Pienso que ha llegado un punto en que las manifestaciones de afecto por las patrias respectivas deberían ser como las religiosas: permanecer en el ámbito de lo privado. En lo que a mí respecta, cuando alguien decide compartir conmigo cuánto ama su patria y cuánta sangre propia—metafóricamente hablando— derramaría por ella, me siento como cuando algún amigo me invita a ver las fotografías que ha tomado durante sus vacaciones: se produce una desconexión total entre el entusiasmo y la euforia mal que bien reprimida que él expresa con cada fotografía, y el tedio que yo experimento en relación a algo que no solo carece del menor interés para mí, sino que además me la suda por completo.
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