Arcadio ¿dónde aparcamos la libre elección que cada individuo tiene para ponerse en la cabeza o en cualquier otra parte de su cuerpo lo que le venga en gana? y si hablamos o habláis de estética, palabra actualmente desvirtuada donde las haya, dejemos que cada uno luzca la que le salga de donde le salga. una peluca no es más que otro "accesorio" de los muchos que todos utilizamos a lo largo de nuestra vida para escondernos, cada uno sabrá de qué y porqué.
melena al viento.

Arcadio dijo...

Tu eres tan libre de ponerte lo que desees como yo de reirme de lo que te pones.

Anónimo dijo...

Me alegra saber que las pintas de los demás te puedan aportar alegría o regocijo pero no olvides que la persona a la que observamos con perplejidad y cierta perfidia puede ser un reflejo de nosotros mismos. Espero que cuando constates eso brille en tu cara una amplia sonrisa.
melena al uso.