Corro de dos a tres días por semana. Una hora, más o menos. De 10 a 12 kilómetros cada vez que salgo. Lo hago con más o menos frecuencia desde que tenía 12 años. Ahora resulta que se ha vuelto una moda, y hay gente que me propone salir en grupo. Jamás, les digo. Prefiero salir solo. No sé socializar de normal, menos cuando corro. Además, aprovecho para escuchar todos los podcats que se me van acumulando durante la semana. A veces creo que solo corro para eso, para escucharlos. Casi nunca escucho música, lo cual es motivo de sorpresa cuando lo explico. Escucho tertulias, programas de cine y culturales en general. A veces incluso he escuchado sesudas conferencias descargadas de la Fundación March, sobre narrativa y filología. Siempre solo. Ahora corro por un lugar en el que hay prostitutas apostadas. Son las únicas con las que me comunico mientras corro, cuando paso a su lado, sudando como un puerco y literalmente exhausto, y me guiñan el ojo y me ofrecen sus servicios, y yo apenas alcanzo a encoger los hombros con un gesto que pretende decir: «pero, hija, ¿tú crees que yo estoy ahora para esos menesteres?»
—Has estado muy bien en la obra de teatro, Martina.
—¿Te ha gustado?
—Mucho. Te ha quedado muy bien el ¡Oink, oink!
—Gracias.
—Parecías una cerdita de verdad.
—Me he dejado la piel en ese papel, papa.
—Se nota.
—No, no me entiendes: me lo he dejado de verdad.
—¿Qué quieres decir?
—He usado las técnicas del Método.
—¿Qué técnicas?
—Me he preparado concienzudamente. Te lo tengo que decir: durante semanas no he acudido a las extra escolares.
—¡Martina!
—Papa, necesitaba preparar el personaje.
—Y si no has ido a las extra escolares, ¿qué has estado haciendo todas las tardes?
—He visitado una piara de cerdos que hay en una granja cercana y he convivido con ellos.
—¿Cómo?
—Sí, papa. Cada tarde me desnudaba y me sumaba al grupo y retozaba con los cerdos en el lodazal. Bebía lo que ellos bebían, comía lo que ellos comían, dormía lo que ellos dormían. Actuaba como ellos. Era como De Niro en Toro salvaje.
—Martina, hija, vas a cumplir seis años, solo era una obra de teatro infantil.
—No me importa. Sabes que soy muy exigente conmigo misma y no puedo dejar nada a la improvisación. La fuerza de mi arte reside en mi capacidad de sacrificio y en la voluntad inquebrantable.
—Martina, hija, no te puedes tomar las cosas así.
—Eso es lo de menos, lo que me preocupa es que me están encasillando.
—¿Encasillando?
—Sí. El año pasado hice de dálmata y este año de cerdo. Me estoy encasillando en el mundo animal.
—Los animales son bonitos. Mira Disney.
—Papa, sabes que adoro los animales, pero no puedo permitir que monopolicen mi carrera y limiten mi creatividad. Necesito interpretar otros papeles, necesito que mi arte se desarrolle en otros registros.
—¿Y qué vas a hacer?
—Hablaré con mi profe. El año que viene nada de animales. Quiero personajes instrospectivos, existencialistas, aquejados de un trauma infantil que arrastra y condiciona su etapa adulta y les provoca desapego con todo lo que es humano y los sitúa al borde del suicidio .
—Martina, hija, el año que viene tendrás seis años, no puedes interpretar esos papeles.
—Ya lo creo que puedo.
—Que no.
—Que sí. Ya lo verás. Quiero hacer de Maria Magdalena, o de Juliette.
—¡Son prostitutas!
—No seas puritano, papa. El arte de la interpretación procura la otredad, la alteridad, sin que por ellos uno tenga necesariamente que identificarse tanto con el papel. No me censures.
—Mira hija, como tú el año que viene interpretes a una prostituta te voy a triturar los huesos y te los voy a sacar por el orificio derecho de la nariz transformados en polvo. Te quedarás sin articulaciones. Parecerás un Blandiblu.
—Mojigato.
—Resabiada.
—Dictador.
—¿Te ha gustado?
—Mucho. Te ha quedado muy bien el ¡Oink, oink!
—Gracias.
—Parecías una cerdita de verdad.
—Me he dejado la piel en ese papel, papa.
—Se nota.
—No, no me entiendes: me lo he dejado de verdad.
—¿Qué quieres decir?
—He usado las técnicas del Método.
—¿Qué técnicas?
—Me he preparado concienzudamente. Te lo tengo que decir: durante semanas no he acudido a las extra escolares.
—¡Martina!
—Papa, necesitaba preparar el personaje.
—Y si no has ido a las extra escolares, ¿qué has estado haciendo todas las tardes?
—He visitado una piara de cerdos que hay en una granja cercana y he convivido con ellos.
—¿Cómo?
—Sí, papa. Cada tarde me desnudaba y me sumaba al grupo y retozaba con los cerdos en el lodazal. Bebía lo que ellos bebían, comía lo que ellos comían, dormía lo que ellos dormían. Actuaba como ellos. Era como De Niro en Toro salvaje.
—Martina, hija, vas a cumplir seis años, solo era una obra de teatro infantil.
—No me importa. Sabes que soy muy exigente conmigo misma y no puedo dejar nada a la improvisación. La fuerza de mi arte reside en mi capacidad de sacrificio y en la voluntad inquebrantable.
—Martina, hija, no te puedes tomar las cosas así.
—Eso es lo de menos, lo que me preocupa es que me están encasillando.
—¿Encasillando?
—Sí. El año pasado hice de dálmata y este año de cerdo. Me estoy encasillando en el mundo animal.
—Los animales son bonitos. Mira Disney.
—Papa, sabes que adoro los animales, pero no puedo permitir que monopolicen mi carrera y limiten mi creatividad. Necesito interpretar otros papeles, necesito que mi arte se desarrolle en otros registros.
—¿Y qué vas a hacer?
—Hablaré con mi profe. El año que viene nada de animales. Quiero personajes instrospectivos, existencialistas, aquejados de un trauma infantil que arrastra y condiciona su etapa adulta y les provoca desapego con todo lo que es humano y los sitúa al borde del suicidio .
—Martina, hija, el año que viene tendrás seis años, no puedes interpretar esos papeles.
—Ya lo creo que puedo.
—Que no.
—Que sí. Ya lo verás. Quiero hacer de Maria Magdalena, o de Juliette.
—¡Son prostitutas!
—No seas puritano, papa. El arte de la interpretación procura la otredad, la alteridad, sin que por ellos uno tenga necesariamente que identificarse tanto con el papel. No me censures.
—Mira hija, como tú el año que viene interpretes a una prostituta te voy a triturar los huesos y te los voy a sacar por el orificio derecho de la nariz transformados en polvo. Te quedarás sin articulaciones. Parecerás un Blandiblu.
—Mojigato.
—Resabiada.
—Dictador.