lunes, julio 25, 2011

En Sant Feliu de Guixols

Martina es un animal social. Y lo es tanto más cuanto menos lo somos su madre y yo. Que lo somos poco. Yo soy capaz de cambiar de acera si a lo lejos detecto a algún conocido con el que no me vaya a quedar más remedio que departir un rato de banalidades si no realizo ese requiebro en mi trayecto.

En cuanto a Pilar, que sea ella que le argumente su desapego a las relaciones sociales, pero ya adelanto que poco ayuda a hacer amistades proferir un gruñido como respuesta a un ¿cómo estás?

Por si fuera poco, Martina es además una niña que en realidad es muchas. Quiere esto decir que se mueve tanto y es tan activa que parece que tengamos trillizas. Insisto en que no sé a quien se parece. Lo que es a mí, ya digo que no. Cuando yo era pequeño me movía menos que un gato de escayola. Era mi madre decirme no te muevas de aquí, y yo ni pestañeaba. Más de una vez algún transeúnte me había arrojado algunas monedas, lo cual me sitúa, no es broma, como el pionero y precursor de las estatuas vivientes que ahora proliferan en medio mundo.

Mientras Pilar y yo desayunamos en el Fornet de Sant Feliu de Guixols, Martina va de aquí para allá, haciendo más amistades en una hora y media que su madre y yo en un año. No quiero pensar en el día que se abra una cuenta en Facebook. De soslayo, mientras su madre y yo engullimos el desayuno y leemos la prensa y El Cuore y cuanta revista se pone a tiro, observamos cómo va tejiendo su red de amistades, a las que se camela mediante una verborrea desatada y la ayuda de los diversos instrumentos y juguetes con los que carga de casa a ese efecto, porque parece ser que ya ha adivinado, qué precoz, que nada se obtiene si no es a cambio de algo.

De tanto en tanto se acerca a nuestra mesa e intercambia algunos de esos objetos que emplea para atraer al personal. Cuando no funcionan las pompas de jabón (que normalmente son tremendamente efectivas, habida cuenta que su padre, un servidor, ha comprado glicerina, el componente definitivo para lograr pompas del tamaño de una pelota de baloncesto. El otro día, sin ir más lejos, eché más glicerina de la cuenta y la pompa de jabón enorme empezó a ascender con Martina cogida a ella y yo me lancé en plancha para agarrarle de los pies justo cuando estaba a la altura de dos pisos) viene a nuestra mesa, deposita el aparato de hacer pomas y lo cambia por sus diversos muñecos, entre los que se encuentra uno de los enanos de Blancanieves, el gruñón, y una princesa y no sé qué más.

El caso es que la hemos observado un rato, y hemos visto cómo se ha camelado a un abuelo con su nieta. Ha estado un rato con ambos, y yo no dejaba de observar a mi pequeña pronunciando una conferencia sobre sabe Dios qué tema, y el abuelo la miraba en silencio con una sonrisa de oreja a oreja, y seguro que el buen hombre pensaba lo mismo que yo: a esa niña la dejan un día a solas con palestinos e israelíes y soluciona el conflicto en menos que canta un gallo, unos y otros abandonan la sala de la mano, corriendo detrás de las pompas de jabón que va lanzando mi niña.

Cuando al final al hombre y a la nieta no le ha quedado más remedio que marcharse, Martina los ha perseguido y a voces le gritaba a la nieta: te echaré de menos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tu hija es encantadora :)